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 «Es bueno que los libros infantiles sean incómodos porque así se crece” 21/11/10

Lidiar al mismo tiempo con el aprendizaje de la lengua y la realidad es una tarea tan grande que sólo se puede hacer jugando, entre libros irreverentes que abran puertas al mundo y a la libertad.

PorClaudio Martyniuk

Un libro infantil es un objeto especial, entrañable, que debe ser capaz de ayudar a transitar el camino mágico del lenguaje. Para Marisol Misenta (conocida por carradas de chicos como Isol, como autora de bellos y lúcidos libros-álbum para ellos), ese camino debe estar centrado en la experiencia del juego, para movilizar las capacidades de creación e imaginación de los seres humanos. Quizás también se ponga en juego la felicidad, cree esta escritora, ilustradora y también música, muy acostumbrada a exhibir internacionalmente su obra y ser premiada por ella. Sus libros se editan en la Argentina al mismo ritmo que en México, España, Francia, Suiza, Corea y Estados Unidos. En 2006 y 2007 fue una de las cinco mejores ilustradoras elegidas como finalistas del Premio Hans Christian Andersen, el más importante en el mundo en el rubro de libros para chicos.

¿Un libro para los chicos es un juguete? Tendría que ser algo que haga jugar. Lo que yo hago es libro-álbum, que es un libro de imágenes con cierto parentesco con el cómic, en el sentido de que trabajo con dos lenguajes: con el de las imágenes y con el de la escritura. Está pensado para que sean leídas las dos cosas a la vez. Es algo parecido a una película y permite jugar con cómo una cosa habla sobre la otra. A veces las mismas imágenes pueden llevar a dos historias diferentes: las cosas pueden ocurrir de maneras diversas, contradictorias, impensadas.

Pero esa perspectiva parece menos asociada a la tradición del libro infantil que a la fuerza de la imagen en nuestra cultura.

Tiene que ver con las dos cosas. Es divertido jugar con los géneros. Por otra parte, todos los cuentos que han sobrevivido tienen base en situaciones humanas profundas y nada lineales. Tienen que ver con miedos, con fantasías y con deseos de la humanidad entera, no sólo de los niños.

 ¿Para qué sirven esos cuentos “infantiles” de los adultos? Para educar, para cuidar, para revivir algo. Para que desde el lugar fresco de la mirada de niño se pueda ver el mundo de otra manera y saltearse un montón de deberes, de “esto no se dice” o “esto no se muestra”. En realidad, la creatividad está asociada con esa mirada del niño, con el hecho de que durante muchos años su principal actividad es jugar. No hay ningún animal que pierda el tiempo en una actividad que no le va a servir “para nada”. Ese jugar “para nada” es la madre de la ciencia, de toda invención. Jugar a algo que no existe, a algo “para nada” permite nada menos que pensar algo que no existe.

 Así el juego es central, vital.

Uno ve que un nene canta, baila, inventa, dibuja. Y, por ejemplo, se ve como un gatito: puede que esté jugando a lo que le va a servir después para atrapar cosas, para estar atento para no morirse. Yo creo que el juego ayuda a que no muera algo humano, algo que nos diferencia de otros seres y que, para bien o para mal, permite construir realidades.

Pero hay algo que queda perdido al crecer.

Claro. La escuela empieza a compartimentar al chico: dibujo por un lado, lectura por el otro y música por allá. Y los chicos son un todo. A mí me encantan porque son impunes. De pronto dicen cosas muy fuertes y las pueden decir porque no son tomadas en serio. Ese lugar de no tener poder ni estrategia les permite mucha libertad, aunque dependan de los cuidados de los papás. Esta actitud de los chicos juega con las certezas y la identidad. Esas cuestiones están en mis libros. Me parece que cuando uno juega con las certezas se permite, por ejemplo, mirar algo y poder decir, como un extraterrestre, “esto lo veo por primera vez, ¡qué raro es!”. Y eso nos ayuda a pensarlo de otra manera.

¿Tiene que haber un mensaje en los libros infantiles? Hay gente que lo busca. Depende cómo seamos, quizás nos sirve o no. También hay libros que en un momento de la vida a uno no le dicen nada y en otras épocas te tocan un montón. Pero creo que el buen arte queda abierto a varias interpretaciones.

 ¿Como su libro «Tener un patito es útil” ? Exacto: ese libro trata de cómo una cosa se puede ver de dos maneras; de cómo a veces la verdad, la certeza, es algo subjetivo. Por eso es importante estar en movimiento, nunca estar rígido ante una verdad, porque en nombre de verdades dogmáticas se hicieron las peores cosas de la historia. A la vez, dudar y tener que armar uno mismo un criterio crean incomodidades. Es bueno que los libros para chicos sean incómodos, porque así se crece. En general, a los chicos les encantan estos juegos con incertidumbres. Pero que algo les encante o no depende de cómo los adultos les presentamos las cosas.

