Por Deborah Fleischer*
Para LA NACION – Miércoles 16 de Noviembre de 2005
Lo adictivo se articula con drogas legales e ilegales, y el problema es que los fármacos actuales también pueden generar una cronicidad.
El problema real es la globalización de ese funcionamiento pulsional que se caracteriza por estar fuera de límite, y que
Con la tecnología científica pasa lo mismo: su función carece de límite, y no existe nada que la detenga. Ni las religiones, ni los Estados, ni los humanismos han logrado sostener un «no», y el que lo intente será interpretado como oscurantista y antiprogresista.
¿Qué puede detener la clonación humana, la instalación de chips en los cuerpos o la masiva medicación adictiva en niños?
Para un psicoanalista, hay un resto y es que la angustia no puede sino expandirse de manera ilimitada. Ocurre lo mismo que con el trabajo: hay síndrome de adicción.
En Japón se registraron casos impresionantes. La presión subjetiva presente en todos nosotros nos empuja a una creciente relación adictiva con algo.
Hay una promoción de la drogadicción inherente al discurso «hipermoderno». Un estudio sociológico japonés sobre el llamado «efecto otaku» determinó que los grupos adolescentes se vuelven fanáticos de una zona restringida de las nuevas tecnologías; muestra que son especialistas de ciertos juegos de computadora, de los cuales saben todo lo que se puede saber, mientras que presentan un desinterés absoluto por lo demás.
«Un otaku» se dedica de manera obsesiva a un único sector de interés, que pertenece generalmente a la «cultura pop».
Este efecto de globalización produce lo que Jacques Alain Miller, en «El inconsciente es la política», señala como los efectos en la época contemporánea de la declinación de la función del padre.
En la cabecera de la mesa ya no está el padre, está el televisor, está la computadora u otros objetos electrónicos.
No nos extrañe, entonces, encontrar estos «adictos» a Internet.
En las últimas «Jornadas sobre obstáculos en el tratamiento de las toxicomanías», que se realizaron en la Facultad de Psicología de la UBA, el psicoanalista Juan Carlos Indart, planteó: «No tenemos ninguna relación de pura necesidad con ningún objeto, y en todos buscamos algo de goce».»Por supuesto que todas las culturas, desde los tiempos más remotos, han encontrado y utilizado estimulantes, incluidos los de efecto rápido, intenso hasta alucinatorio. La coca, la marihuana o el opio pueden llegar a ser papas fritas, televisión, celulares, Internet, gimnasia, golosinas, libros, CD, turismo, caviar o vinos. La variación de gustos no cambia que lo decisivo se produce cuando empieza la adicción.» |
* Doctora en psicología. Ttrabaja en la Universidad de Buenos Aires.
Por Deborah Fleischer
Para LA NACION – Miércoles 16 de Noviembre de 2005