(capítulo del libro «Herencias…»)
Lic. Estela Mora*
Siempre me conmovió el dolor infantil, aquellos malestares, sufrimientos psíquicos que los niños vivían.
Y me preocupan actualmente.
Ya desde joven sentía y pensaba que la infancia y adolescencia eran etapas idealizadas por los adultos.
Ellos suponían, y observo que aún suponen, que a los niños y adolescentes les va bien, que no tienen por qué molestarse de nada, que no tienen preocupaciones y menos problemas. Por lo tanto no se los observa, no se los considera.
Y como antes de estudiar psicopedagogía estudié profesorado inicial, pude observar mientras realizaba prácticas en jardines de infantes, que aquellos niños que no jugaban, que no eran integrados al grupo de pares, que gritaban, que no aprendían, que generaban desorden, sufrían.
Es más, antes de recibirme de bachiller, dando clases de inglés en mi casa, notaba cómo las mamás me pedían algo así como una especie de devolución de la actitud de sus hijos y de sus producciones. Y yo, que tenía entre 16 y 18 años accedía a sus pedidos diciendo lo que en ese momento creía.
Pero siempre desde un lugar de protección a la infancia.
Estas maneras de relacionarme tempranamente con mamás hace a mi historia, es decir, es vocacional. Me trasciende.
Probablemente el haber creado Teoría de Matrices Dimensionales está arraigado desde aquellos tiempos lejanos.
Pero continúo con mi preocupación actual.
Los adultos preocupados por los niños suelen preguntar a otros adultos sus inquietudes respecto a esos niños.
A veces, algunos adultos pueden llegar a preguntar a los adolescentes, pero al no escuchar la respuesta esperada, acallan al joven y continúan preguntando a otros adultos. Respuestas que simplemente con la observación y el encuentro afectivo estarían dadas. Pero esto requiere de tiempo, y el tiempo es dedicación y renunciamientos.
Y si en la etapa infantil les preguntamos, los niños siempre hablan. Al menos al principio. Pero si no los escuchamos comienza el distanciamiento afectivo y va tomando cuerpo en el tiempo el silencio.
Inicio del acunamiento silencioso del silencio.
Y esos silencios, esa necesidad de silenciar es frecuente porque los adultos sabemos que los niños no callan; generando de esta manera ocultamiento, desconfianza, tensión, llanto contenido, rigidez, dolor, sufrimiento, confusión. Y aprender todo ésto lleva tiempo, años.
Vuelve a tomar el control el tiempo.
El tiempo que lleva consolidar el cuidado del silencio; el tiempo que lleva consolidar aquellos sufrimientos psíquicos hasta normalizarlos.
Cuando aparece el síntoma, cuando aparece el motivo de consulta, es un momento muy importante porque nos encontramos con que los niños, o adolescentes están en un momento muy complicado de sus vidas.
Además desde el tipo de pensamiento infantil, si los padres no acompañan la consulta, los chicos suelen sentir culpa porque están denunciando algo que anda mal en sus familias.
Silencios que comprometen al adulto y que por herencia comprometen a los niños.
Hablar de aquellas cosas silenciadas y actuar a la luz como consecuencia, es un acto reparador en si mismo.
Pero para muchos adultos hay silencios, ocultamientos, deshonras, que son considerados ajenos a la historia de sus propios hijos.
Como si creyeran realmente que sus hijos tienen otra historia, otro devenir ajeno a las vivencias de sus padres, de sus abuelos. Otros tiempos donde las afectaciones dolorosas no los afectará porque no viven lo mismo.
Pero la herencia se transmite, biológica, anímica, espiritual. Y se transmite de generación en generación. Vuelve el tiempo a tener protagonismo. Y entonces hay herencia del ocultamiento, de la mentira, del dolor, de la deshonra, del silencio, del malestar. De matrices.
Toda o mucha energía está al servicio del callar y ésto tiene sus inevitables consecuencias.
La idea es que nadie sepa demasiado de la verdad.
Estamos describiendo situaciones complejas donde yo creo que debemos conocer y partir desde la constitución de la persona, incluso desde antes.
Y todo este conocimiento lleva tiempo.
Como contrapartida al tiempo de sacar las cosas a la luz con el cuidado y la dedicación que requiere el tiempo, aparece la urgencia globalizadora en general.
Estamos viviendo en una sociedad donde somos exigidos y debemos dar respuestas inmediatas. Los abuelos atienden a sus nietos sin decir sus pareceres, los maestros sienten exigencia por la escuela y también por los padres para que los niños aprendan mucho y rápido en tiempos y métodos iguales.
Deberíamos recuperar el compartir las historias familiares buenas y felices y las dolorosas y erradas. Partiendo desde el conocimiento de las herencias buenas y de las no tan buenas.
Sospecho que muchos psicopedagogos, psicólogos, dan respuestas inmediatas acallando el síntoma y tranquilizando a la familia que quiere seguir mostrando solo felicidad casi con urgencia.