Solía haber uniformidad estética en los libros infantiles …

Por suerte, salen libros vivos, aunque también hay de esos otros en los que el adulto -o el editor- impone la idea de lo que el niño tendría que consumir. De esa visión salen todos libros iguales con ositos rosas, con una idea de una supuesta niñez y con mucho “deber ser”. Pero los niños no son así. Hoy tenemos acceso a un montón de vertientes y es genial que un nene tenga muchas miradas sobre el mundo a nivel estético. Las técnicas también son maneras de ver el mundo. Y entonces hay libros hiperrealistas, y otros más simples. Todo depende de cómo cada estilo esté usado en el libro. Algo puede parecer muy tonto, pero puede funcionar bien para narrar. Por eso, el virtuosismo es algo relativo. Cada estética dice tanto como el estilo literario. Pero insisto en que hay un modo sutil de leer que uno perdió en la escuela, cuando se empieza a reemplazar el dibujo y la lectura de imágenes por la lectura de texto.

En la oferta, ¿cómo diferenciar la mercancía de la obra creativa? Y … ¡ese es el trabajo del padre! El nene puede ir y mirar también, porque muchas cosas le pueden servir. Pero ya que se va a gastar dinero en un libro, está bueno hacerlo en algo que tenga alguna sorpresa, que estéticamente sea algo no predecible. Da mucho aire tener esa apertura acerca de lo que uno ve.

Eso permite elegir árboles azules y no sólo marrones y verdes.

Es válido un árbol azul porque es un dibujo, no es un árbol. El dibujo es el lugar de la expresión de muchísimas cosas que no surgen de las palabras. Entonces, ¿por qué perder o reducir esa capacidad? No es que una estética sea mejor que otra, ¿pero por qué perder esa capacidad tan antigua de dibujar? Un nene que ve diferentes maneras de graficar el mundo también descubre que hay muchas maneras de pensar el mundo. En épocas fascistas y bajo los dogmatismos religiosos se impone cómo debe ser el arte y el mundo, porque la creatividad y la imaginación son tenidas como peligrosas.

No sólo el fascismo limita: hay restricciones culturales y económicas. ¿Qué pierden esos chicos? Pierden libertad, pierden elecciones de vida. De chica tuve el privilegio de acceder a muchos estímulos y hoy puedo elegir mi vida y hacer lo que me gusta. Esas condiciones deberían darse para muchos o para todos. Mi certeza surge de ver que alguien lo hizo. Hay ahora, por suerte, planes de lectura que están llevando libros a todas partes, y libros que quizás son caros y que no llegarían a una escuela de otra forma.

¿En quiénes se inspira usted? Estudié con una ilustradora checa maravillosa, que se llama Kveta Pakovska. Ella viene de la plástica, entonces sus libros están realmente basados en algo mucho más formal que argumental. El más talentoso y poético ilustrador y escritor es Wolf Erlbruch. Tiene la idea -que comparto- de hacer obras que tomen en cuenta que serán leídas por un niño, pero que no sean condescendientes, sino potentes. Su obra es muy inteligente, por cómo narra con un dominio plástico propio. Son mis maestros porque aprendo de sus elecciones.

 Hace unos años salió en España una edición de los cuentos infantiles tradicionales, pero en versión políticamente correcta. ¿Cómo considera la dimensión política que tiene un texto entre los chicos? En mi caso, trato de que mis libros sean coherentes con mi manera de pensar. En “ El globo” hay una nena cuya mamá grita mucho. Mientras la madre grita ella pide un deseo: la madre se convierte en un globo. Ella la busca por todas partes, hasta que al final juega con el globo. Ella está en el parque, ve otra nena que tiene una mamá, y ella, con su globo, le dice: “¡Qué linda mamá!”, y la otra nena le dice: “¡Qué lindo globo!”. Y cada una se queda pensando: “Bueno, todo no se puede”. Parece denso, pero tiene una estética graciosa, simpática, y hay que tomarlo como un poema absurdo, o como una historia de Lewis Carroll. Me gustan los protagonistas rebeldes, que miran el mundo y se preguntan: “¿Pero esto es así? ¿Cómo tendría que ser?” Ante ese libro, alguna gente me dice: “¡Pero qué madre! ¡Entonces estás en contra de las madres!” No, es un libro con una situación fantástica. Y uno a veces tiene cosas de la madre y otras de la nena: son lugares de poder, pero son cuentos. Estos cuentos vienen desde los griegos. Me dicen: “¿Y qué? ¿Entonces es mejor tener un globo que una madre gritona?” O: “¿Se trata de convertir a alguien en un globo?” ¡No! Eso no va a pasar. ¡Es un juego! Y de hecho, un montón de madres se mueren de risa con eso y los nenes les dicen: “¡Te voy a convertir en un globo!” O madres que dicen: “Yo grito mucho, me va a convertir en un globo”. Y eso sirve hasta para ablandar esa situación, que a veces es culposa de parte de la madre, y de parte del nene, que de pronto dice: “¡No la soporto más!” Lo bueno es que pueden jugar con todo eso.

Copyright Clarín, 2010.

Señas particulares nacionalidad: argentina actividad: autora de libros-álbum para niños, ilustradora y musica Petit, el monstruo (Ocho Libros Editores) y Pantuflas de perritos (Pequeño editor) son sus últimos libros infantiles.

Fuente: http://www.clarin.com/zona/bueno-libros-infantiles-incomodos-crece_0_376162485.html