por Analía Devalle*
La apropiación del lenguaje
“Al comienzo, el niño llora, el Otro interpreta y de su interpretación depende la supervivencia. Podemos decir que, en ese momento, el sujeto está sumergido en ese baño del lenguaje pero aún no es sujeto de la palabra”. ¿Qué movimientos debe hacer el niño para producir la operación significante? El niño está incluido en un mundo en el que los adultos le hablan. ¿Qué operaciones tiene que hacer para apropiarse del lenguaje como tal? En primer lugar va a tener que transformar los signos en significantes, esto es, hacer uso del significante como tal, lo que implica la sustitución significante. Entonces los niños comienzan a nombrar varias cosas con un mismo significante elegido por ellos. Esto es algo que van a hacer de manera repetida. Nombran con ese significante muchas cosas que no tienen nada que ver con lo que ese significante designa en la lengua. Luego de repetir este ejercicio innumerable cantidad de veces, y que más allá de las correcciones de los adultos, no cambia; tendrán que hacer un nuevo movimiento: articular dos cadenas significantes que al ser cruzadas van a generar un sinsentido en el plano de la semántica. En este momento el niño se ubica como sujeto de la enunciación. Dice frases en las que no está en juego el sentido socialmente compartido por todos, sino que lo que está en juego es el ser un sujeto que usa el lenguaje, el usuario del lenguaje. Este movimiento da cuenta de que se ha producido un corte con el Otro. Por ejemplo: “quiero una muñeca que vuela”, “el perro hace pio pio”. Frente a esto los adultos quedan confundidos o intentando hacer aparecer el criterio de realidad. Entonces le explican “las muñecas no vuelan”, “así hacen los pajaritos, los perros ladran, hacen guau, guau”. Los chicos responden con más firmeza (se encaprichan y siguen pidiendo), con llanto desesperado o con indiferencia ante la respuesta del adulto. ¿Qué sucede? En esta articulación de las cadenas significantes está en juego para el niño su dimensión de sujeto como deseante, y defiende esta posición. Entonces se empacan pidiendo o demandando estas cosas imposibles de conseguir o de sinsentido para los adultos, porque lo que está en juego no es la satisfacción de la demanda sino su posición como sujetos deseantes. Así es que quedan armadas frases únicas y exclusivas, fuera del sentido que el adulto le puede dar. ¿Cuál es la salida? En un primer momento el adulto intenta traducir lo que su hijo quiere decir, darle un sentido, hasta que finalmente se pregunta ¿qué es lo que querrá decir diciendo esto? Abriendo las puertas a lo enigmático, al saber incompleto, a no saberlo todo. De esta manera se posibilita la salida del campo del deseo del Otro. Que el niño hable impone a los padres la realidad de que el hijo es otro, abre la dimensión de la otredad. Los cuentos y el lenguaje ¿Por qué un niño pide que le lean un cuento una y otra vez y no se aburre como nos pasa a los adultos? Para responder a esta pregunta voy a retomar lo desarrollado anteriormente. La apropiación del lenguaje se da en primera instancia a partir del significante y no del significado. Lo placentero de escuchar en forma repetida no es el significado de la historia sino los significantes usados. Por esto los niños piden que les cuenten una historia una y otra vez “con las mismas palabras”. La dimensión del enigma en los juegos El niño puede jugar a disfrazarse, con juguetes, con juegos reglados o sosteniendo ficciones en las que actúa a algún personaje. ¿Qué dimensión es la que en todos los casos busca sostener? La de mantener el enigma, porque aquella es la que lo sostiene como sujeto deseante. El propósito del juego no es el de ser una actividad en la que hay un significado oculto a descubrir, sino el de poder ser usado como espacio de ficción. Dentro de este espacio el niño arma recorridos y entramados que se aproximan al objeto pero que lo mantienen a distancia. Solo así puede sostener al juego como metafórico y solo así puede seguir jugando. El juego le aporta la posibilidad de cifrar, de velar, de disimular, de mantener la dimensión enigmática. Esto es lo que le va a permitir al niño, dar respuestas desde su lugar de sujeto. Cuando el niño juega desconoce la significación de su juego. Si los adultos le preguntan sobre el mismo, buscándole un sentido, ellos responden poco o no responden, sosteniendo de esta forma, la función metafórica del juego, lo enigmático del mismo. En este punto me gustaría introducir una cita de Flesler, A.: “es fundamental, para el psicoanálisis, sostener una distinción entre el niño y el sujeto. (…) si el niño es un lugar en el Otro, el sujeto es una respuesta. Un respuesta al niño propuesto por el Otro. En términos lógicos, es mejor decir que en la no identidad se abre un intervalo que da cabida a la posible respuesta del sujeto; o también que, en el intervalo entre el niño esperado y la respuesta hallada, late la existencia del sujeto para quien la dimensión del ex-sistire (“existir fuera”), es condición de vida o muerte.”[2] El trabajo del niño es el de realizar las operaciones metafóricas porque ese es el espacio desde el cual se puede producir el advenimiento subjetivo. Que un niño juegue es un tema serio[3] porque la posibilidad de jugar puede sostenerse solo si se producen las metáforas estructurantes de la subjetividad y es allí, en el acto de jugar, donde estas metáforas se anudan. * Analía Devalle, Lic en Ciencias de la Educación. Psicoanalista Coordinadora de talleres terapéuticos en CEA “Buenos Aires” (CET) Atención psicopedagógica en consultorio particular Profesora adjunta en Universidad del Salvador Coordinadora de CIPP-Centro de Intercambio: Psicopedagogía y Psicoanálisis Autora de varios escritos 1 Flesler, A. “El niño en análisis y las intervenciones del analista”. Ed. Paidós, año 2011