Lic. Gerardo Prol

 

Encuentro, trabajo y huella

 Una vez criticada la noción de desarrollo desde su concepción lineal y adultocéntrica debemos tomar algún modelo que nos permita pensar la articulación de los ejes diacrónicos y sincrónicos de la constitución subjetiva.

Para esto tomaremos tres nociones de tres autores diferentes, acuñadas cada una de ellas en su propio corpus conceptual, e intentaremos articularlas y sacarles provecho para nuestro fin.

La primera de esas nociones es la que Piera Aulagnier llama “estado de encuentro” o “situación de encuentro”.

“Si nos propusiésemos definir el fatum del hombre mediante un único carácter, nos referiríamos al efecto de anticipación, entendiendo con ello que lo que caracteriza a su destino es el hecho de confrontarlo con una experiencia, un discurso, una realidad que se anticipan, por lo general, a sus posibilidades de respuesta, y en todos los casos, a lo que puede saber y prever acerca de las razones, el sentido, las consecuencias de las experiencias con las que se ve enfrentado en forma continua.” (Aulagnier, 1993, p. 32)

 

Analicemos este párrafo y veamos si podemos extraer herramientas que nos ayuden para avanzar en nuestro proyecto.

En primer lugar vemos que la situación de encuentro para Aulagnier es considerada como el fatum del hombre, es decir como lo inexorable, el destino inevitable de todo ser humano. Si bien en ese texto justamente trabaja las dos situaciones de encuentro inaugurales del psiquismo, esto es el encuentro del bebe, del recién nacido con el cuerpo biológico y el encuentro con el espacio psíquico del otro, esta situación de encuentro permanece y se reitera durante toda la vida

Pero ¿qué define la situación de encuentro? Su carácter anticipatorio. Es decir, esas experiencias que le exigen al sujeto mas de lo que sus posibilidades actuales pueden responder.

Por ejemplo, al nacer, el pequeño infans se encuentra con un cuerpo que le demanda a su psiquismo una respuesta que desde luego aun no esta en condiciones de responder. Y esto no sólo por cierta inmadurez natural como por ejemplo la posibilidad de alguna respuesta motora que pueda modificar su entorno, sino por que todavía su actividad psíquica no puede simbolar la relación de su psique con su cuerpo, y así bascula entre la unidad psique/cuerpo inseparables o bien considerar lo corporal como algo extraño y rechazable. Veamos este esquema. El recién nacido tiene hambre y este “hambre” se manifiesta, como experiencia dolorosa, en primer lugar en el cuerpo. Lo que quiere señalar la autora por anticipación no es la incapacidad madurativa de proveerse a si mismo el alimento, sino de darle a ese cuerpo un lugar en su mundo psíquico (metabolizarlo en el lenguaje de la autora) y por lo tanto también en el mundo real y exterior a él.  No tendrá otra alternativa, para preservar la relación de su psiquismo con el cuerpo imprescindible para seguir viviendo, que realizar un llamado al otro para que le provea alimento. El llanto que el bebe produce ante la sensación de hambre, y que casi toda mamá interpreta como una señal que la convoca, es para el infans, en principio sólo una descarga motora, demandándole todo un esfuerzo psíquico de complejización hasta que lo pueda utilizar verdaderamente como elemento para llamar a su madre o a quien lo cuide.

El mismo esquema lo utiliza para explicar el encuentro con el espacio psíquico materno. Y siendo muy esquemáticos y sintéticos podemos decir que la madre, al bebé, quien aun no dispone de lenguaje (y por falta de lenguaje no sólo hay que entender desde luego la carencia de lenguaje verbal o gestual sino que aun no cuenta con ningún elemento que le permita comunicarse simbólicamente con los otros) no hace otra cosa que hablarle: ubica como interlocutor a quien aun no tiene con qué ubicarse ahí, aceptar esa posición.

Pero como decíamos antes, lo interesante en esta formulación de situación de encuentro es que se repite, en forma inexorable, durante toda la vida.

Tomemos por ejemplo a la pubertad. Todos sabemos que en ese periodo el adolescente temprano se encuentra abocado a resolver la extrañeza que le produce las transformaciones en su cuerpo. Podemos pensar entonces que el púber esta en una situación de encuentro con un cuerpo que lo obliga a realizar una serie de trabajos psíquicos. Su cuerpo, ahora genitalizado anticipatoriamente a su capacidad de respuesta psíquica (veamos por ejemplo que el cuerpo esta en capacidad de procrear antes de la posibilidad subjetiva de ser padre o madre), lo obliga a un esfuerzo psíquico cuyo final podemos suponer la utilización de ese cuerpo como medio de vincularse con los otros. Tarea propia de lo que podemos denominar adolescente medio.

