I-El castillo de Kafka
Paciente: T.
12 años
Diagnóstico psiquiátrico trastorno negativista desafiante y retraso madurativo.
La inspectora de psicología del otro lado del teléfono, habla, nombra incisos, legajos, circulares número tal o número cual.
Y de este lado, del teléfono, y de este lado de la vida, le digo que la niña que hace 4 meses no concurre a la escuela porque falta un sello, un coso, que falta y falta, esa niña, no es un número.
Hemos logrado bajo la amenaza de denuncia que la inspectora apruebe el acompañamiento terapéutico que necesita T para concurrir a la escuela.
Bajo amenaza es la frase que expresa la modalidad que adquiere el límite en la perversión institucional.
Bajo amenaza será el modo en que un lugar sea posible.
Sabemos que la “amenaza de castración” es un modo de la función paterna, de la constitución del sujeto en la estructura del Edipo para el psicoanálisis.
Valga entonces que sea este es el modo en que se inaugura un proceso de trabajo sobre el cual pretendo escribir.
Un trabajo en equipo en el cual fue posible hacer lugar a una escucha subjetiva, en el ámbito educativo, pudiendo traspasar los metalenguajes para escuchar el delicado hilo de lo particular en T.
T entra al consultorio y me abraza hasta dejarme sin aire.
T entra al consultorio y me empuja hasta el infinito.
T no puede construir un lazo donde la separación con el otro le permita ir y venir, donde pueda delimitar un espacio simbólico sin quedar afuera, excluida, o adentro y devorada, sin salida.
T siente que queda arrojada del mundo cuando se saca una mala nota. Se pone al borde de la escalera. Dice que quiere matarse. No se mata, no se arroja. Lo dice y hace un ademán, un gesto con el cuerpo. Un gesto que comunica pero que a su vez queda por fuera de la comunicación.
T dice me arrojo, me mato, te ofrezco mi exilio, te doy mi nada para dar. De esta manera T. queda afuera de la escuela con la condición de solo poder concurrir con acompañantes terapéuticos.
El proyecto de acompañamiento terapéutico es aprobado por la obra social en tan solo dos semanas, pero demora cuatro meses en ser aprobado por Inspección de Psicología, un verdadero castillo Kafkiano.
El corte de la infinita demanda de la inspectora, llega frente a la amenaza de denuncia en el Inadi. Amenaza que fue efecto de consultas con abogado de discapacidad y que estaba pronta a realizarse. En este marco sucede la entrada de T a la escuela y la salida, de ese castillo, que como tal representa el lugar en el cual desde la oscuridad se entretejen rivalidades y manipulaciones políticas que poco tienen que ver con la función educativa.
Cabe destacar que T. tiene amigos. Estos la acompañan a veces a su sesión. Mientras la inspectora argumentaba que el espacio físico no era adecuado para la niña por ser una escuela muy grande, yo le hacía ver que el espacio que privilegiamos es el afectivo, que T. logró hacerse en el grupo de compañeros. No había caso. Fue la amenaza lo que puso fin a la negativa de la funcionaria. No el diálogo. Ni los argumentos profesionales entre dos colegas.
II- El juego: otro lugar
Cuando T. llegó a la consulta psicoanalítica en marzo, había tenido episodios en los cuales se cortaba con una tijera alrededor de la teta. Y le decía a la madre no recordar qué le había sucedido.
Empiezo a trabajar con ella.
La primer sesión sucede lo siguiente:
T. juega a los palitos chinos y cuando pierde protesta, toma un palito y lo muerde. Luego lo sujeta entre la nariz y el rostro. Lo mezcla con la saliva, lo mezcla con los mocos. La veo con la varilla bajo su nariz y le digo: “Uy, vino la señora Bigotes”. Ella rápidamente toma la posta y cada vez que haga trampa aparecerá este personaje. Allí se monta un escenario, donde el capricho frente a ceder el turno en el juego, tiene un lugar de elaboración posible a través de la Señora Bigotes. (Una señora muy caprichosa que hace cualquier cosa, se agarra todos los palitos chinos, no respeta las reglas y no puede hablar porque si no se le cae el bigote)
Próximamente cuando el episodio de corte de las mamas se repita, ella podrá dar cuenta de esa situación. Me dice que se enojó con la mamá. Le digo: “Me enojo con mamá y me corto la mama.”
Los episodios de corte en la mama desaparecen. Se deslizan hacia otro espacio del cuerpo.
T vuelve a la escuela luego de 4 meses. Las acompañantes terapéuticas han trabajado con ella en su casa. Yo coordino el equipo de acompañamiento. En las reuniones conversamos acerca de los emergentes que aparecen en la escuela.