Aprendemos de distintas maneras, en distintos tiempos, desde distintas matrices dimensionales, deviniendo lógicas diferentes.
Entonces me pregunto si las teorías, herramientas, estrategias cognitivos conductuales, las terapias breves, no estarían acallando el síntoma fortaleciendo el sufrimiento.
Entonces me pregunto ¿qué niños y jóvenes estamos formando? Qué profesionales y qué propuestas académicas estamos dando?
Creo que hay un alineamiento al momento de la urgencia.
Igual sucede en los colegios con la demanda del más, más y más.
Conocer una persona para ofrecer respuesta profesional seria y efectiva a un síntoma lleva tiempo.
Tiempo de escucha, registro, contención, cuidado, intervención del profesional.
Tiempo para establecer confianza básica, hablar, sentir, transitar, registrar y restaurar del paciente.
Tiempo. Tiempo. Tiempo.
Solo aquellas cosas que llevaron tiempo y se mantuvieron en el tiempo son las que van guiando los caminos a seguir.
Y al cambio hay que darle tiempo.
Y al sufrimiento infantil, adolescente, familiar, también.
Me preocupa que si estimulamos y reforzamos en los niños que sus vidas son solo buenas y siempre felices, y nada de sufrimiento pueden sentir, y todo se resuelve en un abrir y cerrar de ojos, al llegar a la adolescencia mostrarán y actuarán con cierto grado de pensamiento mágico infantil, omnipotencia lógica en la infancia, pero que fue avalada por el adulto años atrás.
Corren los padres. Corren los niños. Corren los profesionales. Corren las formaciones académicas. Corren los cambios teóricos y sus consecuencias a la no investigación.
Crecen como hongos bajo la lluvia las teorías y los medicamentos al mejor estilo del llame ya.
Acallar y silenciar lo que puja por salir para que el ser humano crezca en libertad.
Y así la infancia y la adolescencia corren detrás de adultos que corren.
Si vivimos tantos años, y además heredamos lo aprendido y vivido de nuestros antepasados, ¿cómo es que llegamos a suponer que en poco tiempo sanaremos malestares desde matrices anímicas constitutivas incluso antes de estar alojados en el vientre de nuestras madres? qué haremos con los sufrimientos psíquicos?
Los cambios verdaderos no responden a urgencias circunstanciales y momentáneas.
Los cambios no corren.
Los cambios son genuinos si llevan tiempo y se sostienen en el tiempo.
Porque los saberes humanos son limitados, en tanto se fortalecen con investigaciones serias de muchos años, diría que décadas, que permitan conocernos y brindar conocimiento al otro.
Y me preocupan actualmente.
Ya desde joven sentía y pensaba que la infancia y adolescencia eran etapas idealizadas por los adultos.
Ellos suponían, y observo que aún suponen, que a los niños y adolescentes les va bien, que no tienen por qué molestarse de nada, que no tienen preocupaciones y menos problemas. Por lo tanto no se los observa, no se los considera.
Y como antes de estudiar psicopedagogía estudié profesorado inicial, pude observar mientras realizaba prácticas en jardines de infantes, que aquellos niños que no jugaban, que no eran integrados al grupo de pares, que gritaban, que no aprendían, que generaban desorden, sufrían.
Es más, antes de recibirme de bachiller, dando clases de inglés en mi casa, notaba cómo las mamás me pedían algo así como una especie de devolución de la actitud de sus hijos y de sus producciones. Y yo, que tenía entre 16 y 18 años accedía a sus pedidos diciendo lo que en ese momento creía.
Pero siempre desde un lugar de protección a la infancia.
Estas maneras de relacionarme tempranamente con mamás hace a mi historia, es decir, es vocacional. Me trasciende.
Probablemente el haber creado Teoría de Matrices Dimensionales está arraigado desde aquellos tiempos lejanos.
Pero continúo con mi preocupación actual.
Los adultos preocupados por los niños suelen preguntar a otros adultos sus inquietudes respecto a esos niños.
A veces, algunos adultos pueden llegar a preguntar a los adolescentes, pero al no escuchar la respuesta esperada, acallan al joven y continúan preguntando a otros adultos. Respuestas que simplemente con la observación y el encuentro afectivo estarían dadas. Pero esto requiere de tiempo, y el tiempo es dedicación y renunciamientos.
Y si en la etapa infantil les preguntamos, los niños siempre hablan. Al menos al principio. Pero si no los escuchamos comienza el distanciamiento afectivo y va tomando cuerpo en el tiempo el silencio.
Inicio del acunamiento silencioso del silencio.
Y esos silencios, esa necesidad de silenciar es frecuente porque los adultos sabemos que los niños no callan; generando de esta manera ocultamiento, desconfianza, tensión, llanto contenido, rigidez, dolor, sufrimiento, confusión. Y aprender todo ésto lleva tiempo, años.
Vuelve a tomar el control el tiempo.
El tiempo que lleva consolidar el cuidado del silencio; el tiempo que lleva consolidar aquellos sufrimientos psíquicos hasta normalizarlos.
