(extractado del Portal de la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones, http://www.msal.gov.ar/saludmental/)
El referente del área Infanto Juvenil de la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones, autor de este artículo, repasa las prioridades que estableció el Plan Nacional de Salud Mental para la promoción de la salud mental en niños, niñas y adolescentes. Y el rol que tienen en el nuevo paradigma el Estado, las instituciones y los profesionales de las áreas competentes.
Autor: Federico Beines, especialista en psiquiatría infanto juvenil.
A partir de la aprobación del Plan Nacional de Salud Mental en el año 2013, se identificó como uno de los problemas sanitarios que la red de salud mental no brinda una oferta adecuada de servicios que den cuenta de las problemáticas específicas de la niñez y adolescencia.
Los profesionales que se dedican a la infancia suelen ser especialistas con una oferta asistencial limitada a la consulta individual, lo cual ya sabemos que induce largas listas de espera, dificultad para conseguir turnos, falta de atención por guardia ante crisis porque los efectores se escudan en no tener personal “especializado”.
El problema, en rigor, va más allá del campo de la salud mental. De hecho, es muy común en hospitales generales que se atienda pediatría hasta 14 años y clínica médica a partir de los 18, quedando la franja tan vulnerable de la adolescencia en una especie de limbo.
Debemos advertir sobre el desarrollo de una red sanitaria que lleva a respuestas insuficientes o incluso inexistentes para las familias que buscan ayuda. Y cuando la obtienen, suele desembocar en una respuesta que no termina de resolver la cuestión.
La patologización y las respuestas de la red sanitaria
Resulta frecuente oír que hoy en día la infancia está “patologizada” o “medicalizada”. Este fenómeno social complejo tiene sus raíces en un abordaje sanitario inadecuado: cuando la respuesta de la red resulta exagerada para el problema, y los profesionales intervienen de más, salteando instancias que en un modelo comunitario consiguen abordarse de otra manera.
La idea de que los problemas infantiles requieren un “superespecialista” está arraigada incluso dentro del campo de la salud. Se confunde complejidad de una situación multideterminada con la complejidad de los niveles de atención médica (se requiere de un superespecialista cada vez que el caso es más complejo). De esta manera la demanda que busca desesperadamente una oferta cae con frecuencia en el sobrediagnóstico.
Los casos más graves enfrentan frecuentemente el problema opuesto, conocido como subdiagnóstico, en el que situaciones de mayor riesgo pasan inadvertidas. Por ejemplo, en un aula será más difícil que la escuela detecte un problema internalizante, de introversión y aislamiento social porque ese niño no suele traer complicaciones en la dinámica de una clase. En cambio la institución es probable que mande a evaluación a un niño con problemas externalizantes, más hiperactivo y más notorio en el aula.
Instalando el tema en la agenda
Instalar la temática en la agenda de las jurisdicciones tiene que ver con la intersección entre el campo de la salud articulado a los otros sectores. Esta interfase, que requiere trabajar en red, puede verse fortalecida con una serie de estrategias que la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones (DNSMyA) propone en cada lugar en los que es convocada para supervisar la red o brindar capacitaciones.
La DNSMyA promueve espacios tales como los Foros de Infancia en toda jurisdicción que aún no haya armado un dispositivo permanente al respecto. Y en caso de que ya exista tal instancia, intenta que allí se incluya el componente de salud mental en sus discusiones y reuniones periódicas.
Además de apelar a los canales existentes, la DNSMyA busca conocer cada realidad regional para hallar otras formas que le permitan intervenir ya no sólo en los casos, sino sobre la comunidad en su conjunto.
Se pretende entonces ejecutar toda acción transversal con el fin de fortalecer los factores protectores, entre los cuales se incluyen los vínculos saludables y solidarios, con particular énfasis en favorecer los lazos familiares y comunitarios de esos niños. Que tengan la oportunidad de ampliar sus espacios de circulación social, conservando siempre su escolaridad como base de la misma. Y colocar en debate la educación inclusiva para los niños que atraviesen un proceso de tratamiento, dentro de la esfera de la escolaridad común.
La escuela y el sector salud tienen que hablar el mismo idioma a nivel de criterios sanitarios y no sólo por parte de los profesionales de la salud dentro de educación sino en toda la escuela, para estar advertido de qué casos son prioritarios y qué otros pueden requerir una intervención de menor complejidad que la derivación a un tratamiento de forma automática como tantas veces sucede.
Fortalecer para incluir
Así desembocamos en la prioridad de la DNSMyA en cuanto al sector salud: fortalecer y adecuar la red de salud mental infanto juvenil de cada jurisdicción. Para ello se busca promover abordajes integrales desde los servicios polivalentes y/o de pediatría del segundo nivel de atención, garantizando la cobertura a toda edad, incorporando intervenciones tales como internaciones en el hospital polivalente y desintoxicación, entre otras prestaciones.
Toda estrategia debe tender a aumentar la accesibilidad a la atención a través de la oferta de servicios que tengan en cuenta la especificidad de cada edad, mediante la adecuación y/o creación de esas mismas instancias. Esto implica que todos los establecimientos de salud contemplen la franja etaria de la infancia y adolescencia, así como que todas las instituciones pediátricas incluyan el componente salud mental.
Resulta necesario impulsar la formación de equipos de referencia infantojuveniles que trabajen apoyando al primer nivel, para que el saber especializado no quede como patrimonio de ciertos establecimientos de difícil acceso, llevando el conocimiento hasta la puerta de entrada al sistema de salud.
Cualquier funcionamiento hospitalocéntrico ha demostrado volverse tarde o temprano un abordaje insuficiente, y no sólo en salud mental.
Tenemos que dejar de pensar en los viejos dispositivos que incluyen esperar a que el paciente concurra al efector (dispositivos generadores de largas listas de espera de turnos que nunca llegan), y salir a la comunidad, adonde vive la gente.
Para salir a dialogar y articular con el resto de los sectores que se dedican a abordar problemáticas de infancia y adolescencia es necesario consensuar y trabajar los criterios, estrategias y prioridades sanitarias puertas adentro del sector salud. Difícilmente pueda lograrse un trabajo en red intersectorial sin esta primera etapa.
A grandes rasgos, la cantidad de agentes de salud en los otros sectores nos amplía la cobertura de un primer nivel de atención para la edad infantil, aunque sabemos que si cada uno actúa separadamente lo más probable es que la respuesta fracase y la accesibilidad a la salud para la población quede entorpecida.
Serán necesarios entonces acuerdos enmarcados en las legislaciones vigentes tanto de salud mental como de niñez. Estas normativas son coincidentes en cuanto al enfoque de promoción y protección, a la vez que están emparentadas históricamente por los movimientos que impulsaron los cambios tanto en infancia como en salud mental. El desafío consiste entonces en que no sigan siendo movimientos separados.