Por Analía H. Testa – De la Redacción de LA NACION
Sábado 16 de Junio de 2007

El frío cala hondo en el cañaveral. La helada, dicen los chicos que hachan la caña, parece subir desde los pies y hay que aguantarse así hasta la noche, cuando se hayan completado carradas de caña.

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Lleva un sombrero que de tanto uso parece cansado. En realidad el cansancio lo carga el chico que se protege del sol santiagueño en el campo todavía cargado de algodón. Junta y junta los capullos, en un esfuerzo sostenido mientras repasa los pocos números que aprendió en la escuela, allá en su provincia natal.

Estas escenas, lejos de lo anecdótico, reflejan un problema que se extiende en el nivel global: el sector agropecuario es el mayor demandante de mano de obra infantil, con más de 132 millones de niños de entre 5 y 14 años involucrados en sus procesos -sin contar la pesca y la piscicultura-, lo que representa un 70% de la fuerza laboral de menores en el mundo, según datos de la Organización Internacional delTrabajo (OIT).

Por estas razones, este año la campaña del Día Mundial contra el Trabajo Infantil -que se conmemoró el martes pasado- estuvo enfocada a la erradicación del problema en el sector agropecuario. A su vez, en la Argentina se presentó un Plan Nacional para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil, la primera política activa federal enfocada al problema, y las entidades gremiales del sector firmaron con el Ministerio de Trabajo, el Registro Nacional de Trabajadores Rurales y Empleadores (Renatre), la Secretaría de Agricultura de la Nación y la Confederación General del Trabajo, un protocolo de intención para coordinar estrategias que desalienten la toma de mano de obra infantil en toda la cadena de valor agroindustrial.

En el nivel nacional no existen todavía estadísticas específicas aunque se sabe que el NOA, el NEA y parte de Cuyo tienen una alta concentración de niños trabajadores en cultivos como cítricos, yerba mate, tabaco, té, arroz, algodón, hortalizas, soja, caña de azúcar, olivo y vid, por citar algunos. Cabe advertir que la OIT considera a las actividades agropecuarias – junto con la minería y la construcción- como las peores formas de trabajo infantil, debido al riesgo que representan para la salud y la educación.

Los únicos datos disponibles en el país surgieron de una encuesta que cubrió Salta, Jujuy, Tucumán, Formosa, Chaco, Mendoza y el Gran Buenos Aires, en 2004. Allí residen 4,3 millones de chicos de entre 5 y 18 años, casi la mitad de la población total de esa franja etaria.

En las zonas rurales, el 8% de los chicos de 5 a 13 años admitió que trabaja (en actividades equivalentes a las de un adulto), mientras que un 35,5% de los chicos de 14 a 17 años participa de la economía informal. La mayoría de ellos realiza tareas productivas (genera bienes y servicios para el mercado y para autoconsumo) y efectúa actividades domésticas intensas, lo que causa un fuerte impacto en la educación (inasistencias reiteradas, repitencia, sobreedad y abandono escolar). A estos datos se acaban de agregar los de Misiones y Córdoba, por lo que poco a poco se irá completando el mapa, confían en la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (Conaeti), que depende del Ministerio de Trabajo.

Hay otra referencia para acercarse a una cuantificación del trabajo infantil rural en la Argentina. Sólo el 30% de la población trabajadora rural está registrada ante los organismos de la Seguridad Social, señalan en la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (Uatre). Esto significa que parte del millón de personas que participa desde las sombras en la actividad agropecuaria son menores de 14 años, edad mínima establecida por la legislación nacional para el ingreso a un trabajo formal.

A Jorge Rodríguez, responsable de la Comisión Investigadora para la Erradicación del Trabajo Infantil, de la Uatre, no sólo le interesa conocer y difundir la magnitud del problema, pretende también que la opinión pública asuma que «cuando un niño trabaja alguien se beneficia: un cliente, un consumidor, un empleador; alguien recibe los réditos de la explotación». Se sabe que la pobreza empuja a las familias rurales a convertir a sus hijos en menores trabajadores y que a veces los obliga a renunciar al derecho de recibir educación, lo cual sostiene a largo plazo la pobreza.

Para entender el grado de vulnerabilidad al que están expuestos los chicos que trabajan en el campo hay que recordar que son más sensibles a la toxicidad de los plaguicidas, fertilizantes y herbicidas utilizados y que están más expuestos a accidentes por el uso inapropiado de herramientas o por tener que hacer esfuerzos que superan sus posibilidades físicas.

