Los expertos aseguran que se produce no sólo por las condiciones laborales, sino también porque es inherente al oficio. Identificar el problema permite superarlo; hay que hacerlo junto con otros, nunca en solitario.
MARIANA OTERO
El número de carpetas psiquiátricas que solicitan los docentes año a año, cuando no tienen una base en antecedentes médicos previos, suele ser un reflejo de un malestar que no se logra encauzar. Es el corolario de un malestar docente que, dicen los expertos, puede estar vinculado a las condiciones en las que se trabaja (problemas de convivencia, violencia o falta de recursos), aunque también es una consecuencia del tipo de trabajo que se desempeña. En otras palabras, el malestar docente es un concepto inherente al oficio de enseñar.
Segundo Moyano Mangas, investigador y director de la carrera de Educación Social en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), explicó a La Voz que esta última acepción refiere a las dificultades propias del acto de educar. “Es intrínseco a la profesión docente. Y se manifiesta bajo signos de desorientación, de soledad y de ubicación continua en el trabajo cotidiano con los niños y adolescentes”, apunta Moyano.
El investigador explica que siempre hay una relación con la época histórica. “En la primera acepción (las condiciones de trabajo), asistimos a un cierto desamparo de la actividad docente, enmarcada en torno a políticas educativas desnortadas, donde prima en exceso la innovación, entendida como una disposición constante a inventar para solucionar, u otras veleidades contemporáneas. La segunda (inherente al oficio de enseñar) nos permite ubicar puntos de apoyo de la posición docente”, subraya Moyano.
Es decir, que existe malestar coyuntural frente a las exigencias del mundo contemporáneo y, a la vez, exigencias vinculadas a las propias fallas sociales y a descargar en el docente las dificultades sociales compartidas.
“Hay que añadir las condiciones laborales y económicas, las demandas de atención constantes en diversas órbitas del trabajo con la infancia y la adolescencia, las nuevas preocupaciones sociales y culturales, el lugar de la escuela y de lo educativo en la actualidad. Sin embargo, considero que, si bien se articulan, hay que diferenciarlo del malestar docente entendido como aquel que forma parte de la actividad educativa, que supone analizar y reflexionar acerca de las dificultades de las prácticas, de la incertidumbre que acompaña a la educación, de la posición que se representa y que se ejerce, de la continua reflexión sobre los contenidos educativos o de las interpelaciones, tensiones y controversias del sujeto de la educación contemporánea”, opina Moyano.
Para el especialista, diferenciar ambas acepciones permite alejarse de la queja improductiva. “Las formas para tomar a cargo ese malestar docente estructural pasan por dar sentido al trabajo colectivo entre los profesionales de la educación, ubicando, construyendo e inventando lugares de trabajo compartido para tratar esas cuestiones. Regenerar los tiempos y espacios para el trabajo pedagógico de análisis de las prácticas docentes cotidianas, revisiones y supervisiones pedagógicas que aporten elementos de trabajo para reformular las preguntas que forman parte del quehacer educativo”, sostiene Moyano, quien insiste en que no hay que confundir el malestar docente con los denominados procesos de burnout (síndrome del quemado o del desgaste profesional).
“Creo que son cosas diferentes. Son formas de desencanto distintas, vinculadas a lecturas sobre el trabajo educativo sustentadas en maneras diferentes de entenderlas. Una más vinculada a una desorientación colectiva adherida a las dificultades propias de las prácticas, la otra ubicada en cuestiones más particulares o coyunturales respecto de las condiciones materiales, laborales y de políticas educativas”, remarca.
En el mismo sentido opina Perla Zelmanovich, directora del área del Programa de Psicoanálisis y Prácticas Socio-Educativas de Educación de Flacso Argentina. “Cada época le imprime sus condiciones y sus demandas a la educación y se van generando nuevos malestares que se sobreagregan a los inevitables con los que la educación siempre tendrá que lidiar”, sostiene.
La relación con el tiempo es una de esas demandas actuales que suman malestar. “Hay una gran valorización de la rapidez, de la urgencia, es la era del ‘llame ya’, y del todo es posible. Este es un punto central, que se traduce en el no poder parar, en un estado de excitación exacerbada. La otra cara generada por el mismo mecanismo es sentir que no se está a la altura de esas exigencias, y eso lleva a que la subjetividad se repliegue, se guarde, se inhiba. Se le llama ahora ‘ataque de pánico’ en sus expresiones más extremas. Es la sensación de no poder salir, de sentirse superado por las circunstancias. Se suele escuchar recurrentemente por parte de los docentes ‘no me prepararon para esto’”, plantea Zelmanovich.
Saber que no sólo lo coyuntural genera malestar, plantea la experta, produce alivio y ayuda a reconducir el trabajo hacia las potencialidades que tiene la propia función. “Estar advertidos de que inevitablemente habrá de surgir algún malestar nos ayuda a prepararnos para afrontarlo, a no caer en aventuras omnipotentes que tienen como contracara la impotencia. Esos son caminos que conducen a segregaciones y autosegregaciones. Ayuda a salir del ‘todo o nada’”, sostiene Zelmanovich.
Un problema colectivo
Por otra parte, Zelmanovich indica que el malestar docente no se relaciona con el tiempo acumulado en la docencia, sino con la posición desde la cual se abordan las situaciones. “Nos encontramos con docentes jóvenes a quienes les cuesta afrontar los nuevos desafíos y a docentes con mayor antigüedad en sus cargos que logran reposicionarse y reencontrar el rumbo de su deseo. También a la inversa. No es el tiempo cronológico el que juega su partida aquí, sino la posición desde la cual se la juega”, asegura.
Zelmanovich subraya que, cuando se identifica el malestar, es fundamental no eludirlo y trabajarlo en el lazo con otros. Nunca solos. “Podríamos decir que se trata de convertir el malestar en una palanca en la que nos apoyamos para poner en movimiento nuestro deseo, motor indispensable en la aventura de enseñar y aprender”, remarca la especialista.
De todos modos, hay una cuota del malestar que no se puede prevenir. “Lo que se puede anticipar es la necesidad de situarnos con una distancia que nos ayude a pensar y a distinguir entre colegas qué se nos demanda, tanto desde las políticas públicas como desde las familias, desde las propias instituciones, y cómo nos ubicamos ante ello”, sostiene la especialistas.
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