Patologías actuales de la infancia
Lic. Cecilia Cavagnaro *
INTRODUCCION.
Llegan, en estos últimos años, a la consulta clínica psicopedagógica padres preocupados, angustiados, enojados, con sus hijos, niños que tienen entre tres, cuatro y cinco años.
Los papás de Damián traen a la consulta a su hijo, de tres años relatan que su hijo no habla, juega solo, usa pañales. En el jardín le piden una consulta psicopedagógica. Comienzan las sesiones diagnósticas con el niño, dudo de su audición, no responde al nombre, y muy pocas veces registra los ruidos a su alrededor. Pido la interconsulta para descartar indicadores orgánicos auditivos. El niño no tiene dificultades auditivas. Veía alguna vocal y la nombraba pero no tenía lenguaje. Los padres están en crisis de pareja ya desde el año y medio de este niño, momento en que la pediatra y ellos empiezan a notar que el niño no evoluciona en su desarrollo. A los tres años pueden acudir a la intervención con un profesional.
La mamá de Diego consulta por su hijo de cuatro años, que habla poco, grita, llora, es muy inquieto, se asusta, no se queda solo en el jardín. Cuenta que el niño sufrió muchas infecciones urinarias de bebe, pasó por muchas consultas y estudios médicos. La mamá está muy angustiada, y llora también ante estos episodios con su hijo.
Así la mama y el papá de tantos otros niños llegan a la consulta porque su hijo en el jardín se enoja, se tira al piso, deambula, juega solo o se violenta ante algo que pide la docente y el no quiere hacer, se esconde debajo de la mesa, pega, etc.
Estas conductas pasan, en la actualidad a formar parte de descripciones de diferentes síndromes, trastornos que el DSM IV enuncia como TGD, ADD, TDHD, etc.
Estas nominaciones, sirven como etiquetas que marcan la subjetividad de un niño que está atravesando su proceso de estructuración psíquica, colocando al mismo en un lugar de enfermo, y comienza a funcionar con este rótulo, que pasa a ser parte de su identidad, en el contexto familiar y social.
Esta mirada patologiza al niño, dejándolo en un lugar determinante, estático, alienante donde ya se sabe todo acerca de dicha patología y por lo tanto de él. Todos los niños tendrán las mismas características, las mismas conductas, los mismos destinos, tratamientos con medicamentos y líneas conductistas.
Desde una perspectiva psicoanalítica, la mirada hacia un niño con las problemáticas que hoy se presentan en la infancia, se plantea qué le está sucediendo a ese niño, qué manifiesta y qué quiere decir a través de estas conductas. Desde esta perspectiva las mismas son entendidas como expresión de sufrimiento psíquico.
Esta fundamentación en el psicoanálisis tiene en cuenta el entramado o intersección entre construcción psíquica, subjetividad y corporeidad, en la que están incluidos los condicionamientos biológicos sin tomar a los mismos como determinantes. En este entramado influye una sociedad inestable, volátil y en mutación permanente.
La infancia de hoy está inmersa en las características de este tiempo moderno, con un tiempo líquido que hace marca en la subjetividad de un niño.
El objetivo del presente trabajo es pensar en las problemáticas actuales de la infancia en tanto problemáticas que nos hablan del sufrir de un sujeto, en contraposición con la tendencia actual de patologizar a los niños, encerrándolos en un síndrome que no da posibilidad al crecimiento, a la subjetividad, al despliegue creativo de posibilidades y oportunidades individuales y singulares de cada sujeto.
DESARROLLO.
Para entender y abordar las problemáticas de la infancia y el sufrimiento infantil de hoy, delimitaré el marco histórico y social actual. La sociedad denominada postmodernidad (Bauman, zygmunt, Modernidad Líquida.) presenta como característica de esta época la fluidez y la liquidez. Anteriormente existían conductas y códigos estables. Hoy predomina la desenfrenada velocidad de circulación, el reciclado, el descarte, el descompromiso, la fragilidad, vulnerabilidad y precariedad de los vínculos. Las pautas y configuraciones no están determinadas. Los códigos y conductas que uno elegía como punto de referencia escasean.
