Entrevista a la psiquiatra infantojuvenil y psicoanalista Sara Cohen

Por Oscar Ranzani

La adolescencia es un momento de exposición a circunstancias inéditas, experiencias inaugurales y desafíos: un tránsito bueno si es creativo y no perjudicial para el sujeto. La especialista plantea precisamente cómo y cuándo intervenir desde la clínica analítica.

El mismo término define el estado: en el pasaje de la niñez a la siguiente etapa de la vida de un ser humano el sujeto adolece. La psiquiatra infantojuvenil y psicoanalista Sara Cohen, de larga trayectoria, lo estudió con detalle en Morir joven. Clínica con adolescentes (Editorial Paidós). Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la Asociación Psicoanalítica Internacional, Cohen entiende que la adolescencia es un momento de exposición a circunstancias inéditas, experiencias inaugurales y desafíos en el que la subversión del statu quo se vuelve central. Eso es bueno siempre y cuando el tránsito sea creativo y no perjudicial para el sujeto. El trabajo de Cohen plantea precisamente cómo y cuándo intervenir desde la clínica analítica. Para ello, combina relatos clínicos con textos literarios y casos que la propia autora se vio enfrentada en su labor terapéutica. 

Cohen destaca que cada sociedad tiene su manera de mandar a la muerte a sus jóvenes de manera directa o indirecta. “La actualidad es tremendamente hostil para cualquier ciudadano. Primero, hay un ofrecimiento de consumo muy grande. Pero además los jóvenes se encuentran con padres bastante castigados y tironeados por distintas circunstancias”, plantea la autora sobre la sociedad actual. En el momento en que un joven sale a probar suerte en muchos aspectos que la vida infantil lo protegía (aparentemente, porque está la singularidad de cada caso) “hay una emergencia de lo pulsional y pone en juego muchas cosas que hasta ese momento eran de otra manera”, entiende esta prestigiosa psiquiatra y psicoanalista, también poeta, sobre el pasaje más conflictivo de la vida humana. “Además, hay un abandono de lo que serían ciertas posiciones libidinales infantiles. Dentro de todo ese contexto, cómo están ubicados los padres es sustancial. Hay que admitir que, a veces, los padres están más castigados que los pibes y viven circunstancias muy graves actualmente. Ahora, no es directo. Vivimos en una democracia que no es el gobierno militar que mandaba a matar a los jóvenes. O sea que dentro de nuestro sistema no es directo cómo los mandan a matar. Pero estamos en un sistema donde no hay soporte social y, a la vez, a los jóvenes no se les ofrecen perspectivas más o menos buenas. Además, es una sociedad que cree que el joven es como el punto fantástico para venderle cosas de consumo. Esa no es la situación más favorable para que el adolescente encuentre un eje con posibilidades vitales que implican su sexualidad, su desempeño de actividades, distintas posibilidades que le dan un margen creativo”, argumenta Cohen, quien forma parte del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Alemán. 

 

–¿Por todo lo que dice es que usted señala que cada joven llega a la adolescencia del modo que puede?

–Tal cual, porque el modo que puede involucra todo. A veces, se tiende a demonizar o patologizar a la juventud. En realidad, los casos son muy diversos. No es que todos tengan que decir:”¡Qué mal que anda la juventud!”. Hay manifestaciones sintomáticas que, por supuesto, asustan porque suponen riesgos. Cuando eso sucede, hay que indagar de qué se trata. Muchas veces pueden ser situaciones impulsadas por cuestiones del medio ambiente. No necesariamente quiere decir que el joven tenga una patología grave. Por eso, hay que escuchar al joven. El crecimiento también supone, en general en la adolescencia, un grado de oposición, de denuncia, de rebeldía porque para diferenciarse de los padres también hay que poder cuestionar. Eso no tiene que devenir en contra del pibe o la piba. 

–Es que a nivel social hay una estigmatización de la juventud: “Los jóvenes de ahora se drogan, no quieren trabajar”, suele decirse con los prejuicios sociales del mundo adulto. Está muy instalado ese discurso.