 Resumamos. La situación de encuentro es el fatum del hombre, se caracteriza por su anticipación a la capacidad de respuesta del sujeto y obliga al sujeto a un trabajo de complejización psíquica.

Esto nos lleva a plantear el segundo término de nuestro esquema: trabajo psíquico.

En primer lugar debemos decir que la noción de trabajo tiene mucho peso en la metapsicología. Tal como nos recuerda Rodulfo (1992) si bien nunca fue definida por Freud en forma directa, la noción de trabajo caracteriza conceptos muy básicos de la metapsicología: trabajo de duelo, trabajo de elaboración, trabajo del sueño, entre otros. En todo caso lo que está en el fondo de todos estos conceptos es la idea de un aparato psíquico que no se desarrolla naturalmente sino que el sujeto debe hacer un esfuerzo, una tarea, un gasto, que una vez realizado ya no será (el sujeto) el mismo de antes. Tomemos por ejemplo uno de los lugares en que Freud desarrolla esta idea (dejando claro que es solamente uno de esos lugares y que la idea recorre implícitamente toda la metapsicología), que es el trabajo de elaboración del paciente.

“Cuando comunicamos a un paciente una idea por él reprimida en su vida y descubierta por nosotros, esta revelación no modifica en nada, al principio, su estado psíquico.” (Freud, 1973)

Lo que dice allí Freud es que no basta con la verbalización por parte del analista de una interpretación para la sedación del síntoma, sino que es necesario, justamente, un trabajo de elaboración del paciente para que esto suceda. Muchas veces la distancia temporal entre la primera y la segunda es bastante amplia. Es frecuente, por ejemplo, percibir de parte de los pacientes la sorpresa de alguna comunicación del analista como si fuera la primera vez que la escuchó, cuando en realidad esa interpretación le fue dicha hace tiempo y en bastantes oportunidades.

En segundo lugar también se puede relacionar con otro término central de la metapsicología: la castración. Este concepto se lo ha asociado casi habitualmente como sinónimo de mutilación haciendo inflación sobre su sentido negativo. Sin embargo ciertas castraciones, lejos de ser mutilantes son simbolígenas. Esto es, la castración no siempre es sufrida pasivamente por el sujeto, sino que este muchas veces se convierte en agente de ciertas limitaciones para favorecer a la complejización psíquica.

En este caso resulta interesante relacionar este término con el de sufrimiento. No todo sufrimiento implica patología ni debe ser evitado por sí mismo. En muchos casos el sufrimiento da cuento justamente del desarrollo. El trabajo psíquico, en tanto gasto energético, esfuerzo de complejización, marca siempre un cierto nivel de sufrimiento. Esto nos permite evitar ciertas confusiones a todos los que de alguna manera trabajamos con sujetos en desarrollo. Ciertos momentos del desarrollo toman la forma de cierta sintomatología patológica pero en realidad solo es un momento de experiencia de trabajo psíquico. Tomemos por ejemplo un niño pequeño con ciertas dificultades alimentarías, (como ser el pasaje de lo líquido a lo sólido o directamente ciertas negativas a comer en los niños, o en la forma más patética de la “anorexias y bulimias” de las adolescentes), que son fácilmente diagnosticadas como patológicos tanto desde el discurso medico farmacéutico como por el psicológico. De esta forma se intentará “curar” cierto sufrimiento donde sólo hay un despliegue imprescindible de un modo de estructuración subjetiva que sólo requiere y necesita que un adulto lo acompañe.

Finalmente hay que rescatar que la noción de trabajo psíquico implica la idea de un sujeto activo en su proceso de desarrollo. No es ni un cuerpo biológico en espera de maduración, ni el resultado o efectos de estructura. Sean estas estructuras del lenguaje, sociales, ambientales,

Veamos por ejemplo la noción de ilusión de creación que Winnicot (1993) ubica en los momentos iniciales de la vida de un bebé. Este autor plantea que el bebé necesita ilusionarse que fue él quien la creo el pecho que lo alimenta y lo satisface. Ilusión inicial que el proceso de desilusión que lo sigue es la vía de acceso para el ingreso de infans en la realidad. Esta ilusión sin duda es un verdadero trabajo psíquico que lo posiciona en una forma diferencial del “ser alimentado” para ubicarlo en forma activa en un  “alimentarse”. Evidentemente que para que esto se realice es imprescindible la oferta materna de su pecho, pero esto es insuficiente para el desarrollo si el bebé no hace algo con eso, o sea un trabajo.

