Por Florencia Gattari
“Existe el coraje de la espada y el coraje de la palabra, y el coraje de la palabra es un don poco común.”
Úrsula .K. Le Guin, Voces
Lo primero que traigo es un agradecimiento: a la Cámara Uruguaya del Libro por la invitación, a Germán Machado por tender sin cansarse puentes virtuales y también puentes tangibles entre nuestras dos orillas, y a ustedes, por la compañía y por la disposición a escuchar y a conversar. Las otras cosas que junté por ahí y que traje para compartir hoy con los que estamos son cuatro: un sucedido, una cita, una búsqueda y una esperanza.
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1. Un sucedido
Hace poco fue la Feria del Libro de Buenos Aires. Yo estaba en un stand y, mientras ojeaba libros, escuchaba una conversación que ocurría detrás de mí entre una bibliotecaria y una promotora. La bibliotecaria pedía orientación sobre un título y otro y otro… Hasta que en un momento (se ve que había agarrado un libro y lo mostraba, yo no la veía) la escuché preguntar: “¿Y este? ¿Tiene malas palabras?” La promotora le contestó: “Sí, dos.” Y siguió la charla. Mi primera reacción fue un modesto, silencioso fastidio. Ni con la promotora, ni con de la bibliotecaria que, como yo, estaban haciendo su trabajo lo mejor que podían; sí, un poco, con esos modos pacatos de ejercer la escritura y la lectura que tan facilitados tenemos.
Seguí dando vueltas por la feria. Entre ese mar de gente de pronto me recordé chica, con no más de siete u ocho años, secuestrando un libro de mi abuelo Pepe. Mi abuelo leía novela negra, de preferencia con algún que otro pasaje zarpado. Todos los sábados íbamos a cenar a su casa, y hubo una época en que yo le afanaba discretamente esos libros para encerrarme en el baño mientras todos los adultos de la casa hacían la sobremesa. Y buscaba encontrar escrita una mala palabra, cualquiera, de esas que usábamos todo el tiempo entre nosotros, pero que escrita, ah, escrita era otra cosa. Era la marca que decía que eso que los grandes se esforzaban por reducir a cero, eso existía por derecho propio en el mundo adulto y no solo en el desliz de la oralidad, sino respaldado por la tipografía.
Y entonces pensé que la bibliotecaria tenía razón, que de ninguna manera hay que subestimar una mala palabra, porque las malas palabras son poderosas. Claro que suponer que sabemos cuáles son es ser presuntuosos y pavotes.
Me pregunté a renglón seguido cuál es hoy para mí una palabra que todavía tenga esa potencia. Que logre incomodarme, sacarme de donde estoy establecida y mandarme al baño a hacer lo que no se debe, y me contesté: “bovino”.
Y para explicar esa rareza paso a mi punto 2 y les comparto:
2. Una cita
“Resistirse a que le limen a uno las puntas. A volverse romo, bovino, inofensivo.”1
La arenga sigue y es brava, y por eso mismo, muy recomendable para los que andamos navegando por estos asuntos. Viene de un libro de Graciela Montes que se llama “La frontera indómita” que he visitado muchas veces, y que tengo marcado y leído y querido. Pero a decir verdad no recordé la oración entera, que por supuesto tuve que buscarla, sino esa palabra, bovino, que hace años que me persigue. “Bovino” es un norte para mí porque cuando un texto me muge, como lectora o como escritora, yo sé que ahí no quiero quedarme.
María Teresa Andruetto lo dice con otra palabra. Para ella lo inexpropiable, lo no negociable de la literatura es la intensidad. No los temas comprometidos o la belleza del lenguaje, sino la intensidad, que ella define así (y aquí tengo que sincerarme: eran dos citas): “…es un sentimiento que aparece frente a ciertas cuestiones del mundo, cuando nuestra vinculación con esas zonas de lo humano es muy profunda, sin segundas intenciones, compleja, desconcertante y genuina”.2
Me gusta mucho esa definición. Creo que dice bien de ese pulso del que escribe que muchas veces, misteriosamente, puede experimentar el que lee. De esa conmoción o esa inquietud frente a algo de la existencia que me empuja a la escritura en un estado de vulnerabilidad (porque de lo que estoy escribiendo no sé, porque me desconcierta, me hace pregunta, me conmueve). Me parece que es ese desamparo de la escritura lo que, con un poco de suerte, hace una resonancia en el lector. Eso que hace que las palabras tengan ecos en el cuerpo. Porque no somos vacas.