–Y cuando lo ves en lo singular te encontrás con muchas situaciones que son lo contrario. Padres que por ahí tienen un consumo importante de psicofármacos que se autoadministran. No es que la psicofarmacología es mala sino que tiene que ser administrada cuando se necesita. En realidad, ubicar en los jóvenes los males de la sociedad es una situación que es engañosa y los perjudica porque los deja sin salida. Un joven que encuentra con quién discutir y con quién pelear se robustece. Pero los que pelean y discuten tienen que ser padres bien plantados, una sociedad que tenga algunos parámetros que funcionan porque si no, ¿a dónde vamos?

–¿Y la clínica consiste en articular esa emergencia pulsional con la singularidad de cada sujeto?

–Sí. Cada uno no sólo llega a la adolescencia de una manera que le es singular sino que además tiene diversos encuentros en la adolescencia. Los encuentros de esa etapa son sustanciales. Pueden ser encuentros con profesores, con intereses, con un amor. Los encuentros de la adolescencia son cruciales, son inaugurales. Es un hito muy importante. Ahí hay que ver cómo el joven puede encauzar algunas cuestiones de las que le están ocurriendo en ese momento evolutivo.

–¿El mayor conflicto en la etapa de la adolescencia está marcado por la relación entre sexualidad y muerte?

–Ahí hay un lazo muy fuerte entre la emergencia de lo pulsional y el tema de la posibilidad de muerte. No quiere decir que no pueda haber una modalidad en la cual esto se implemente más creativamente. Nosotros tenemos que separar, enojarnos, pelear, pero si eso está libidinizado, si eso es una posibilidad libidinal para un crecimiento, para un desarrollo es buenísimo. Alguien que se queda en una situación en la que no puede llevar a cabo mínimamente una actitud hostil de discusión, de pelea para ir armando algo que lo configure y que sea significativo para esa persona, es alguien que no va a poder crecer. El asunto es que esto no quede libre en condiciones que sean mortíferas para el joven. Si dejás en cualquier condición o en situaciones que son muy hostiles, donde el joven no puede procesar un montón de cosas que le pasan en las cuales también hay elementos que podrían devenir mortíferos, estás favoreciendo que ocurran cosas dramáticas o trágicas. 

–Usted toma algunas tragedias clásicas y algunas preexistentes al psicoanálisis para articular con el relato clínico. ¿Qué fundamentos de la literatura sirven para la clínica psicoanalítica?

–A mí me sirve un montón. Todos los psicoanalistas somos distintos. A mí me gusta leer, escribo y las obras, tanto literarias como de otras disciplinas, aportan un material de una riqueza muy grande. Hay que entender que eso no es para aplicar algo que nosotros ya conocemos. Al contrario: es para aprender de eso que tiene quizás una riqueza mayor de muchas cosas que nosotros sabemos. Entonces, a uno lo deja con muchas preguntas y, a partir de eso, uno entra con ciertas preguntas. En realidad, uno tiene un pilar teórico, pero escucha, lee, ve qué pasa, se pregunta cosas. Si no, uno nunca podría servirle a ningún paciente pero, además, tampoco podría escribir nada ni ninguna obra de arte nos podría transformar. Yo creo que el arte también puede tener una condición transformadora. 

–¿Dice “transformadora” en sentido terapéutico?

–No en forma directa. En realidad, el último capítulo del libro apunta a un devenir creativo. Esto supone que hay algún orden de experiencia en lo estético, a mi parecer, que algún punto de viraje condiciona algunas posibilidades interesantes para quienes pueden. A veces, pueden ser experiencias tempranas de la adolescencia respecto al encuentro con algunas obras, o encuentros azarosos ligados con el amor pero que, a la vez, condicionan algunas búsquedas y cuestiones estéticas. O cosas traumáticas que frente a cómo explicarse eso, el joven hizo ciertas búsquedas que le condicionan posibilidades futuras que tienen que ver con la creación. Esto es muy para cada uno. No puede decirse que el arte en sí mismo sea terapéutico. Ahora, que el encuentro con algunas obras es muy importante para algunas personas, eso es claramente así.   

