EDUCACION Espacio de socialización y formación hoy cuestionado, la escuela es también escenario de una relación siempre tensa: la que establecen las maestras (el 80 por ciento son mujeres) con las madres, todavía protagonistas mayoritarias de la presencia familiar en la institución. Cuáles son las tensiones que se ponen en juego allí donde los hijos y las hijas pasan varias horas al día.
El mensaje llega por Whatsapp. Por momentos, son tantas las notificaciones que se parecen a un bombardeo. Este no es una carita, una foto del cuaderno hecha por la mamá de un chico que llegó a “copiar todo del pizarrón” para la mamá de algún otro que “se atrasó”, ni una pregunta sencilla del tipo “¿Mamás, saben cómo comprar películas, esas que venden en la calle?”. En lugar de escribir, el padre decidió mandar un mensaje de voz para que se entienda la gravedad del tema. “Hola, soy el papá de Estefanía, si va esta señora Patricia otra vez con nosotros, los que la tuvimos… ya la conocemos. De entrada, en la primera reunión de padres hay que apretarla, y ajustarle bien las clavijas”. Al menos una de las madres que lo recibió no lo quiso dejar pasar. Era la voz de un hombre diciendo lo que había que hacer en la reunión de “padres”, que en su gran mayoría son madres. Empiezan las clases y todo vuelve a empezar: las expectativas, las frustraciones, el desajuste entre lo que la institución postula y lo que efectivamente ocurre, la presencia/ausencia de las familias y esa tensión entre madres y maestras que parece siempre a punto de estallar.
El grupo de Whatsapp se ha convertido en un sucedáneo de la espera en la puerta de la escuela, sólo que todo el día, en cualquier momento. Para algunas madres es, simplemente, una pesadilla. “Salí de una reunión de trabajo y me encontré con 43 mensajes, pensé que había pasado algo pero no, eran saludos de cumpleaños, preguntas sobre la tarea de vacaciones”, relata una mujer de 44 años, con dos hijas, una en la escuela primaria y otra en la secundaria, que van a un colegio público prestigioso, de esos que elige la clase media como estandarte. Esta mujer que confiesa su “emoción” ante el inicio de clases aunque –ella misma docente terciaria– asegura que su relación con las maestras es difícil. “A veces yo también las puteo”, confiesa con (cierta) vergüenza. No es que vaya a insultarlas a la puerta de la escuela, es sólo que se enoja y deplora lo que hacen.
“Mirá lo que pidió la desubicada de la maestra. ¿Qué se cree? ¿Que no tenemos nada que hacer?”, es una frase que se escuchará durante el año en algunas casas. “Las madres nos tiran a los pibes como si fueran bultos”, es una queja recurrente de algunas maestras. Pero también está el otro extremo: “En la escuela donde va mi hija, la directora tuvo que prohibir la entrada al salón porque los padres se metían a llevarles cosas que se habían olvidado, y también intervenían en las clases. Una de las madres se enojó y dijo que iba a entrar igual, porque pagaba sus impuestos”, cuenta con cierta sorpresa Paula, defensora de la escuela pública en su antiguo –y tan cuestionado– lugar de homogeneización social.
“Fui a la reunión de madres de la escuela de mi hijo. Eramos tres padres. Uno de ellos, porque tienen gemelos y sí o sí tienen que ir los dos”, dice orgulloso un hombre de 40 años. Si bien “se ve una mayor presencia de los padres”, como cuenta Gabriela Capelli, directiva de una escuela religiosa de Rosario, las escuelas son todavía un espacio “de mujeres” que se ocupan de la educación de niños y niñas, donde la gran mayoría de las docentes alude a los “queridos alumnos” y “señores padres” para referirse a todas y todos. “A las veinte mujeres les pareció natural que por la presencia de un solo varón todas ellas perdieran el sexo femenino. Así habían sido nombradas omitidas desde que nacieron. Sólo entre mujeres el lenguaje les permite ser mujeres”, dice Alicia Fernández en un texto de 1992, ya clásico, “La sexualidad atrapada de la señorita maestra”, que todavía puede leerse en clave actual. Pese a los esfuerzos para desnaturalizar roles y discursos que despliegan maestras, maestros y algunos –pocos– programas del Ministerio de Educación.
“Saltando las especificidades históricas y situándonos de cara al presente, maestras y mamás son dos mujeres disputando la educación de un niño o niña que además es hijo o hija de una, asunto desde el vamos conflictivo. La historia nos cuenta que para que el niño sea infante tal como lo conocemos hoy necesita de una mamá dedicada a su cuidado, al mimoseo, a las atenciones, a la protección, y esa misma mamá es la que a determinada edad hace entrega de su cría a la maestra. La maestra lo recibe en el marco de un colectivo. La maestra es mamá de familia numerosa y además debe intervenir sobre esos/as niños/as con el conocimiento, no con el halago, con el cuidado, con el cariño. La maestra debe enseñar a escribir, a leer, debe socializar. La escuela ejerce un corte sobre esa vida familiar donde el niño es centro y singularidad, la escuela corre del centro y sitúa en la sociedad, homogeneiza. Y sin dudas esto es tenso. Para la mamá que opera desde la exclusividad esto es tenso”, considera Paula Caldo, la investigadora del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de Rosario. En las disputas que se expresan en el día a día escolar, cada vez parece haber menos espacio para la colaboración y más para la competencia.