Se constata en el consultorio: los chicos adoptan unos libros más que otros, y no son los más vistosos, ni los más sencillos de leer: son los más intensos. Hay uno particularmente que no deja de sorprenderme. Hace años que lo tengo por ahí, y he visto un montón de chicos darle los usos más diversos, leer las cosas más inverosímiles para mí en esas mismas líneas que lo forman. Se llama Miedo3 y empieza así: “Había una vez un chico que tenía miedo.” Más sencillo que eso, imposible. Y sin embargo es un cuento que los chicos amamos, permítanme ese plural. Yo no conocí a su autora, Graciela Cabal, pero no tengo ninguna duda de que bailó lindo con el miedo, de que eran viejos conocidos. Eso se lee en una cadencia muy particular que tiene el cuento, se lee en los modos de decir, y le aporta a la historia una enorme capacidad de generar resonancias de las que los chicos se apropian sin ninguna timidez.
Y por eso creo que una mala palabra es cualquier palabra, cualquier palabra intensa. “Bovino” es para mí una de las peores. Y de ahí para adelante vaya a saber uno qué palabra para quién. Porque nadie puede decir con certeza qué cosa va a conmover al otro, a revolucionarlo, a ponerlo en situación de desafiar a todos los adultos de su casa para encerrarse en el baño y armarse un espacio propio.
Las palabras, las buenas, las malas, las pretendidamente anodinas, son poderosas. Hay que andarse con cuidado.
3. Una búsqueda
Si las palabras son poderosas, entonces la primera búsqueda de mi escritura es ser concienzuda con las palabras. Perseguirlas, arrinconarlas, pelearme con ellas, dar las vueltas que haya que dar. No al modo del perfeccionismo o de la exigencia (más bien al modo del baile), porque así como son poderosas, las palabras son insuficientes para dar cuenta cabal de lo que nos pasa por adentro. Se quedan siempre un poco cortas, desprolijas, inadecuadas. Pero hay ciertas combinaciones, sin embargo… ciertos modos, que arriman bastante bien el bochín. Y está bueno no negociar por menos.
En mi experiencia, la literatura es cosa de detalle aunque uno escriba la prosa más despojada. Detalle del ojo que mira, de la voz que dice. En el campo del psicoanálisis esto se dice más o menos así: un sujeto es tal porque está sujetado en sus palabras, en sus particulares modos de decir. Y por eso creo que es por el camino de lo singular, de lo más propio, por donde hay algún punto de fuga para esa línea estéril que va del “a favor” al “en contra” del mercado. Porque escribir a favor o en contra de algo que está afuera y es determinado por otro, para mí al menos, es salirse de eje, es una referencia que me desorienta más de lo que me ayuda.
Así que de eso se trata “el coraje de la palabra”, como yo lo entiendo: de una cierta fidelidad a lo que hay adentro. De animarse a escribir lo que uno escribe, a leer lo que uno lee y a compartir lo que a uno lo conmueve, más cuanto más raro, descentrado y singular sea.
4. Por último, pero en el centro de todo: una esperanza
Mi esperanza es esta, tan sencilla como suena: que las palabras se abran camino.
A las palabras se las lleva el viento, dicen, y yo creo que es por eso que no hay nada más difícil de atrapar que una palabra una vez que se la ha soltado. Nos queda confiar en los buenos encuentros que el viento arma. Confiar en que los lectores seamos desobedientes de las consignas, de las guías facilitadoras de todo, de las franjas que las editoriales proponen. La desobediencia lectora es nuestro baluarte y ni siquiera hay que fomentarlo del todo porque nos sale bastante espontáneo. Basta con multiplicar las ocasiones de lectura y la diversidad de la oferta, y no andar queriendo detener al viento. Basta con ser corajudo donde a uno le toque.
1 Montes, Graciela, La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético, FCE, 2001.
2 Andruetto, María Teresa, Hacia una literatura sin adjetivos, Comunicarte, 2009.
3 Cabal, Graciela, Miedo, Sudamericana, 1997.
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Ponencia de Florencia Gattari en el 2o. Encuentro de Escritores e Ilustradores de la Región,
13a. Feria del Libro Infantil y Juvenil de Montevideo, 24 de mayo de 2013