Entrevista a Berta Braslavsky
Por Ana Laura Pérez
Viva, la revista de Clarín – domingo 13 de junio de 2004
Ahora, los chicos de 4 ó 5 años empiezan espontáneamente a querer escribir y leer. ¿Qué cambió en estos años para que lo que antes se consideraba una rareza sea hoy algo común?
Suponemos que esto es producto de la difusión de la alfabetización en general. Es decir que los chicos tienen mayores oportunidades de hacer experiencia con el lenguaje escrito más temprano. Esa es la diferencia fundamental con los hijos de familias en las que no hay un uso del lenguaje escrito. En los anos 50, esto llamó la atención de una educadora a la que se le ocurrió ver qué pasaba con la historia personal de esos chicos desde que nacían. Fue a sus hogares y vio que había interés por la lectura. Ahí apareció un gran entusiasmo por lo que se llamó la alfabetización emergente, que la tomaba como un hecho espontáneo en el desarrollo natural del chico. Eso generó una revolución entre los especialistas en lectura, que generaron toda una corriente que se apoyó en teorías psicológicas acerca del aprendizaje por el descubrimiento que proponían liberar al chico para que realice su conocimiento sin presiones.
Parece interesante, pero difícil de llevar a la práctica.
Sí, pero en esa búsqueda se introdujeron innovaciones importantes acerca de la necesidad de vincular al chico con literatura genuina, evitando el uso de los manuales de escritura que daban lugar al aprendizaje de las letras, luego las sílabas, etcétera, y hacían del aprendizaje de la lectura una cosa en sí misma.
¿Qué pasó con las maestras?
El papel del maestro cambió: se empezó a hablar de un maestro que promueve, facilita y libera, tomando como base las expresiones de Paulo Freiré que, en su Pedagogía del oprimido, habló sobre la violencia simbólica de la imposición de ciertos saberes a los alumnos. Eso dio lugar a una experiencia que se prolonga hasta la década del 90, cuando algunos maestros comenzaron a percibir que había muchos chicos que no comprendían. Así se amplió el campo de investigación a los niños que no aprendían a leer espontáneamente.
¿Qué revelaron esas investigaciones?
Que había otros panoramas familiares en los que no se leían cuentos, ni se propiciaba la lectura. Así surgió otro conjunto de investigadores que concluyeron que hay muchas diferentes formas del desarrollo cultural y del aprendizaje de los niños, y se habló de la importancia que tenía para los aprendizajes de la lectura en la escuela la experiencia que el niño tenía del lenguaje hablado en su casa. De ese modo, se desarrolla una nueva concepción de la alfabetización que no reconoce un momento determinado para aprender a leer y escribir, sino un proceso que comienza con la vida.
¿Qué se entiende exactamente por alfabetización?
En el diccionario hay 37 conceptos de alfabetización. En los comienzos fue la adquisición de la lengua escrita, pero ha dado pie a una metáfora: se habla de alfabetización científica, alfabetización tecnológica, alfabetización musical… Todas hacen referencia a la extensión de la lengua escrita a fines del siglo XVIII, cuando aparecieron las primeras leyes de educación pública para las grandes mayorías. Ahora tendríamos que elaborar un concepto mucho más complejo de la alfabetización, comenzando por reconocer que en los medios letrados tiene su primera aparición en la familia; que luego se desarrolla en el sistema de educación pública y continúa durante toda la vida. Como nos está pasando ahora, que seguimos aprendiendo con los nuevos medios de información y comunicación.
La proliferación de los lenguajes mediáticos y la consecuente preeminencia de la imagen, ¿no cuestionan cada vez más la importancia de la comprensión y la producción de textos?
En vez de cuestionarla, la hace más compleja. Porque con la informática hablamos el hipertexto. En última instancia se vuelve a las formas primitivas de la lectura en los rollos, como hacemos nosotros ahora frente a la pantalla de la computadora, con la única diferencia de que leemos como si el rollo girara en vertical. La lectura del sistema alfabético es fonética: a-a, b-be, pero no se refiere al significado. El primer significado lo da la palabra, que a su vez cambia de significado dentro de una frase según cómo se la use. Así se amplía hasta abarcar el libro entero. De ahí las grandes dificultades para aprender a leer que se ven en las escuelas.
