Entrevista a Enrique Orschanski
«Veo epidemias nuevas en niños y adolescentes: soledad y cansancio precoz»
Por Milagros Plasencia
Enrique Orschanski es pediatra y, además de asistir y contener a cientos de niños en su consultorio, realiza trabajos en el campo científico como también de divulgación. Él se propone que todos piensen en la infancia.
Este médico cordobés visitó Salta hace poco para ser parte del Congreso Latinoamericano de Psicología, denominado «Los rostros del malestar».
Orschanski pide pensar en la infancia, no como un ciclo biológico, limitado a ello, sino como construcciones humanas que consolidan la vida de una persona.
El especialista dialogó con El Tribuno y mencionó que detecta epidemias en la infancia, tales como soledad, tecnoadicciones, cansancio psicofísico precoz, sobrepeso y obesidad. Ante esto, propone «hacer la revolución de devolver la infancia», para contrarrestar esas epidemias y lo que denomina el síndrome de las casas vacías.
¿Cuáles son los rostros del malestar en la infancia de hoy?
Tuve el privilegio de participar como pediatra comentando mi experiencia profesional en torno de los malestares que perturban a familias actuales. Desde mi punto de vista, siempre acotado a la población a la que asisto, veo cuatro epidemias nuevas en edades infantiles y adolescentes: soledad, tecnoadicciones, cansancio psicofísico precoz y sobrepeso u obesidad. Todas están relacionadas entre sí y vinculadas al cambio en las relaciones interpersonales entre padres e hijos, docentes y alumnos, ciudadanos y dirigentes.
Usted habla de «hacer la revolución de devolver la infancia». ¿Por qué?
Se trata de una propuesta de estrategia contra las epidemias que mencioné. Que los niños vuelvan a ser niños; que duerman mejor, que coman a horario, que beban agua y no brebajes azucarados, que jueguen y se aburran creativamente. Todo esto aportaría salud, para lo cual es imprescindible que los adultos recuperen, a su vez, su lugar.
¿Por qué lo plantea como una premisa a alcanzar ahora?
Lo que denomino «síndrome de casas vacías» resume el concepto de padres ocupados y con muchas horas fuera del hogar, lo que deriva en niños tercerizados en su educación, que también pasan demasiado tiempo fuera del hogar. De tal modo, los rituales de convivencia cotidiana se van perdiendo, en especial los ritmos de sueño/vigilia, la nutrición entendida como comunión familiar a la hora de alimentarse y el respeto por las jerarquías amorosamente ganadas. Al respecto, opino que la familia no es una estructura democrática; es una jerarquía de amor en la que los chicos encuentran protección cuando los adultos se comportan como tales, y lo agradecen creciendo con la suficiente autoestima para diferenciarse como individuos.
Que los niños duerman mejor, coman a horario, beban agua, jueguen y se aburran de forma creativa».
Este médico cordobés visitó Salta hace poco para ser parte del Congreso Latinoamericano de Psicología, denominado «Los rostros del malestar».
Orschanski pide pensar en la infancia, no como un ciclo biológico, limitado a ello, sino como construcciones humanas que consolidan la vida de una persona.
El especialista dialogó con El Tribuno y mencionó que detecta epidemias en la infancia, tales como soledad, tecnoadicciones, cansancio psicofísico precoz, sobrepeso y obesidad. Ante esto, propone «hacer la revolución de devolver la infancia», para contrarrestar esas epidemias y lo que denomina el síndrome de las casas vacías.
¿Cuáles son los rostros del malestar en la infancia de hoy?
Tuve el privilegio de participar como pediatra comentando mi experiencia profesional en torno de los malestares que perturban a familias actuales. Desde mi punto de vista, siempre acotado a la población a la que asisto, veo cuatro epidemias nuevas en edades infantiles y adolescentes: soledad, tecnoadicciones, cansancio psicofísico precoz y sobrepeso u obesidad. Todas están relacionadas entre sí y vinculadas al cambio en las relaciones interpersonales entre padres e hijos, docentes y alumnos, ciudadanos y dirigentes.
Usted habla de «hacer la revolución de devolver la infancia». ¿Por qué?
Se trata de una propuesta de estrategia contra las epidemias que mencioné. Que los niños vuelvan a ser niños; que duerman mejor, que coman a horario, que beban agua y no brebajes azucarados, que jueguen y se aburran creativamente. Todo esto aportaría salud, para lo cual es imprescindible que los adultos recuperen, a su vez, su lugar.
¿Por qué lo plantea como una premisa a alcanzar ahora?
