La doctora en psicología Gabriela Dueñas opina que hay que estar alertas al avance del comercio en salud y educación.

por Marcela Isaías

Las neurociencias son un área de conocimiento científico con valiosos aportes para el campo de la salud y la educación. Sin embargo, también pueden representar un riesgo cuando sólo responden a determinados intereses, como los que imponen las industrias farmacéuticas. La opinión la comparte la doctora en psicología Gabriela Dueñas.

«Las neurociencias constituyen un área del conocimiento científico que en los últimos años viene haciendo investigaciones importantísimas, con valiosos aportes al campo de la salud y de salud mental. Suponen un gran avance en la medida que responden a los requerimientos epistemológicos que se exigen actualmente desde el mundo académico», define quien es además capacitadora y autora de numerosos materiales de formación docente. El problema aparece cuando se corren de ese aporte al campo de la salud para responder a intereses económicos, por lo general ligados a la industria farmacéutica. Dueñas dice que eso ocurre, por ejemplo, «con la invención de los famosos «Trastornos Mentales» propuestos por Manuales como el DSM (por su sigla en inglés, Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), que dan lugar al problema de la patologización y medicalización de la vida y las infancias. Manuales cuyo uso está desaconsejado por la ley de salud mental Nº 26.657, aunque sea un tema del que no se hable con frecuencia».

El tema ha cobrado especial vigencia desde que en mayo pasado el Ministerio de Educación y Deportes de la Nación firmó un convenio con la Fundación Ineco. A partir de ese acuerdo, que rubricaron el ministro Esteban Bullrich y el neurólogo Facundo Manes, se crea en el ámbito educativo nacional el primer Laboratorio de Neurociencias y Educación.

Dueñas mira con preocupación este acuerdo, el avance de una fundación como Ineco en los ámbitos de la salud y de la educación: «La Fundación de Manes está seriamente cuestionada porque mantiene una perspectiva de fuerte sesgo biologicista, que promueve la medicalización de las infancias. Y, ahora, a partir del acuerdo con Bullrich, desde el campo educativo».

Tal como explica la educadora, «la mente, la subjetividad infantil, en pleno proceso de constitución y maduración orgánica en estos tiempos tempranos de la vida, no pueden reducirse a su cerebro. Los niños no son simples soportes biológicos de funciones cognitivas aisladas unas de otras. La mente, el psiquismo del que dependen la inteligencia y sus funciones, no pueden compararse con una computadora. Las personas, los niños somos sujetos, no artefactos».

Así defiende mirar las problemáticas que aparecen en el terreno de la salud, y ahora principalmente en el de la educación, entendiendo que se trata de algo complejo y como tal que admite distintas miradas: «Hoy las neurociencias, la genética, la psicología, la pedagogía, están en condiciones de afirmar que la subjetividad, fundamentalmente, y sin negar su dimensión biológica, se entreteje de épocas y contextos».

Tendencia

La tendencia a atender a las distintas problemáticas de las infancias y de las adolescencias por la vía de la medicalización no es nueva y crece en tanto no se discute el tema desde una perspectiva compleja. La doctora en psicología considera que esto es decisivo para poder entender qué pasa en las escuelas con esos chicos y chicas que se manifiestan «inquietos», «imposibles de tener en un aula» o que permanentemente desafían la autoridad pedagógica.

Para ese paso recuerda que la institución escuela está desfasada por los niños, niñas y adolescentes que las habitan, porque «conservan un modelo del siglo XIX, con escolares modelos siglo XXI». Eso —explica— genera un abismo cultural entre la escuela, las expectativas que tienen sus docentes y hasta los equipos de profesionales que intervienen que siguen formándose y hasta respondiendo a un niño «moderno», absolutamente diferente a, por ejemplo, los nativos digitales que hoy habitan las aulas.

La especialista reconoce que la situación impacta en tensión y conflicto permanentes, donde los docentes se sienten bastante desamparados y los equipos técnicos no alcanzan. «Ante ese desborde lo que aparece es el atajo de las soluciones fáciles», agrega para hablar de lo que se conoce como la medicalización o patologización de las infancias.?»Donde tenemos chicos que no prestan atención, la respuesta es que «han nacido con una falla neurológica» y para eso «hay una pastillita que te los tranquiliza»; y además «hay programas de adiestramiento cognitivo conductal para que mejoren la conducta»; «de reeducación del pensamiento para que respondan a la expectativas de las currículas» y «programas de reprogramación neurolingüística, en el caso del lenguaje, para que hablen como espera la escuela»», ironiza para describir el mecanismo de cómo funciona este proceso de primero catalogar (ADD, ADHD, TOC, TGD, TEA, entre otras) a chicos que no atienden en clases, que manifiestan problemas de aprendizajes o son incansables niños inquietos, para luego medicarlos.

Estas salidas rápidas y fáciles son impulsadas por el mercado. Y el mensaje que las sostiene es siempre el mismo: «El problema no es la familia ni la escuela sino el chico». «Es el chico quien paga el costo de todo esto», remarca Dueñas y suma un tema estrechamente ligado a esta problemática: los certificados únicos de discapacidad.

Para dimensionar la situación cita el notable crecimiento de la entrega de certificados únicos de discapacidad (CUD). Según la base del Registro Nacional de Personas con Discapacidad, entre 2009 y 2014, se solicitaron esos certificados para el grupo etario de 5 a 9 años: 25 en 2009; 2.234 en 2010; 4381 en 2011; 7.469 en 2012; 10.325 en 2013 y 12.285 en 2014. La educadora no tiene dudas que detrás de estos certificados también hay un negocio: el de corporaciones de profesionales de la salud y la educación, además del de la industria de los laboratorios farmacéuticos.