¿Cómo se entiende que 105 chicos aprendan antes a leer y escribir, pero de grandes tengan dificultades para comprender textos?
Tenemos la hipótesis de que la dificultad en los niveles mayores existe porque no se empieza por enseñar el significado y sentido de la lengua. Cuando se crearon los sistemas formales de enseñanza se creyó que la edad para aprender era a los 6 años, porque pensaban que dependía de la maduración del sistema nervioso central. Por eso se comenzaba por enseñar el sistema en sí, letra por letra.
Pero eso no es muy diferente a lo que hacen algunas familias.
La relación de la mamá y el papá con el chico que lee es afectiva. El chico empieza observando lo que ocurre en la familia, por escuchar lo que le leen, relacionar ese escrito con su forma de libro. Ve que empieza, tiene un desarrollo y un final. Cuando está solo agarra ese libro, lo memoriza, hace como que lo lee… De ahí la apariencia de que aprende solo, cuando en realidad está haciendo un proceso que, efectivamente, es de algún modo natural.
¿Por qué no es natural en la escuela?
En la escuela se corta ese proceso y tradicionalmente se empieza por el alfabeto. Todavía hoy se ve en los cuadernos de primer grado ‘a-a-a-a-a’… Eso no tiene ningún sentido para el chico. El despropósito llegó hasta tal punto, que se suponía que los chicos que no aprendían a los seis años eran débiles mentales, cuando la realidad era que por provenir de hogares pobres no contaban con esa experiencia familiar fundamental. En mi trabajo en barrios desfavorecidos, he comprobado que con ciertas metodologías la escuela logra achicar esa brecha que es social y es injusta.
¿Qué deberían hacer los padres para fortalecer el proceso de alfabetización de sus chicos?
Primero tienen que saber que la lectura es un hecho de comprensión, no de juntar letras. Lo que no quiere decir que si el chico pregunta por el significado de una palabra no se lo digan. Hay que leerles mucho, desde cuentos a lo que concierne a la vida cotidiana: una receta, las instrucciones de los juegos de mesa, todo. Tiene que darse una relación continua y natural con la lectura, de manera que si los padres son lectores, sus hijos seguramente lo serán. Además, hay que festejarle todo lo que el chico haga con la lectura, de la misma manera que le festejábamos sus primeros balbuceos mientras aprendía a hablar. Lo he visto con mis hijas, mis nietos y bisnietos, que apenas empezaron a caminar ya andaban con los libros y se ponían a mirarlos ¡Eso es leer, aunque no lean!… Por último, dejarlos que escriban. Los chicos que tienen un lápiz empiezan por hacer trazos seguidos, luego espirales y después un tipo de escritura. Así, cuando llegan a primer grado, tienen ya todo un proceso hecho durante años
¿Qué pasa con aquellas familias que tienen cada vez menos tiempo para estar con sus hijos?
Por eso la escuela y los maestros deben generarlas condiciones para que todos los chicos construyan, según su maduración.
La entrevistadaBerta Braslavsky bromea con que a sus 91 años es una anciana prodigio. Pero lo que para ella es broma para los demás es admiración: trabaja como especialista en alfabetización inicial, en el proyecto Zona de Acción Prioritaria Maestro más Maestro, que busca bajar la repitencia en las escuelas de los barrios pobres de la ciudad de Buenos Aires. Reconocida por sus conclusiones intelectuales y su compromiso democrático, ha recibido varios premios por su trayectoria. Profesora honoraria de la UBA, ¿Primeras letras o primeras lecturas? es su libro más reciente. |
Las ideasLa dificultad de los chicos para analizar textos surge de un mal aprendizaje inicial de la lectoescritura. Contra lo que se creía, debe darse prioridad a la comprensión total da la lengua, antes que a la memorización de cada letra por separado. |
Por Ana Laura Pérez
Viva, la revista de Clarín – domingo 13 de junio de 2004