“Más que competencia, yo diría que existen expectativas cruzadas que están frustradas. Para las madres, significa que las docentes no cumplen su rol, porque no se hacen cargo de cuestiones que muchas madres quieren delegar en la escuela, como es el otorgamiento de límites, la educación en valores. Y las docentes hacen la misma acusación a las madres”, dice Carolina Monje, licenciada en Comunicación Social, que realiza talleres de convivencia en escuelas públicas y privadas. Para ella, “hay un corrimiento de los espacios tradicionales de autoridad, y entonces cada una tiene expectativas que la otra no puede reconocer. Hablamos de los padres, pero son las madres las que están más presentes. Las docentes dicen que los chicos vienen mal educados desde la casa, que son apañados en la falta de límites, en la dificultad de cooperación, en el consumismo. Y muchas veces en las escuelas se escucha la queja de madres y padres que plantean que mandan a sus hijos a las escuelas para que los eduquen, y rechazan ayudarlos en la tarea, tener que ponerles límites, tampoco avalan la crítica de que sus hijos no tienen límites, porque, además, siempre son los otros chicos los que no tienen límites, no los propios”, agrega Monje, y señala un abanico de posibilidades que abren los nuevos paradigmas. “Es posible desarrollar competencias emocionales que nunca fueron abordadas por la escuela tradicional, ya que antes se daba por sentado que se trataba de cuestiones que se aprendían espontáneamente en la familia, pero a partir de la sanción de Ley de Educación Sexual Integral se redefinen los derechos de alumnos y alumnas y esto les suma a los docentes el desafío de promover el crecimiento integral de las y los niños y jóvenes y ya no desde lo religioso como era tradición, sino desde los valores y los derechos humanos.” Una tarea que las y los docentes asumen a partir de sus ganas, sus limitaciones y sus propios trayectos de formación.
“Mi hijo es un dios”
La frase fue escuchada en una reunión de padres (que en su mayoría son madres) para tratar un episodio de violencia. Un niño había llevado una tijera para cortar a un compañero. En medio de una reunión, saltó una madre y dijo: “Mi hijo no pudo hacer nada de eso porque es un dios”. Allí estaba Paula Marini, docente de Pedagogía de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), que todavía lo cuenta asombrada. “Estos adultos sólo miran a los niños desde su lugar, no pueden compartir lo común, es la defensa de su propio hijo, pero desde un lugar tan alto que es complicado hacer lugar a lo común, a lo que compartís. En esas ocasiones me pongo en el lugar de los docentes”, dice la profesional. En su doble carácter de madre y docente, su paso por la escuela se complejiza. “Me cuesta separar mi lugar de profesional del campo de la educación y ser madre. Tengo otro tipo de voz y la quiero hacer escuchar en cuestiones que hacen a los abusos de las instituciones, en el enojo que me provoca a veces cómo piensan a los pibes, los espacios comunes”, dice Marini.
Para Mariana Caballero, que fue durante más de una década docente de escuelas primarias, hay todo un tema en la convocatoria a las familias. “Las situaciones están siempre pensadas para familias ordenadas según el estereotipo. Entonces, vos te separás y te toca el Día de la Familia un mes después. Tenés que pasar todo el día con tu ex y su madre. Es una situación de mucha tensión”, plantea otra que porta la doble carga de mamá y docente. Ni hablar de lo que ocurre en algunas instituciones cuando se trata de dos mamás o dos papás.