–¿La marca de la sociedad que impone reglas y modos de ser puede llevar a los jóvenes a tendencias autodestructivas?

–Hay una sociedad en un sentido amplio que usted menciona y después está el pequeño mundo de cada joven. Atendiendo a chicos y adolescentes, uno se sorprende muchísimo de cuántos mundos hay. Con los chicos o los adolescentes, los padres a veces tienen que recurrir porque “no hay otra”. No recurrirían jamás a que sea atendido y tienen un mundo cultural, personal, a veces muy endogámico, y uno se va dando cuenta de las reglas que funcionan ahí cuando va trabajando con ellos. Por eso, hablar en general es difícil porque hay muchos mundos. Es increíble la cantidad de contextos y de situaciones que se van develando a partir de alguna cosa que aparece en un síntoma en un adolescente. Pero cuando vas indagando ves distintas circunstancias que hacen a un modo de funcionamiento que ni te imaginabas. Y por más que estén incluidos acá en Buenos Aires, tienen un mundo en lo familiar y en lo social que tiene su cultura propia. 

–La pregunta también apuntaba a esa escala de valores o disvalores que se bajan desde la sociedad. Por ejemplo, la cultura del exitismo. Se promueve mucho que la juventud tiene que ser exitosa, al menos en este sistema. ¿Eso puede afectar a un joven que, por ejemplo, tiene sensibilidad al fracaso?

–A ver: el tema es que cuando empezás a atender a un joven y lo escuchás, muchas cosas empiezan a caer. Te habla de que “Fulanito publicó esto” y todas estas cuestiones que circulan. Entonces, uno indaga un poco más y va al grano, va a las cuestiones que le pasan a ese adolescente. Y algunas cosas van cayendo. Cualquier pibe pensante, en definitiva, reubica las cosas. Las cuestiones actuales pueden amplificar algunas cosas que a los pibes los dejan mal parados pero, en realidad, un pibe tiene que ver con cómo está ubicado en su medio, con sus vínculos con sus pares, en la sociedad donde se mueve. No puede ser que eso en forma directa lo envíe a una cuestión autodestructiva. Tiene que ver con otras dinámicas.  

–En ese sentido, usted también señala que hay casos en que los adolescentes son los seres más sensatos en una familia riesgosa. ¿Cómo se da eso?

–Eso se ve bastante. Para que un pibe tenga algún tipo de situación donde es adulto dentro de un contexto familiar, primero tiene que tener recursos para poder serlo, ya que si todo se viene abajo en una familia por ahí el pibe también se viene abajo. Ahora, si el pibe trata de sostener algunas cosas con los recursos que tiene, eso tiene un costo elevado porque es una cuestión de sobreadaptación, pero se entiende también que tiene los recursos para eso. No es bueno para el desarrollo del mismo porque, en realidad, el pibe tiene que ser el que puede discutir, pelear, salir, vivir su adolescencia. Es decir, todas las cosas que hace un adolescente como el experimentar cosas. Si un adolescente se vuelve muy responsable frente a todo lo que se está cayendo en su entorno es como que pierde el vivenciar de su adolescencia porque tiene que hacer un adultito desde jovencito. Es una macana pero son las maneras que encuentran para poder sobrellevar algunas circunstancias que son muy difíciles.

–Un tema que aborda en el libro tiene que ver con la intimidad. ¿Es una búsqueda en la adolescencia?

–Es importante y, a veces, paradójica porque parece que los jóvenes muestran mucho y con lo que uno se encuentra es que son tímidos y le temen a la presencia del otro y no a lo virtual. Hay que entender que depende de la psicopatología. Una gran cantidad de jóvenes, en realidad, tienen miedo de encontrarse con alguien. Inclusive, beber alcohol y todo eso es para vencer la timidez porque no saben cómo hablar, cómo estar. Y todo esto que se puede llegar a decir de “cuánto que se muestran”, en realidad son conductas que no quiere decir que sean desfachatados y que vaya a saber todo lo que hacen.