La sociedad actual produce consumidores, espectadores pasivos y sometidos a la imagen presentada como verdad. El objetivo es ser feliz ya, y son los objetos los que propician la felicidad. Se pone el acento en la satisfacción inmediata. Los medicamentos para la atención y la hiperactividad, también forman parte de soluciones mágicas, que prometen la desaparición del síntoma en forma inmediata. El mercado promete una satisfacción plena ligada a la posesión del objeto. Esta satisfacción inmediata afecta la regulación pulsional. El psiquismo es flujo constante, requiere puntos de estabilidad, anclajes que le ofrezcan apuntalamiento, sostén, estabilidad y vínculos que funcionen como referentes. Teniendo en cuenta este marco histórico social se producen las condiciones facilitadoras de patologías ligadas al desamparo. Las familias y las instituciones están atravesadas por las condiciones de esta época. Por lo tanto inciden, influyen y afectan el trabajo de parentalidad. El trabajo de parentalidad tiene efectos en la constitución psíquica de un niño. Dicha constitución siempre es por efecto del otro narcisizante y sexualizante. Freud sostiene que la constitución psíquica tiene como referente la organización libidinal del cuerpo a partir de las zonas erógenas, en tanto lugares de intercambio y a partir de las relaciones de objeto que se van constituyendo y por lo que se produce la formación del yo que unifica.
Por otro lado Piera Aulagnier dice que el discurso (espacio hablante) y el deseo de la pareja paterna son los organizadores esenciales para la estructuración psíquica. El psicoanálisis sostiene que el trabajo de parentalidad es un proceso continuo de construcción psíquica consiente e inconsciente. Por medio de dicho proceso es como se constituye el psiquismo humano. Es el acto en el que se instituye al niño en tanto sujeto, lo inscribe en una cultura, lo sujeta a una normatividad, a una genealogía y a una filiación. Permite el ingreso a la vida en sociedad, propiciando una vía de sublimación que transforme la violencia pulsional en valores sociales reconocidos.
En su libro Metamorphose de la Parente (2004) Maurice Godeleer define: el trabajo de parentalidad es un trabajo psíquico de creación y la obra que está en juego es el niño, tanto desde lo imaginado, lo deseado, lo fantaseado como desde el hijo real que se ha tenido.
Hoy se observan en el trabajo de parentalidad fallas que afectan a la construcción de recursos psíquicos y a la constitución subjetiva del niño. Se lo deja inconscientemente expuesto a un desborde de angustia que el pequeño no puede elaborar, queda desamparado, traduciendo esa angustia en hiperactividad, llanto, gritos, descarga motriz, etc. La consecuencia es la construcción de un yo frágil, quebradizo, pulverizado, escindido. Las fallas en el adulto, que tendría que contener, proteger, organizar, poner bordes ,no permite el apuntalamiento psíquico necesario para la constitución psíquica del niño. El efecto de estas modalidades es el sufrimiento y las fallas narcisistas en los niños. El vacío y la huida a través de la acción son características que predominan, que están relacionadas con un yo con labilidad afectiva y con dificultades para la ligazón. Son niños que presentan cambios de humor, dificultad en la tolerancia a la frustración, trastornos de la memoria: trastornos de la historicidad, actitud de exhibición de cierta grandiosidad narcisista, cuando en realidad padecen de déficit del narcicismo, vacío de simbolización, dificultades en la atención.
En estas problemáticas lo que está en juego es del orden de lo primario porque el niño está desvalido ante otro que no está en condiciones psíquicas de sostenerlo. Hablamos de patologías del ser, caracterizadas por fragilidad narcisista, dualidad y predominio de la escisión. Es el narcicismo positivo por el que la libido del yo procura alcanzar cohesión, es constitutivo del investimento yoico.
A partir de las vivencias de satisfacción y de dolor se va constituyendo el yo. El yo tiene como función mantener una carga de energía y posibilitar el proceso secundario. Cualquier satisfacción de la necesidad desprovista de investimento libidinal o postergado más allá de lo tolerable, puede alterar la constitución del narcicismo. Si la respuesta es siempre inmediata, se instala la omnipotencia simbólica y si el plazo es excesivo sobreviene el desborde, inscribiéndose experiencia de dolor y construyéndose los agujeros psíquicos.