Los nenes con los nenes
“El problema es la naturalización de los roles”, considera Paula Caldo. Y cuenta que “la escuela pública, gratuita, obligatoria se constituyó sobre la base de la igualdad y resolvió ese problema en clave de la homogeneidad. Gesto muy cuestionado por discursos progresistas (la escuela reproduce las desigualdades de clase…, no de género). Empero, bajo la capa de esa igualdad resuelta como homogeneidad llevó siempre una diferencia: la escuela formó varones y mujeres. Y los formó no sólo con contenidos específicos (carpintería para niños y economía doméstica para niñas) sino con espacios y objetos que van desde el baño separado, el formato del guardapolvo (tablas y puntillas para las niñas, rectos y abrochados en la parte frontal para los niños), la corrección de los modales, los útiles escolares. Son significativas las llamadas de atención: si un niño corre, descarga energías; si una niña corre, se está portando como varón y vale sanción correctiva. La otra observación aún presente: las nenas son buenas y creativas, los nenes son revoltosos pero racionales. Ellas son aplicadas y responsables aunque hablan mucho, ellos hablan menos pero razonan más. Ellas son prolijas y aplicadas, ellos desprolijos y revoltosos. Esto estuvo antes y sigue escuchándose en alguna reunión de docentes. La escuela sigue formando varones y mujeres, varones sostén de hogar y mujeres sensibles. Hay cambios, claro que sí. Pero también continuidades que debemos repensar. Y finalmente recuerdo una discusión que tuve el año pasado en relación a una golosina que comen los/as niños/as que apareció rosa y celeste…, yo creo que el problema no es que los colores marquen, el problema es creer y educar en la idea de que no hay opción o de que es la única opción. El problema es la naturalización de los roles que sigue estando candente”, cierra la idea.
En los roles de género, en las familias, la escuela parece ser el lugar de la uniformización, pero donde también se hacen trizas las ilusiones sobre la persistencia de viejos modelos. Gabriela Capelli es vicedirectora de una escuela privada. Dos de sus vivencias más sentidas tienen que ver con la violencia machista. En un caso, un juez de familia prohibió que un chico de la escuela fuera visto por su padre. El padre irrumpió en la institución y las maestras se quedaron “paralizadas”. “Ahí trabajamos la necesidad de accionar”, remonta ahora, y también se sintió interpelada porque “la mamá, en su locura, creyó que nosotras lo habíamos convocado al padre. Y era difícil que pudiera entender que jamás íbamos a ir contra la orden de un juez”.
Sorprendida por el tono bélico que acompaña la presencia de los padres en la escuela, Capelli considera que el origen está en el “cuestionamiento de la autoridad” en tiempos de modernidad líquida. “Los papás vienen a saciar sus inquietudes y tenés que responderles lo que quieren escuchar”, dice la docente, que no se olvida del padre de un niño que “pegaba” desde que entró en la escuela. “El hombre le enseñaba a su hijo que se defendiera, y el nene pegaba. Los convocamos a una reunión al papá, la mamá, maestras de grado y también especiales. Había un solo varón, que era el docente de música. El respeto con el que se dirigía el padre a ese maestro no lo tuvo con ninguna de nosotras. Incluso, quería decirme a mí cómo debía manejar la autoridad escolar, algo que por supuesto no permití”, relata esa anécdota de cómo el machismo mal podría estar fuera de la escuela, cuando permea todas las relaciones.
En la experiencia de Mariana Caballero, la presencia de cualquier hombre en una institución escolar lo convierte en “protegido” del pequeño “harén” de maestras y porteras que se arma para facilitarle la vida. “Le buscan la factura, le hacen las tareas burocráticas, se le da un lugar de privilegio”, cuenta la docente, hoy volcada a la formación de maestras y maestros en la Educación Superior.
Según la encuesta docente realizada por el Ministerio de Educación en 2004 (todavía no están los resultados de 2014), el 80 por ciento de lxs docentes del país son mujeres, aunque la participación masculina aumenta en los niveles más altos del sistema educativo.
Demasiada presencia
Caldo aleja un poco la mirada para plantear que “en el presente, el vínculo madre/maestra es conflictivo, porque la misma escuela está en problemas. Cierta vez hablando con un grupo de maestras en una escuela privada, una de ellas me dijo que querían capacitarse para tratar a los padres (léase mamá y papá), el problema no son los/as niños/as, el problema son los padres. El problema es la familia que entra a la escuela y decide…”. La investigadora del Conicet historiza. “Tuvimos una ley (la Ley Federal de Educación, sancionada en 1993) que amparó la participación de las familias. Y la familia participa, elige, pregunta, la mamá interviene en la clase, en los actos, en el diseño de uniformes, en las golosinas que se consumen en el recreo… Es la democratización del espacio escolar pero también ese exceso de participación hace estallar la homogeneidad, y en ese estallido se transforma el espacio de toma de decisión de la maestra”, apunta Caldo, que habla de “comités de mamás extramuros”.
Lo mismo apunta Marini. “Es interesante pensar que históricamente los padres no participaron de la escuela. A partir de los años ’90, hubo una idea de participación. Para mi gusto se les abrió las puertas demasiado. Hay padres que vienen a imponer su mirada personal”, considera.
Caldo aporta otra perspectiva histórica. “Antes operaba una alianza padres/madre/maestros/as que hoy se ha transformado. Cambió por la participación legalmente avalada. Cambió porque cambió el contexto, hoy la escuela está desacralizada, por lo tanto, los padres discuten, proponen, opinan. Pero además, las tecnologías ponen el conocimiento en otro registro, por lo cual ya no es tan necesaria la mediación tradicional del docente”, considera Caldo, quien también apunta que “las conquistas académicas de las mujeres fueron en detrimento del magisterio. Hoy las mejores alumnas no eligen el magisterio como sí lo hacían muchos años atrás”.