Pero no hubiésemos ganado mucho si sólo sustituyéramos las viejas nociones de fases o etapas de la psicología tradicional por las de situación de encuentro y trabajo psíquico. Debemos garantizarnos la presencia del sujeto en nuestro esquema. Y para esto recurriremos a la noción de huella, por cuanto entendemos a la huella como el elemento subjetivante y por lo tanto absolutamente singular.

Queda claro que el trabajo psíquico modifica el psiquismo complejizándolo. Y esta comlejización se verifica por cuanto esa operación deja una marca, una huella.

Sin duda el término huella tiene resonancia también en la metapsilcologia freudiana como huella mnémica. La noción de huella mnémica hace referencia a la función de la memoria en el aparato psíquico. Todos los acontecimientos vividos por el individuo quedan registrados como huellas mnémicas.

Pero esta idea de huella tomará una dimensión más amplia y más compleja a partir de la obra de Jaques Derrida.

Intentar explicar la noción de huella en el pensamiento derridariano es una tarea imposible en el marco de este escrito, pero intentemos, al menos hacer lagunas referencias para sus comprensión y posterior utilización en nuestro esquema.

 En primer lugar que la huella es una noción que vuelve a plantear la temática del tiempo y de la temporalidad. Problemáticas que como hemos visto son esenciales en al discusión en la posibilidad de pensar una psicología del desarrollo. ¿De qué manera replantea la temática temporal? En la medida que una huella es marca que perdura en el tiempo. Es más, podríamos decir que una marca se constituye en huella en tanto ésta subsiste en el tiempo. Y este perdurar en el tiempo se reconoce por que los efectos de su fabricación continúan más allá del momento en que fue producida. Para explicarlo mejor tomemos el mismo ejemplo que toma Derrida (1997) en su texto Mal de archivo. Para esto Derrida analiza un párrafo de Freud que abre su texto El malestar de la cultura

“En ninguno de mis trabajos he tenido como en este la sensación de exponer cosas archisabidas, gastar papel y tinta, y hacer trabajar al tipógrafo y al impresor meramente para referir cosas triviales”(Freud, 1973 (1930) pág. 3049)

 

Esto es una serie de marcas que, según pensaba Freud, no constituían en sí huella alguna. Es decir gastar papel y tinta para nada. Es decir un gasto totalmente inútil

¿Y por que es inútil? Porque debería haber encontrado algo nuevo para su teoría, algo que la transforme, en fin algo que de alguna manera la complejice.

Precisamente el trabajo psíquico no es un gasto inútil, no es un sufrir para nada, porque el psiquismo se ha transformado en algo de nuevo.

Pero siguiendo el análisis que hace Derrida de ese párrafo, la referencia que Freud hace al tipógrafo, al papel, etc., nos señala que no basta con encontrar la novedad, sino que habría que dejar una marca que se constituya en huella. ¿Para qué? Para que sus lectores (y él mismo podemos agregar nosotros) pudiera hacer uso de ella. De esta manera podemos decir que la posibilidad de hacer uso de la novedad solo se hace posible por intermedio de la huella.

¿Pero como se puede hacer uso de la novedad por intermedio de la huella? Por que la huella pone en relación como habíamos dicho anteriormente un acontecimiento pasado (el momento de producción de la marca) y el presente de la huella que permanece. ¿Qué relación se establece entre uno y otro? A esta altura es imprescindible introducir otro término derridariano que es el de differance. Este neologismo que parte de la alteración en la escritura de una letra en la palabra francesa difference (la a por la e original) pretende mostrar dos movimientos en uno: el diferir como postergar y el de producir diferencia. El espacio entre el momento de producción de la marca y el momento de la huella, es del diferir. Toda huella de alguna manera hace referencia a un acontecimiento que ya fue. Este diferir entre el acontecimiento primero y el acontecimiento segundo produce en realidad una diferencia. Pero ese acontecimiento de hacer uso de esa huella que al pretender recuperar el anterior, produce asimismo otra huella.

Si llevamos todo este análisis de la huella a nuestra temática del desarrollo podemos afirmar que el desarrollo no está marcado por el desenvolvimiento de etapas pre establecidas, sino por la secuenciación de una continua producción de huellas.

En tanto la fabricación de huellas es la verificación del desarrollo por cuanto es el resultado del trabajo psíquico provocado por la situación de encuentro, podemos decir que las huellas son absolutamente singulares Por esta razón es que es imposible poder establecer alguna forma de clasificación de las huellas producidas por un sujeto. Esto hace que en nuestra programa este tercer elemento del esquema solamente lo podamos ver en el reconocimiento de algunos espacios (y desde luego remarcando este algunos) donde el sujeto hace huella.

Según Percia (1997) la pregunta por el sujeto es la pregunta por el quién de la acción.