La intoxicación es una de las consecuencias del trabajo infantil más documentadas en áreas agrícolas. Además, se sabe que la sobrecarga mecánica a temprana edad trae trastornos en el crecimiento y alteraciones como la artrosis, en la etapa joven, advierte un informe de la Uatre.

Por otra parte es un tema de difícil detección y abordaje. En muchos casos ocurre en el ámbito familiar, en parcelas altamente improductivas en las que se practica economía de autoconsumo. En otros, ocurre por períodos limitados, en condiciones de extrema precariedad e implica traslados a grandes distancias. Hay, sin embargo, razones culturales que explican el trabajo infantil. Muchos padres tienen una valoración positiva de la situación, en el sentido de oportunidad de formación y de posicionamiento anticipado en el mundo de las responsabilidades adultas.

Para la educadora Gabriela Deltín, especialista en educación rural, es difícil lograr en las familias una interpretación crítica de la propia situación: «La gente de campo piensa que el que no trabaja no está preparado para el futuro», dice.

En opinión de María del Pilar Rey Méndez, presidenta de la Conaeti, la sobrevaloración del aprendizaje de las tareas rurales en detrimento de la educación formal se origina en un contexto de pobreza en el que las familias ven limitado el horizonte de oportunidades para sus hijos. «Si, en cambio, el trabajador rural estuviera bien remunerado y gozara de protección social, el riesgo de que exponga a los miembros más jóvenes de su familia disminuiría», afirma.

Objetivo de corto plazo

La OIT reconoce que para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (especialmente los vinculados con la educación) será imprescindible lograr una importante reducción del trabajo infantil. En los últimos cuatro años, según mediciones de esa organización, la participación de los niños en actividades laborales ha disminuido un 11 % a nivel mundial. América latina y el Caribe es la región en la que se registró el mejor resultado: cayó de 16,1 a 5,1 millones de niños, de 5 a 14 años involucrados en trabajos peligrosos. De mantenerse ese ritmo durante los próximos diez años, aseguran en la OIT, la erradicación de las peores formas de trabajo infantil para 2016 podría considerarse un objetivo realista y viable. También sostienen que el crecimiento económico por sí solo no eliminará el problema.

Enfrentar el problema y crear desarrollo
La presión del consumo responsable sobre las empresas

Frente a la mirada cada vez más crítica de un consumidor responsable, que exige no sólo la calidad del alimento, sino minimizar el impacto ambiental y contribuir al desarrollo comunitario, a la agroindustria con mano de obra infantil no le queda otra opción que reconocer el problema y buscar maneras de eliminarlo.

El programa Porvenir, que lleva adelante la Asociación Conciencia, con financiamiento de firmas nacionales e internacionales del sector tabacalero, se desarrolla en once escuelas de Salta y Jujuy durante enero y febrero, con la intención de evitar que chicos de 9 a 14 años, hijos de los empleados rurales, participen de la cosecha de tabaco. En rigor, mediante actividades recreativas, deportivas y artísticas se pretende promover la construcción de ciudadanía, la autoestima, la responsabilidad, el análisis de la resolución de conflictos y el cuidado de la salud. Los maestros que participan son capacitados previamente en la prevención del trabajo infantil en el aula. Desde 2004 participaron de este programa casi 2300 chicos. Una manera de dar mayor alcance a esta iniciativa es la posibilidad de continuar los estudios secundarios mediante un programa de becas que sostiene la misma institución.

Aun cuando este tipo de acciones parecen apuntar directamente al trabajo de menores «en negro», desde la Uatre señalan que el verdadero interés es demostrar a los compradores que la producción local está libre de trabajo infantil, mientras «se deja al margen a los niños de los zafreros», no registrados en la economía formal pero con una alta participación en la recolección (no sólo en los predios de los grandes productores, sino también en los minifundios que los abastecen). «Pretenden lavarle la cara al problema», se quejó una autoridad de la Uatre. «A nivel nacional, no estamos haciendo nada para contener a estos chicos en riesgo. Las denuncias no prosperan. Hay productores que frenan todo gracias a sus influencias en el nivel político. Existen, sin embargo, evidencias concretas de la explotación», se lamentó.

El desafío que se plantea, entonces, es buscar la manera de incorporar a los trabajadores informales y sus familias a esta iniciativa, cuyo objetivo debe ser dignificar sus condiciones.

Por Analía H. Testa – De la Redacción de LA NACION
Sábado 16 de Junio de 2007