De la pedagogía antigua, de transmisión oral, a las redes contemporáneas
En la Grecia antigua, el maestro se transformaba en una biblioteca parlante.
Luego vino la escritura, que permitió avanzar más allá del efímero docente.
La era de las redes, con su proliferación de mensajes, plantea nuevos desafíos.
En la antigua Grecia, la pedagogía (paideia) resultó ser una empresa de alta estima y de una gran valoración. Allí el maestro (convertido luego en pedagogo en la Roma imperial, donde, de hecho, los primeros pedagogos fueron esclavos griegos) se transformaba en una biblioteca parlante, móvil, nómade, que sostenía su discurso en cuerpo presente, soportando el saber en su propia subjetividad, enlazada a una tradición y a una memoria de la que se hacía heredero y portador vivo. Luego vendrá una cierta objetivación del saber y de la enseñanza: rollos, papiros, pergaminos y textos impresos en monumentos y en distintas experiencias de lo artístico, se convertirán en verdaderos soportes de una escritura incipiente, que inscribirá algo que podrá avanzar en el tiempo, más allá del maestro personal, temporal y efímero.
El ejemplo paradigmático de este tipo de maestro fue Sócrates, aunque haya logrado trascender todos los tiempos, al menos hasta hoy. Un Sócrates sobre el que seguimos hablando y discutiendo, quien, sin dejar un solo texto, nos legó un testimonio elocuente de la técnica del diálogo y de la función simbólica estelar de la pregunta, y nos dejó plasmada desde la oralidad, aquella aurora de la paideia, que recién vivirá un segundo despertar, salto inconmensurable y ruptura trascendente, en el Renacimiento, origen de la imprenta y con ella, de la universalización del saber, portado por el reino del libro.
En lo actual, aunque no podamos afirmar el estar pasando a otro nuevo tiempo, que podría augurar un nuevo despertar, resulta notorio el cambio insuflado por las nuevas tecnologías que afecta y modifica no solamente el campo de la enseñanza, sino que repercute en distintos espacios (políticos, comunicacionales, sociales, económicos y laborales, en suma, en el conjunto de nuestras instituciones).
Asistimos diariamente a una compleja Red, soporte de mensajes de información y de formación (¿deformación?), absolutamente disponible para cada sujeto, para cada morada, para cada espacio. El campo del saber parece nuevamente multiplicarse, se hace inmediato, accesible y abierto. Funciona al modo de una máquina imparable, más allá de cada una de las maquinitas que nos rodean y nos acompañan a todos lados, desde fiestas hasta encuentros íntimos (incluso, cada tanto, hay que recordarles a nuestros pacientes, que pueden ser pacientes y apagarlas por un rato). Maquinaria que sin precisar de alguien – sujeto- que la soporte y que además responda en nombre propio, no para de procesar, difundir y sobre todo, de informar minuto a minuto. El saber parece transmitirse siempre y en todas partes, distribuido, disperso y no siempre concentrado (más allá de los intentos mediáticos del manejo y abuso de la información y de las manipulaciones de la sociedad de consumo, que día a día se aggiornan para sacar provecho y dividendos a través de la red).
Ya no resulta necesario el espacio métrico del instituto o de la academia, ni referir el campo del saber a centros, campus, anfiteatros o auditorios. Todo eso puede llegar a tu aparato, ahí aparecerán concentrados, letrados e ignorantes («lo mismo un burro que un gran profesor», como dice Discepolín). Todas las bibliotecas, las videotecas, las audiotecas, los museos, los paisajes, los centros de interés y los monumentos, están ahí a mano, en tus instrumentos, en tu propia casa e incluso donde vayas, y sea por donde sea que te desplaces.
Tal vez por eso nuestros niños se aburran en la escuela, en ese espacio del aula que ya no los contiene, donde lo que dice su maestro no les interesa demasiado, menos aún lo que éste pretenda aportarles, ya que en su casa, en sus reuniones, e incluso en el recreo o a escondidas en la misma clase hay un mundo que les transmite mensajes, mensajes que captan su atención y su interés, conocimientos que elige y de cierta manera absorbe con una aparente libertad. ¿Será cuestión de seguir medicando, mejor dicho, intoxicando, a nuestros niños, para que se mantengan quietos y presten atención o será cuestión de preguntarnos qué puede sostener hoy a nuestros maestros de cuerpo presente y «ao vivo» en la prosecución, y a veces, persecución de una enseñanza? ¿Qué estaremos llamados a inventar y recrear en el campo de la pedagogía y enseñanza, para no seguir repitiendo como los viejos o la curia medieval «adónde nos va a llevar todo esto»?
*Psicoanalista. Presidente Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud Rosario. Fragmento del escrito titulado «La transmisión pulgar».