“¿Cómo pensar el problema del sujeto? Pienso la cuestión del sujeto como secuencia ahuecada por una pregunta. Propongo conservar la voz sujeto para lo que llega después de la pregunta sobre quién es responsable de una acción. Veamos: Juan come una manzana. ¿Quién se atribuye la acción? ¿Quién come la manzana? La pregunta dirigida a la acción refleja un nombre. La interrogación de la acción hace de ese nombre un sujeto (sujeto de esa acción). Antes de la pregunta el nombre es un nombre. Un nombre que se lee. Un nombre que informa. Un nombre sin recepción de sí mismo como pregunta. Pero ese nombre, mediado por la pregunta, no es el mismo nombre. La recepción de la pregunta hace que en el sitio del nombre se provoque un sujeto de esa acción. En esta perspectiva, el sujeto es sujeto de una pregunta. Una caída en la acción.” (Percia, M., 1997)

 

En este sentido el juego, la escritura, los tatuajes, las vocaciones, la creatividad, la paternidad, el ejercicio de la sexualidad, la confección de legados, pueden ser espacios donde los niños, los adolescentes, los adultos y los viejos imprimen sus marcas(o no, y en ese sentido estamos frente a patologías). La pregunta por quién juega, quién escribe, quien se tatúa, quién piensa su futuro, quién crea, quién se hace padre, quién ejerce su sexualidad, quién confecciona legados a generaciones posteriores, nos lleva directamente a la idea de sujeto. Trabajar de esta manera nos enfrenta con el escenario real de quiénes, en nuestra tarea cotidiana (psicólogos, psicopedagogos, docentes) nos vemos necesitados de una psicología del desarrollo. Porque no nos enfrentamos con ejemplos de arquetipos ideales (niñez, adolescentes, adultos o viejos) sino con singularidades subjetivas

Nueva definición

Estamos ahora en condiciones de plantearnos una nueva definición (siempre provisoria, siempre sujeta a correcciones) de psicología del desarrollo y probar su eficacia en una tabla

La psicología del desarrollo se ocupa de estudiar la secuencia de realización subjetiva y su vinculación con las modificaciones en del psiquismo

  Situación de encuentro Trabajo psíquico Espacios de huella
El infans. El cuerpo El Espacio psíquico del Otro (funciones maternas, paternas del campo socio cultural) Ilusión /desilusiónNo integración/integración Primeros juegos de constitución del espacio.Modos de alimentación
niñez La realidad como diferenciación yo/no yo Objetos y espacio transicionalEl Fort – da el  juegoel dibujo
Los otros diferentes del Otro (lo extraño) La fase del espejo. Los tiempos del narcisismo.
La sexualidad Los tiempos del edipo
 Latencia Transformaciones corporales no genitales Reorganización  psíquica con predominio proceso secundario Modos de aprendizajeLa construcción del objeto social (escuela)
Adolescencia temprana Transformaciones corporales  genitales Reapropiación narcisistica del cuerpo Vestimenta
Adolescencia media El semejante Construcción de la categoría del nosotros Bandas, grupos
Adolescencia tardía El campo social Asesinato simbólico del padre Elección vocacionalIndependencia económica
Adulto Autonomía e independencia Amar y trabajar en libertad Paternidad/maternidadEjercicio de la sexualidad adulta

La realización laboral

 El viejo (geronte) La inexorabilidad del tiempo Mantenerse como sujeto de deseo Confección del legado

 

Bibliografía

  • Aulagnier P. (1993) La violencia de la interpretación. Amorrortu. Buenos Aires
  • Derrida J. (1997) Mal de archivo. Una impresión freudiana. Editorial Trotta Madrid.
  • Freud S (1973
    [1930]) El malestar en la cultura. Obras Completas Biblioteca Nueva Madrid
  • Freud S. (1973 [1915]) El inconciente. Obras completas. Biblioteca Nueva Madrid
  • Najmanovich D (2005) “Pensar la subjetividad, complejidad, vínculos y emergencia” en Najmanovich D. (2005) “El juego de los vínculos” Editorial Biblos Buenos Aires-
  • Najmanovich D. (1994) “De el tiempo a las temporalidades” en Bleichmar S.(comp..) (1994) «Temporalidad, Determinación y Azar» Editorial Paidós, Buenos Aires.
  • Pain S. (1985) “Estructuras inconscientes del pensamiento” Nueva Visión Buenos Aires.
  • Percia M. (1997) Notas para pensar lo grupal Lugar editorial Buenos Aires
  • Stern D. (1991) El mundo interpersonal del infante. Paidos. Buenos Aires
  • Winnicott D.W. (1993) La Naturaleza humana. Paidos. Buenos Aires