Sostenemos desde esta postura que las dificultades en aceptar límites, la hiperactividad, la desatención y ciertas dificultades en el aprendizaje están relacionadas con fallas en la subjetividad y en los procesos de estructuración psíquica. El niño construye su subjetividad en el encuentro con el otro y la metabolización que haga de esos encuentros. La represión es transmitida desde los padres .Cuando las barreras represivas son frágiles la renuncia pulsional se dificulta y el hijo es alojado en calidad de objeto de satisfacción pulsional de los padres. El niño no es para su madre un yo abierto a sus propios despliegues y a una temporalidad en movimiento.
Cuando ocurre una adecuada narcisización por parte de la madre le permite al niño realizar la ligadura representacional y la unificación yoica. La empatía y el buen ritmo, funcionamientos propios de la figura materna, que son precondiciones que favorecerán la capacidad de ligazón, y complejización psíquica del niño, evitando el sufrimiento, el desborde y dando la posibilidad a que el niño construya recursos para transitar su propia historia.
Cuando llega un niño a la consulta, derivado muchas veces por la escuela, iniciamos un diagnóstico, para poder plantear las primeras hipótesis de lo que le ocurre a este niño que sufre, que necesita moverse constantemente como descarga o que no puede libidinizar los objetos de conocimientos o el espacio escolar. Entendemos que realizar un diagnóstico a un niño implica tener en cuenta que estamos frente a un sujeto en construcción. Tenemos en cuenta la transferencia, la historia libidinal del sujeto, indagando los trabajos psíquicos que ese niño está o no realizando.
Con el uso generalizado hoy del DSM IV (1994), el diagnóstico se basa en el etiquetamiento y no en escuchar al niño. Desde esta mirada, hoy, el diagnóstico tiene que ver con colocar al niño dentro de un cuadro enunciado en el DSM IV, ubicarlo en un síndrome o trastorno. Es decir colocarle una etiqueta que intenta simplificar la realidad. Con esta mirada se ubica al niño en el lugar de “enfermo”, por lo tanto necesita medicación y terapias conductistas. Estas etiquetas alienan al sujeto en un significante que puede provocar efectos muy negativos en el niño y sus padres, marcando su subjetividad. Condicionan y determinan lo vincular entre ambos y anulan la subjetividad del niño.
Estas etiquetas dejan a los padres en un lugar de impotencia, buscando muchas veces que sea el otro (profesional) quien le dé las instrucciones y recetas para saber qué hacer con “ese niño ADD, TGD, etc, anulándose ellos en la capacidad de poder pensar y construir un vínculo amoroso con su hijo, escucharlo, entenderlo y contenerlo.
Citando al Dr. Benasayag: la etiqueta hace creer, gracias a la clasificación y al diagnóstico, que se ha hecho visible algo que en una persona sería del orden de la esencia y que se transforma en esencia visible. Se adopta ante la etiqueta una mirada normalizadora. La etiqueta establece un sentido en la vida de aquel que la lleva. Podemos pensar entonces, que sabemos de la etiqueta pero no sabemos del Otro.
Las etiquetas encierran en un destino determinado, uno se encuentra en un determinismo social o individual: el devenir forma parte de un saber y de una estadística preestablecida.
Como plantea Gisela Untoiglich, no se niega desde nuestra postura que existan en estos cuadros automatismos biológicos que se impongan por sí mismos impidiendo al orden significante operar o imponerle ciertas limitaciones. Pero debemos reconocer la frágil frontera que existe entre los automatismos neurofisiológicos y la variabilidad abierta del lenguaje.
En estas problemáticas de la infancia podría haber entonces una combinación de factores neurobiológicos entramados con las circunstancias de la historia parental, y la historia libidinal.
Cuando con estos niños se interviene tempranamente, con tratamientos que toman en cuenta la subjetividad, los vínculos, la historia, los contextos, y los avatares neurobiológicos si los hay, se dan otras oportunidades subjetivantes.
Estos tratamientos tienen en sus intervenciones el objetivo de que el niño pueda ligar lo escindido, que pueda moderar las descargas pulsionales proponiendo representaciones a aquello que es accionado. Se construye un espacio de escucha para el niño y para los padres en el cual se despliegue el sufrimiento y pueda metabolizarse.