Comienzo a escuchar distintos relatos de ellas, como así de las orientadoras educacionales, muy cargados de angustia. T lleva un elemento cortante a la escuela y se auto agrede.
Ella le muestra la herida a un compañero en especial, del que está enamorada, él lo cuenta a las acompañantes, y T se enoja porque “la buchonean”.
El corte en el cuerpo dibuja una marca. Les propongo pensar a las acompañantes que T. no se está lastimando, T se hace una marca. De hecho controla con total precisión el filo con el cual toca su piel. No sangra. Lo muestra en privado, en secreto al chico que le gusta. No es un acto bestial de desborde. Es una escena de amor. Una ofrenda. Como si mostrara un tatuaje. Porque T. no cuenta con otras marcas con las cuales simbolizar la salida a la femeneidad. Entonces el corte viene así, en lo real de su cuerpo. Es el modo en que pasa de la mama-mamá a un hombre. Un lugar en el cuerpo que toma distancia de la mama, más lejos, en el brazo.
Necesitamos tender puentes en el lenguaje entre las acompañantes, las orientadoras educacionales y la psicoanalista, para dar lugar a esta escucha en particular, a este modo de T. de establecer una marca, y no interpretar esto desde el reglamento educativo, o como un trastorno de conducta.
Esta lectura de T. esta mirada, toma forma directriz en el equipo, nos arma una línea de trabajo: no nos presentamos ante la escena que convoca. No denunciamos la herida, no hacemos escándalo, no le ofrecemos la respuesta de la expulsión. Así mismo le decimos al niño hacia el cual está dirigida la escena que no se ofrezca a mirar. Que le diga que no. Esa marca no es leída en su mensaje de rechazo, sino en su secreto, en su intimidad, como un jeroglífico que solo a ella le pertenece.
Y en esta misma línea otras intervenciones posibles se abren:
Cuando T se encapricha y no quiere salir o después no quiere entrar, no se tironea de ella. Se la espera. Distancia. Lugar. Y ella por sí misma atraviesa el abismo y sale del aula o entra a la escuela. Esta respuesta es un abordaje del equipo.
Sorprendentemente T. pide el micrófono el día del estudiante y canta una canción en el karaoke. Es aclamada por toda la escuela, porque canta realmente muy bien.
Ella ocupa un lugar en el centro, ofrece algo con su voz, su voz como modo de intermediación con el otro, y lo que canta como puente.
A su vez también, empieza a disminuir su negativismo y a participar en ciertas clases, con buen rendimiento. Accede a enlazarse a la situación que propone el docente, puede responder, tiene algo para dar, a diferencia de quedar ella tomada en una demanda ante la cual anteriormente solo podía negarse.
III- Algo posible en el mar de los imposibles
Hay muchas barreras, cuando se trata de una integración.
En este caso por ejemplo, además de la problemática compleja familiar de la paciente, un rechazo explícito, gritado a viva voz, de los directivos de la escuela.
Hay muchos puentes, cuando se trata de una integración. En este caso el deseo de aprender, de hacer lugar, de buscar herramientas y recursos creativos en las orientadoras educacionales de la escuela, en algunos profesores, en las acompañantes terapéuticas, y hasta en la señora del quiosco.
Es comprensible. Algunas personas nos reflejan aquellos aspectos propios que todos intentamos mantener en el yugo de la educación.
Los monstruos son fascinantes. Tienen esa doble cara. Con ellos se pueden abrir nuevas puertas. Puertas que dan miedo y curiosidad.
Pero ahora llegado casi el fin de año va aquí este relato que da testimonio de que se puede hacer lugar en la escuela y jugar el juego de lo particular.
Al fin y al cabo dijo Freud que los tres imposibles de la cultura son: gobernar, educar y psicoanalizar.
* Fabina Jakubowicz: Psicoanalista, poeta y cantautora
fabijak@gmail.com
Trabajó en el centro de salud mental Arturo Amheguino, en el equipo de niños y adolescentes.
Se formó con Marita Manzotti en el dispositivo soporte para el aboradaje del autismo y la psicosis infantil.
Trabajo en diversas instituciones de educación especial realizando integraciones escolares.
Investigadora de las relaciones del arte y la subjetividad.
Coordinó talleres de arte para patologías graves.
Fue titular de la materia “psicopatología infanto juvenil” en la carrera de Psicopedagogia del Instituto Miguel Raspanti.
Trabaja actualmente en su consultorio particular y coordina equipos de integración escolar y acompañamiento terapéutico desde una perspectiva psicoanalítica.
Investigadora del método conciente para el movimiento de Fedora Aberstury y creadora del método de psicoanálisis corporal.