Para Caldo, sería una error olvidar el “conflictivo ‘entre mujeres’. Pensar el vínculo madre/maestra es pensar un entre mujeres. Nosotras somos muy complicadas con nuestras congéneres. Estas tensiones muchas veces quedan opacadas en medio de categorías generales (las mujeres, como si no fuésemos un plural), pero es muy cierto que muchas veces somos muy duras con quienes consideramos en condición de inferioridad cognitiva, laboral o económica. Y las maestras como trabajadoras del saber sufren esto. Fundamentalmente cuando la mamá ocupa un lugar de poder simbólico: cognitivo o social”. Aquello que cuestiona el feminismo: el patriarcado forma mujeres que se peleen por las migajas de sus privilegios antes que las unidas para derribar los techos (no sólo de cristal) que se les imponen. Y por supuesto, la gran deuda que sobrevuela este enfoque es la democratización de las tareas del cuidado en las familias, especialmente las heterosexuales: la educación sigue siendo un tema de ellas, que además de hacerse cargo –muchas veces sin opción– también deben disputar quién lo hace mejor.
Claro que así como no existe “la” mujer ni “la” madre ni “la” maestra, tampoco existe “la” escuela. Entre tantos otros recortes y omisiones, esta nota peca de centrarse en aquellas madres de clase media que tienen disponibles recursos culturales y simbólicos con los que jaquean el lugar docente. Para Caldo, es importante matizar esta observación. “No es fácil hacer una síntesis de estas conductas porque pueden ser positivas o negativas según el sector social al que estemos aludiendo. El vínculo madre/maestra hay que pensarlo en clave de sector social de referencia. No es el mismo lugar el que ocupa la maestra que trabaja en una escuela periférica, donde las mamás son mujeres trabajadoras, con escasos grados de alfabetización, generalmente muy jóvenes, muchas son madres y abuelas de niños/as escolarizados/as, muchos de esos niños/as son cuidados por sus hermanas mayores (también en edad escolar). No es la misma historia y el respeto de esas mamás que el de las que experimentan otras situaciones sociales”, discierne la investigadora del Conicet. Entre las madres de clase media y más, están las mamás que “le dan el celular al niño/a y este/a la llama cuando está en problemas. Esa mamá vigila, interviene, prescribe, ordena, observa a la maestra. Esta mamá no está sola, actúa con las otras mamás. Se reúnen extra muros para luego avanzar sobre la escuela (la dirección) y ordenar. Esto es algo actual y muy propio de determinadas escuelas que erosiona el trabajo de la maestra. Todos sabemos de la sociabilidad establecida entre las mamás y los papás de los/as alumnos/as, una sociabilidad tejida en torno de la escolaridad y la competencia es mucho más que con la maestra, es entre las mismas madres que ponderan el éxito de sus hijos/as. Hijos que tienen que ser exitosos. Pero, también hay otra realidad, las familias desbordadas que toman a la escuela como guardería, por motivos laborales, etc., los niños tienen que estar ahí. Pero esa falta de tiempo trae consigo los olvidos, las demoras, los números telefónicos inexistentes, y toda una serie de complicaciones que pone en tensión también el lugar de la maestra. Sin dudas es difícil ser maestra hoy. Porque la maestra ya no trabaja con el conocimiento, creo que la maestra hoy socializa y ése es un quehacer complejo y situado muchas veces en un registro que no es el propio de la maestra”.
En la Guía inútil para madres primerizas 3, sus autoras, Ingrid Beck y Paula Rodríguez, proponen que un buen parámetro para elegir una escuela es que “los chicos vayan contentos”. Semejante propósito tiene poquísimas expresiones en la realidad. Incluso, en los sectores de mayor poder adquisitivo, comienzan a verse experiencias de desescolarización. Entre quienes sí van a la escuela, quien más, quien menos, todas las niñas, niños y adolescentes se quejan de su escuela, de sus maestras, de las profesoras. En las clases medias, prefieren pasarse el día entre sus tablets, los videos que miran en YouTube, las series que bajan de Netflix y los libros que pueden leer en inglés, gracias a los institutos privados que sus familias aseguraron. En los sectores populares, son otras las expectativas y las posibilidades. Ir a la esquina a jugar o tomar una birra con la barra, quedar embarazada, ayudar a la familia en la economía familiar, conseguir un trabajo más que precario para contar con unos pesos que les permitan ir a bailar el fin de semana. Entre tantas deudas pendientes de las escuelas, que serían imposibles de enumerar en una nota, Marini recuerda uno de sus motivos: “Lo que importa de la escuela es encontrarse con otros”. Y con otras.