Por Héctor Pavón. Clarín. Domingo 29, Noviembre 2009
Han pasado 28 años de la muerte de Jacques Lacan. ¿Cómo ha envejecido su obra psicoanalítica? ¿Siguen vigentes sus palabras?
No entiendo. No puedo entender su pregunta porque todo esto tiene tanta actualidad, no sólo para mí, sino para cada persona. Cuando veo el esfuerzo que tenemos que hacer aún hoy para entender que Lacan en 1973 ya hablaba de la crisis que vivimos hoy y ver que eso no fue una profecía. El ha entendido la lógica del capitalismo. Hoy estamos sorprendidos por la crisis, pero Lacan dijo que no podía ser evitada: «hay un cambio del capitalismo que conduce a una reedición de sí mismo a través de una actividad que no tiene nada que ver con el desarrollo de un historial que será puramente financiero». Y concluía diciendo que eso iba a tener un efecto. Yo no podía entender cuando él decía que «somos todos proletarios». Yo no soy proletaria, soy parte de la burguesía. Pero tenía razón, hay una precarización general, mundial, de cada uno, que corresponde al desarrollo actual del capitalismo y que él ha entendido hace más de 40 años.
¿Y cómo se prepara al analista de hoy frente a esta precarización?
Es difícil. No formo parte de los que tienen que hacer eso, pero los analistas lacanianos tienen que inventar, recibir las sorpresas que puedan aparecer en la clínica de hoy. Eso no es nuevo, Freud ya había dicho que el psicoanálisis marcha con el mundo; y Freud en sí mismo ha visto que por ejemplo la histeria, desde que el psicoanálisis empezó a ser practicado, ha cambiado. Cada histérica, a partir del momento que hay un vínculo analítico, encuentra otras vías para resolver su pregunta, su enigma. Lacan decía en chiste que la histérica es histórica. El chiste juega con las coincidencias. La novedad permanente es la enseñanza de Lacan. Pero no quiero que sea equivalente a decir tenemos únicamente a la enseñanza de Lacan y no tenemos que hacer nada más que repetir lo que él ha dicho. Los analistas y la gente que trabajan con ellos, los analizantes, particularmente, me parece, participan de una búsqueda al nivel clínico, de la doctrina analítica, a cada nivel que hace parte de las luces lacanianas.
Usted se refería a las sorpresas que llegan al diván y para las que tienen que prepararse los analistas. ¿Cuáles serían?
La definición de una sorpresa es que es imprevisible. La profesión necesita una formación larga, amplia, intensa, profunda, que a la vez implica que los analistas siguen sabiendo que tienen que no saber. Y saben que ellos no saben lo que van a encontrar, ahí está la sorpresa. No es fácil eso, porque hay que ser uno mismo, muy bien analizado, quizás reanalizado, para mantener esta disponibilidad, esta capacidad de aprender una nueva cosa. Lo he visto con mis ojos en mi propia familia, no sólo con mi padre, también con otros analistas que estaban muy viejos, muy cansados, y que han seguido trabajando hasta el último día porque estaban de pie. También por mi padre: Lacan ha trabajado hasta el último día.
Y qué hace un analista cuando en su consultorio llega un empleado de Telecom donde se han suicidado 26 personas?
Pienso que constituyen una epidemia de suicidios los de France Telecom. Encarna lo que Lacan llamaba la precarización generalizada de cada uno en el momento de la historia humana que conocemos, en la cultura globalizada. Aunque tenemos el progreso de las tecnologías, el desarrollo de la ciencia, el malestar de la cultura persiste. Quizás porque tenemos todo eso, el malestar sigue, no hay liberación. Hay consecuencias también de lo que se llama el progreso, y es por eso que Lacan no se decía progresista y Freud tampoco. Pienso que el malestar está en el corazón del hecho de que estamos condenados a ser humanos.
¿Este momento de crisis general repercute también de modo singular en la consulta al analista?
Es evidente. Creo que fue así en cada época, no hay tantos períodos que hayan separado las épocas de la historia freudiana, pero creo que la Primera Guerra fue un momento importante para la obra de Freud. La Segunda Guerra también fue muy importante y Freud había previsto todo el horror que iba a producirse, en su obra de 1920 La psicología de las masas. Él había hablado de los que sería el fascismo antes de que se produjera.
Se repiten las voces que aseguran que los jóvenes latinoamericanos no pueden avizorar el futuro… ¿El psicoanálisis piensa en el futuro?
En primer lugar no conozco ninguna persona que no esté pensándose a sí misma en el futuro. Ahora, quizás un niño que no sabe cuál será su propio futuro, eso es diferente. Hay una angustia especial. Hoy los jóvenes conocen esta angustia. Quizás ellos no pueden decirla, pero tienen esta angustia. Es importante permitir a cada uno acercarse para ver de qué se trata esa angustia. Pero no podemos decir que ellos no tengan la dimensión del porvenir. Es una paradoja del capitalismo. Hoy, cuando el capitalismo trabaja cada día más sobre el tema de la seguridad, la inseguridad aumenta. Y de una cierta manera la infelicidad del capitalismo es que cuando empieza a trabajar sobre un punto para suprimirlo, lo refuerza. Es así para la exclusión, la segregación, todos los medios que se toma en el cuadro del capitalismo refuerzan la segregación. Y la precariedad aumenta en la medida que aumenta la seguridad, la promesa de seguridad. Pero pensar una vida sin seguridad, es pensar la vida como la muerte. Y, estar muerto para vivir bien es una paradoja también.
Existen terapias como las de las neurociencias que proponen tratamientos acotados. ¿Qué respuesta tiene el psicoanálisis ante el pedido de terapias breves?
Las neurociencias proponen tratamientos más breves, más cortos. Es verdad que el efecto de un análisis no es de normalizar a nadie. Un análisis saca a la luz la singularidad de la persona que ha consultado. Es muy difícil saber quién soy yo. Una experiencia analítica permite ubicar cuál es mi deseo; si quiero lo que deseo. Es decir ubicar la división que cada uno tiene. Eso toma tiempo, es completamente antipático al apuro contemporáneo. Queremos ahora, inmediatamente lo que esperamos y es difícil de no ceder a este apuro. Pero el psicoanálisis no puede ceder a eso. Es una trampa. Cuando se echa el síntoma por la puerta, vuelve a entrar por la ventana. Ese es un principio fundamental del funcionamiento de la repetición.