Se trata de mirar al niño desde sus potencialidades, no culpabilizar a los padres.
El trabajo terapéutico es entonces, un trabajo de creación y de recomposición de los nexos entre los afectos y las representaciones que generaron dolores improcesables, pero que a través del trabajo de ligazón puedan a través del tiempo, bordearse y metabolizarse.
Se tratará de habilitar espacios de escucha, en los cuales el terapeuta está dispuesto a alojarle, darle tiempo, sin acallarlo con medicación o reentrenamiento de las conductas disfuncionales del niño.
Se propone apuntar a la singularidad de cada niño, sin ampararse en diagnósticos globalizadores que producen la industrialización de los rótulos con el consiguiente aplastamiento de la subjetividad.
CONCLUSION.
Diego, Damián, Geraldine, entraban al consultorio temerosos, tensos en su caminar, con miradas perdidas, sin lenguaje, vaciaban los cajones de juguetes sin jugar, Diego gritaba y no se despegaba de su mamá, Damián no respondía a su nombre ni a estímulos sonoros, Geraldine solo marcaba su hoja y decía nena.
Hoy a un año de trabajo terapéutico, Diego entra por los pasillos llamando, “Ceci”, como así también Damián. Proponen juegos, eligen con qué y a qué jugar, aparece el juego simbólico, empiezan a estructurar el lenguaje, se va constituyendo su YO o fortaleciendo aquel esbozo del mismo.
El trabajo terapéutico es con los papás, y con los niños. Se constituye un espacio de escucha, de pensar juntos y de poder mirar a estos niños desde sus posibilidades, invitándolos a formar parte de este mundo, ofreciéndole una oportunidad a cada uno para desplegar su subjetividad, priorizando que están atravesando un momento de estructuración psíquica valiosísimo como para no quedar pegados a ningún rótulo que los aliene.
El sufrir de estos padres que por diferentes motivos que hubo que indagar, historizar y que les impedía vincularse con sus hijos, se modifica con la sorpresa en sus rostros cuando van descubriendo como pueden jugar con ellos, cuando disfrutan de sus logros, cuando dibujan o dialogan con sus hijos.
Cuando la amenaza de: me dijeron que es autista, o TGD o TDHD se esfuma y toma preponderancia: es Diego, es Damián, es mi hijo, se posibilita otra trayectoria para ese niño.
Se trata de entender la complejidad por la que la infancia de hoy atraviesa, evitando lecturas reduccionistas, lineales que no dan cuenta del sufrimiento psíquico infantil.
Se trata de no dejar al desamparo a estos niños de hoy que piden ser alojados de otro modo.
El compromiso con esta tarea es de la sociedad, de los profesionales de la salud y de la educación.
Es nuestra tarea, sostenida en una formación teórica adecuada, seguir repensando estrategias, abordajes, intervenciones que permitan a estos niños poder acceder a una mayor simbolización y como dice Beatriz Janin: “acceder a la libertad posible…, que es la meta psicoanalítica por excelencia”. (Niños desatentos e hiperactivos, cap. Intervenciones).
* Licenciada en Psicopedagogía, recibida en la Universidad del Salvador (1990). Actualmente atiendo en consultorio particular, psicopedagoga del equipo de rehabilitación de UOM Ciudadela, y psicopedagoga del equipo de salud mental de CIDAMP . (San Antonio de Padua). Especialista en atención clínica en niños de alto riesgo, posgrado realizado sobre Patologización de la Infancia.
Bibliografía
Zygmunt, Bauman, “Modernidad Líquida”.
“Etica y etiqueta.” Benasayag t Schmit.
Fragmento de “Las Pasiones tristes. Sufrimiento psíquico y crisis social.”
WETTENGEL L, UNTOIGLICH G,SZYBER G(2009): Patologías actuales en la infancia. Bordes y desbordes en clínica y educación Ed. Noveduc – Bs As.
“La violencia de la interpretación.” Piera castoriadis-Aulagnier. Ed. Amorrortu
“Niños desatentos e hiperactivos.” Beatriz Janin.
“Versiones actuales del sufrimiento infantil”. Gisella Untoiglich.
Buenísimo para reflexionar.
Excelente, me hace re pensar mi tarea