Lo que denomino «síndrome de casas vacías» resume el concepto de padres ocupados y con muchas horas fuera del hogar, lo que deriva en niños tercerizados en su educación, que también pasan demasiado tiempo fuera del hogar. De tal modo, los rituales de convivencia cotidiana se van perdiendo, en especial los ritmos de sueño/vigilia, la nutrición entendida como comunión familiar a la hora de alimentarse y el respeto por las jerarquías amorosamente ganadas. Al respecto, opino que la familia no es una estructura democrática; es una jerarquía de amor en la que los chicos encuentran protección cuando los adultos se comportan como tales, y lo agradecen creciendo con la suficiente autoestima para diferenciarse como individuos.
Que los niños duerman mejor, coman a horario, beban agua, jueguen y se aburran de forma creativa».
¿Cuál es el rol de los pediatras y qué desafíos tienen en el escenario que describe?
Los pediatras y otros profesionales de la salud pasamos a ser palabras autorizadas cuando la palabra de los que deberían ser verdaderos modelos para los chicos desaparecen.
«Dígale usted (me piden en el consultorio) que no coma tantos caramelos». En esa frase muchos padres admiten la caída de su autoridad y piden auxilio a quien -desde su rol profesional- pueda ser escuchado por los chicos y obedecido.
Los pediatras debemos manejarnos con extrema prudencia y humildad, aportando elementos que siempre devuelvan la autoridad paterna, quitando culpas, promoviendo el encuentro, sugiriendo apagar pantallas para que se vuelvan a encender corazones.
Muchos padres repiten que a los hijos hay que ofrecerles tiempo en calidad y no en cantidad ¿Cómo impacta este concepto en la infancia de los hijos?
La ausencia no debería ser origen de culpa en los padres. Ellos trabajan por y para sus hijos. Lo imperdonable es que vuelvan a la casa y sigan conectados a algún artefacto y no quieran ni sepan compartir tiempo con sus hijos. Hay muchos chicos huérfanos de padres vivos.
Cada vez a más temprana edad los niños tienen actividades extracurriculares. ¿Hasta qué punto es bueno estimularlos con este tipo de tareas?
Los pediatras sabemos que estas generaciones no requieren de estímulos especiales para desarrollar sus capacidades. Ellos saben resolver cómo jugar, inventar, protagonizar y guionar sus actividades sin atarse a cursos, escuelas de fútbol, horarios o transportes.
Mi personal opinión es que los chicos deberían asistir a jardines de infantes a partir de los 18 meses, luego de que desarrollan un lenguaje primario y ya completaron el esquema de vacunas.
Las actividades extracurriculares no son importantes hasta los siete u ocho años. Su uso en edades previas solo denuncia la necesidad paterna de dejarlos en algún lugar seguro, mientras ellos no están en casa. Lo veo más como necesidad social que pedagógica.
Los pediatras y otros profesionales de la salud pasamos a ser palabras autorizadas cuando la palabra de los que deberían ser verdaderos modelos para los chicos desaparecen.
«Dígale usted (me piden en el consultorio) que no coma tantos caramelos». En esa frase muchos padres admiten la caída de su autoridad y piden auxilio a quien -desde su rol profesional- pueda ser escuchado por los chicos y obedecido.
Los pediatras debemos manejarnos con extrema prudencia y humildad, aportando elementos que siempre devuelvan la autoridad paterna, quitando culpas, promoviendo el encuentro, sugiriendo apagar pantallas para que se vuelvan a encender corazones.
Muchos padres repiten que a los hijos hay que ofrecerles tiempo en calidad y no en cantidad ¿Cómo impacta este concepto en la infancia de los hijos?
La ausencia no debería ser origen de culpa en los padres. Ellos trabajan por y para sus hijos. Lo imperdonable es que vuelvan a la casa y sigan conectados a algún artefacto y no quieran ni sepan compartir tiempo con sus hijos. Hay muchos chicos huérfanos de padres vivos.
Cada vez a más temprana edad los niños tienen actividades extracurriculares. ¿Hasta qué punto es bueno estimularlos con este tipo de tareas?
Los pediatras sabemos que estas generaciones no requieren de estímulos especiales para desarrollar sus capacidades. Ellos saben resolver cómo jugar, inventar, protagonizar y guionar sus actividades sin atarse a cursos, escuelas de fútbol, horarios o transportes.
Mi personal opinión es que los chicos deberían asistir a jardines de infantes a partir de los 18 meses, luego de que desarrollan un lenguaje primario y ya completaron el esquema de vacunas.
Las actividades extracurriculares no son importantes hasta los siete u ocho años. Su uso en edades previas solo denuncia la necesidad paterna de dejarlos en algún lugar seguro, mientras ellos no están en casa. Lo veo más como necesidad social que pedagógica.
Enrique Orschansky es pediatra, especialista en infancia y familia. También doctor en medicina y cirugía, egresado de la Universidad Nacional de Córdoba. Es especialista en pediatría y docente. En sus libros, trabajos científicos, conferencias y columnas aborda temas vinculados a la vida familiar y la crianza de los niños.