Lic. Griselda Castro – Lic. Gabriela Covache – Lic. Cecilia Kornblit
Deseo de aprender, deseo de transmitir
Transmitir: según el diccionario, trasladar, transferir, dejar por herencia. Herencia: bienes que se transmiten a uno por sucesión. Esta acepción tiene que ver con la repetición, con la homologación, con ceder sin la posibilidad de crear, de recrear. Mantenerse en el dogma, en el plano mítico. Creemos necesario redefinir este término, resignificarlo. En la transmisión del conocimiento el que transfiere no se despoja del mismo: lo cede y lo conserva, y al cederlo lo transforma.
Toda transmisión implica un exponerse, mostrarse desnudo de teoría, vestido de ignorancia. Ignorancia que permite que la pregunta se instale. Una exposición sin pregunta, sin agujeros, sin falta, es una exhibición. No existe entonces transmisión alguna, puesto que no hay conocimiento a transmitir, hay un conocimiento que se es.
Mostrarse ignorante, saberse ignorante, posibilita que el deseo de aprender se haga presente como pensamiento, posibilita el investimiento de un proyecto futuro.
«El dogmatismo es alienante, ya que produce un desinvestimiento del ideal y del tiempo futuro en provecho de la idealización masiva de un proyecto supuestamente ya realizado por otro. Al sustituir la pulsión de saber por el anhelo de albergar lo ya pensado por el otro, consuma un deseo de muerte que concierne al pensamiento».
¿Qué es pensar? El pensamiento es opuesto a la certeza, es el que inicia el proceso creador. Es la posibilidad de encontrarme a mí mismo con mis ideas. Sólo a partir de este encuentro podrá surgir el deseo de transmitir.
El pensar esta relacionado con el conocer y con el saber. El conocer se despliega en el espacio transicional, entre lo objetivo y lo subjetivo, en el jugar del niño, en el jugar del adulto. El saber tiene una dimensión mas profunda. El sujeto sabe, pero no conoce. El conocer es tangible, el saber es mítico.
El pensar implica la articulación de la elaboración objetivante y la elaboración subjetivante. Implica articular la inteligencia con el deseo. La inteligencia es una estructura genética, que tiende a organizar el conocimiento. Se basa en clasificaciones y seriaciones. La inteligencia busca la objetivación, es una estructura lógica. El deseo es particular, alógico. Es subjetivante, se maneja con símbolos. Para que se pueda producir el aprendizaje es necesario que intervengan cuatro estructuras: el organismo, la inteligencia, el cuerpo y el deseo. Como dice A. Fernández, «la inteligencia y el deseo parten de una indiferenciación hacia una mayor diferenciación para una mejor articulación».
El aprendizaje es un proceso reflexivo que tiende a la incorporación de objetos nuevos a los ya conocidos. Para que esta incorporación sea factible el objeto debe ser lo suficientemente conocido como para poder ser investido, y lo suficientemente desconocido como para despertar el deseo. Mediante este interjuego conocer/desconocer, el sujeto interpreta el mundo que lo rodea, constituyéndose como sujeto aprendiente.
Aprendizaje como posibilitador de autonomía, al permitir al psiquismo establecer diferencias con los otros. Es esta diferenciación, este reconocerse como distinto, lo que abre el espacio de la duda, de la inquietud, lo que confronta al sujeto con la falta.
«El proceso de aprendizaje se inscribe en la dinámica de la transmisión de la cultura».
En los orígenes el sujeto se inicia en la búsqueda del placer, y continuamente intentará suprimir cualquier situación que produzca lo contrario. Pero justamente a través de la experiencia de la falta un sujeto puede devenir sujeto deseante; y es a partir de conectarse con la ignorancia, que un sujeto puede devenir sujeto aprendiente.
Para poder entender la relación de un sujeto con el saber es necesario tener en cuenta su entorno familiar. Cada sujeto aprende una manera particular de acercarse al conocimiento; ese modo particular, matriz de aprendizaje, se expresará en cada acercamiento a los objetos, en cada elección, en cada encuentro. ¿Cuáles fueron las particularidades en la transmisión del conocimiento?. ¿Cómo esas primeras figuras enseñantes posibilitaron, o no, que se constituya un sujeto aprendiente, un sujeto creador, un sujeto con posibilidad de historizar?
En la actualidad se dice que uno de los grandes conflictos del sujeto es que ha perdido la capacidad de imaginar, de crear, de inventar. En la clínica psicopedagógica vemos como nuestros pacientes dan lugar a la certeza, anulando el pensamiento. Nuestra tarea entonces se aboca a que ese niño, ese adolescente, ese adulto, pueda lograr algo de la imaginación, algo de la invención, algo que le permita sentirse único e irrepetible desde su lugar de pensamiento. En última instancia, que le permita ser autor.