Cuando aparece el síntoma, cuando aparece el motivo de consulta, es un momento muy importante porque nos encontramos con que los niños, o adolescentes están en un momento muy complicado de sus vidas.
Además desde el tipo de pensamiento infantil, si los padres no acompañan la consulta, los chicos suelen sentir culpa porque están denunciando algo que anda mal en sus familias.
Silencios que comprometen al adulto y que por herencia comprometen a los niños.
Hablar de aquellas cosas silenciadas y actuar a la luz como consecuencia, es un acto reparador en si mismo.
Pero para muchos adultos hay silencios, ocultamientos, deshonras, que son considerados ajenos a la historia de sus propios hijos.
Como si creyeran realmente que sus hijos tienen otra historia, otro devenir ajeno a las vivencias de sus padres, de sus abuelos. Otros tiempos donde las afectaciones dolorosas no los afectará porque no viven lo mismo.
Pero la herencia se transmite, biológica, anímica, espiritual. Y se transmite de generación en generación. Vuelve el tiempo a tener protagonismo. Y entonces hay herencia del ocultamiento, de la mentira, del dolor, de la deshonra, del silencio, del malestar. De matrices.
Toda o mucha energía está al servicio del callar y ésto tiene sus inevitables consecuencias.
La idea es que nadie sepa demasiado de la verdad.
Estamos describiendo situaciones complejas donde yo creo que debemos conocer y partir desde la constitución de la persona, incluso desde antes.
Y todo este conocimiento lleva tiempo.
Como contrapartida al tiempo de sacar las cosas a la luz con el cuidado y la dedicación que requiere el tiempo, aparece la urgencia globalizadora en general.
Estamos viviendo en una sociedad donde somos exigidos y debemos dar respuestas inmediatas. Los abuelos atienden a sus nietos sin decir sus pareceres, los maestros sienten exigencia por la escuela y también por los padres para que los niños aprendan mucho y rápido en tiempos y métodos iguales.
Deberíamos recuperar el compartir las historias familiares buenas y felices y las dolorosas y erradas. Partiendo desde el conocimiento de las herencias buenas y de las no tan buenas.
Sospecho que muchos psicopedagogos, psicólogos, dan respuestas inmediatas acallando el síntoma y tranquilizando a la familia que quiere seguir mostrando solo felicidad casi con urgencia.
Aprendemos de distintas maneras, en distintos tiempos, desde distintas matrices dimensionales, deviniendo lógicas diferentes.
Entonces me pregunto si las teorías, herramientas, estrategias cognitivos conductuales, las terapias breves, no estarían acallando el síntoma fortaleciendo el sufrimiento.
Entonces me pregunto ¿qué niños y jóvenes estamos formando? Qué profesionales y qué propuestas académicas estamos dando?
Creo que hay un alineamiento al momento de la urgencia.
Igual sucede en los colegios con la demanda del más, más y más.
Conocer una persona para ofrecer respuesta profesional seria y efectiva a un síntoma lleva tiempo.
Tiempo de escucha, registro, contención, cuidado, intervención del profesional.
Tiempo para establecer confianza básica, hablar, sentir, transitar, registrar y restaurar del paciente.
Tiempo. Tiempo. Tiempo.
Solo aquellas cosas que llevaron tiempo y se mantuvieron en el tiempo son las que van guiando los caminos a seguir.
Y al cambio hay que darle tiempo.
Y al sufrimiento infantil, adolescente, familiar, también.
Me preocupa que si estimulamos y reforzamos en los niños que sus vidas son solo buenas y siempre felices, y nada de sufrimiento pueden sentir, y todo se resuelve en un abrir y cerrar de ojos, al llegar a la adolescencia mostrarán y actuarán con cierto grado de pensamiento mágico infantil, omnipotencia lógica en la infancia, pero que fue avalada por el adulto años atrás.
Corren los padres. Corren los niños. Corren los profesionales. Corren las formaciones académicas. Corren los cambios teóricos y sus consecuencias a la no investigación.
Crecen como hongos bajo la lluvia las teorías y los medicamentos al mejor estilo del llame ya.
Acallar y silenciar lo que puja por salir para que el ser humano crezca en libertad.
Y así la infancia y la adolescencia corren detrás de adultos que corren.
Si vivimos tantos años, y además heredamos lo aprendido y vivido de nuestros antepasados, ¿cómo es que llegamos a suponer que en poco tiempo sanaremos malestares desde matrices anímicas constitutivas incluso antes de estar alojados en el vientre de nuestras madres? qué haremos con los sufrimientos psíquicos?
Los cambios verdaderos no responden a urgencias circunstanciales y momentáneas.
Los cambios no corren.
Los cambios son genuinos si llevan tiempo y se sostienen en el tiempo.
Porque los saberes humanos son limitados, en tanto se fortalecen con investigaciones serias de muchos años, diría que décadas, que permitan conocernos y brindar conocimiento al otro.