¿Cuál sería un objeto adecuado para estimular el juego en los chicos? Y la decisión, ¿depende del adulto o del niño? Estas preguntas responde Norma Bruner, psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la UBA.

Se me ocurre una frase: “Jugar no tiene objeto”. Es importante separar el fenómeno de jugar, por un lado, el de los juegos, por otro, y el de los juguetes. Si digo que “jugar no tiene objeto” significa que cualquier cosa puede ser material facilitador para que se ponga en marcha (o para que obstaculice) el acto de jugar.

Esto no depende del objeto en sí sino de una serie de condiciones en las que ese objeto es presentado: desde la exposición en una juguetería hasta “el otro”, el adulto que le ofrece al niño. El lugar desde donde se hace esa oferta está cargado de significaciones implícitas y explícitas, tanto cuestiones de época como otras que hacen a la fantasmática de quienes rodean al niño. En síntesis, no se trata tanto del objeto “juguete” sino de cómo y quién se lo presenta.

Los padres proponen, pero son los chicos los que aceptan o no un juego.

El juego es un fenómeno cultural atravesado por las demandas e ideales sociales representados por los adultos. Y se genera un circuito: el adulto ofrece y el niño responde. Cada madre y cada padre tienen derecho y obligación de ofertar lo que consideren más adecuado o mejor para los chicos… siempre y cuando puedan aceptar perder: porque, aunque los padres ofertemos, son los chicos los que finalmente deciden.

¿Qué significa esto? Que el niño “lee y escucha”, registra desde qué lugar se le da lo que se le ofrece. Si los padres muestran angustia porque su hijo varón juega con muñecas (algo que responde a su propio temor frente a cuestiones como la elección sexual), el niño va a recibir de alguna forma ese fantasma; aunque no entienda sabrá de esa angustia porque de algún modo le es transmitida. Luego la procesará.

Por eso no alcanza con reflexionar sobre la oferta. Es un primer paso, pero no es condición única ni determinante. Cuando juega, el niño como sujeto de derechos pone en práctica el acto de elegir. Será él quien tome o no lo que le ofrecen.

Ahora bien, ¿cuál sería un objeto “adecuado” para el juego? ¿Depende del adulto o del niño? Cuanto más cerca esté ese objeto del adulto, más distancia del niño tendrá.

Se impone la tarea de escuchar y registrar lo que el chico quiere y le despierta deseo de jugar. Él tomará o no ese juguete, ese objeto. Y como su decisión y su deseo están presentes, el objeto termina siendo una creación suya. A todo lo que toman, los chicos le imprimen su marca. Y así el juego les permite armar su propio lugar, desarrollar su deseo.

Jugar es una actividad creadora, no es mera ejercitación o estimulación ni un acto pasivo. Hay que saber escuchar. No hay infancia sin jugar. Todo esto se pone en juego.

* Norma Bruner es doctora en Psicología y psicoanalista. Es especialista en problemas del desarrollo infantil y profesora de «Clínica de la discapacidad y problemas en el desarrollo infantil» y de “Práctica profesional: el juego en los límites”, de la Facultad de Psicología de la UBA.