La autoría
La dificultad para escribir es uno de los síntomas más frecuentes en la consulta psicopedagógica. No hay duda de que la escritura es una actividad en la que, en forma privilegiada, se transmiten pensamientos, ideas, fantasías; vidriera en la que el sujeto da a conocer su propio estilo de producir: la letra, la grafía, la forma de organizar las palabras, el contenido que elige comunicar…
¿Qué transmite un niño que no puede aprender a escribir?. ¿Qué se oculta?, ¿Quién se oculta detrás de esas palabras desorganizadas, no legibles?. ¿Qué necesita decir desde esta función fallida?. Nuestra tarea se orientará a descifrar el mensaje que allí se encuentra escondido para poder crear junto a él algún dispositivo que nos permita conocer sobre aquello que le pasa y no comprende.
Escribir implica dejar marcas, huellas en una hoja que van dibujando palabras. Palabras que son mediadoras, instrumentos que nos permiten expresar, comunicar, transmitir. Como plantea Daniel Calmels, escribir también supone renunciar temporariamente a la palabra hablada, implica «reducción del gesto y toma de distancia de la acción directa en el espacio»
Según la significación que se le otorgue, la escritura puede ser vivida como liberadora o como opresora. Las letras pueden ser hilos que se enlazan para crear un texto, o sogas que atrapan al sujeto en la copia de la producción ajena. Algo se pierde y algo se conquista al escribir; algo tiene que caer para recuperarse en la lectura de ese texto.
Gustavo tiene 9 años y una historia signada por patologías orgánicas que dejaron huellas en su cuerpo. «No me hagas escribir, no me gusta, no me sale bien», expresa. Su negativismo hacia esta tarea es recurrente. Algo similar ocurre cuando se le pide que dibuje: «No me gusta dibujar, dibujo mal». Toda actividad que implique el uso de lápiz y papel, que implique dejar marcas sobre una hoja en blanco, es resistida. Esos trazos no pueden ser mirados por él ni mostrados a otros. Esas producciones feas, desprolijas, mal hechas, son intolerables para su yo. ¿Qué es lo que se hace visible de él en esas escrituras?, ¿qué es lo que Gustavo no puede mostrar?. Las marcas en su cuerpo operaron, tal vez, condicionando una particular modalidad de transmisión en sus padres. ¿Cómo fueron leídas esas escrituras por sus primeras figuras enseñantes?. Algo en la modalidad de aprendizaje de Gustavo le está impidiendo conectarse con el placer de escribir. Algo, el síntoma, le impide devenir autor.
Supervisar: transmitir
¿Cómo pensar el espacio de supervisión cuando el material del paciente refiere directamente a un no saber, cuando el objeto de conocimiento es el conocimiento y desconocimiento sobre los objetos? Más que nunca se corre el riesgo de caer en la idealización de un discurso sagrado, avalado por un saber teórico irrefutable, incuestionable.
La supervisión implica un espacio de encuentro en donde la clínica se hace presente a través de lo que el que supervisa trae de la transferencia de su paciente. Es un momento de teorización de la práctica. Es un momento de transmisión. Es un espacio transicional ya que si bien en el mismo no se da el encuentro con el paciente in situ, éste se hace presente a través de su material, de su producción. Al mismo tiempo el supervisor transmite en el acto de la supervisión su saber a través de su práctica en la clínica. ¿Qué transmite el que supervisa? Aquello del paciente que no encuentra ser develado en el espacio de la sesión. El supervisor es el engranaje en ese proceso de pensamiento que quedó empastado, adherido al síntoma. La transmisión es posible en la medida en que se haya creado un espacio de confianza, en el cual los interrogantes del que supervisa sean disparadores de pensamiento no sólo para él, sino también para el supervisor. Lo que se transmite es el hacer, es la práctica en sí misma. No se puede transmitir aquello que no ha pasado por el cuerpo, aquello que ha quedado fuera del espacio del dominio. Dominio no sentido como posesión, sino como pasión.
Según L. Hornstein, la capacidad de transformar la vivencia interior en algo representable y transmisible es lo que diferencia a la producción científica y artística de la producción del síntoma. Nosotras agregamos que esa capacidad es la capacidad de enseñar. Enseñar, mostrar una enseña, un recorte, para que el aprendiente, a la manera de un patchwork , construya su propio proyecto.
Bibliografía
L. Hornstein: «Cura psicoanalítica y sublimación». Pag. 186
2 A. Fernández: «La inteligencia atrapada». Pag. 77
3 Sara Pain: «Diagnóstico y tratamiento de los problemas de aprendizaje». Pag. 9
4 D. Calmels: «El cuerpo en la escritura»
5 Patchwork: «labor de retazos». No encontramos en nuestro idioma un termino que exprese exactamente este concepto.
Lic. Griselda Castro – Lic. Gabriela Covache – Lic. Cecilia Kornblit
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