Entrevista a SILVIA BLEICHMAR
Por Analía Roffo, de la Redacción de Clarín
Diario Clarín – Domingo 2 de enero de 2000
Un escritor argentino suele contar que su mamá, durante el embarazo, consumía grandes cantidades de fósforo porque quería tener un hijo inteligente. ¿Hay recetas para eso?
-Esa madre tenía deseos brutales de tener un hijo inteligente, como los padres del pintor mexicano Diego Rivera. Me impresionó mucho ver hace años, en el museo que México le consagró, un dibujo que hizo Diego a los 3 años. Era un trencito muy lindo. Pero lo conmovedor es que los padres lo habían guardado: ya descontaban el talento de su hijo. No eran gente pudiente ni de formación artística, pero advertían la potencialidad del hijo y de alguna forma seguramente lo estimularon. Entonces, no, no hay una recetas para tener hijos inteligentes. Quizás haya que hablar de contextos y estímulos.
¿Y de predisposición genética?
-Es indudable que hay aportes genéticos en cuanto a los modos de funcionamiento, pero no en los contenidos. Por ejemplo, no toda la humanidad llega a manejar la lógica combinatoria. Porque la lógica combinatoria no se aplica en la vida cotidiana, sino en el pensamiento científico. Quien no ha realizado ciertos estudios básicos no llega a la lógica combinatoria. La disposición para adquirirla está en todos los seres humanos. Todo chico es en potencia inteligente. Pero el desarrollo de esa disposición depende del entrenamiento que cada uno reciba. Detrás de todo esto hay una gran pregunta -¿qué es la inteligencia?-, que es contestada de maneras diversas.
¿Por qué es tan difícil acordar en una definición única?
-Porque se miden cosas distintas. Los test de inteligencia dan a veces resultados graciosos. Cuando los inmigrantes llegaban masivamente a los Estados Unidos se les hacía un test donde tenían que decir qué objeto faltaba dentro de un grupo. Era una cancha de tenis sin red. Se trata de un problema de cultura: usted puede reponer el objeto si dentro de su cultura se juega al tenis. Con eso evaluaban la supuesta inteligencia de los recién llegados.
¿Cómo mide usted la inteligencia?
-La inteligencia implica una capacidad operatoria con el mundo. Esto le da una idea del alto nivel ideológico que está en juego, dada la cantidad de variables que pesan para que alguien sea considerado inteligente. En este momento, la gente cree que alguien es muy inteligente cuando a veces es muy corrupto.
¿Qué quiere decir capacidad operatoria?
-Es la capacidad de implementación que está insertada en un sujeto que se mueve a través de ciertos valores. La capacidad de supervivencia, por ejemplo, no está dada sólo por la inteligencia; al contrario, en muchas situaciones extremas sobreviven los torpes, porque son los que menos conflicto se generan con ellos mismos. El tema no es la definición sino cuáles son las premisas que permiten un funcionamiento inteligente.
¿Se puede hacer un mapa de cómo se construye un funcionamiento inteligente en cada chico?
-Es imposible que un ser humano aprenda a vivir por ensayo y error. Se caería al precipicio o se quemaría con el fuego. La vida no se puede sostener en ese aprendizaje: se trae información genética. Pero en el hombre la información genética es insuficiente. Hay dos posturas: ¿se aprende o hay información a priori que permite organizar la experiencia? Y, si hay aprioris, éstos no son genéticos, sino que están en el otro humano.
¿En la madre y el padre?
-En el adulto que cría al chico, se trate de quien se trate. Porque en esa asimetría adulto-niño se sostiene la vida y se desarrolla la inteligencia. Con la potencialidad de saber y de poder que tiene esa asimetría. Por ejemplo, cuando la madre dice: «Ahora te voy a dar el biberón», mientras lo está preparando, ¿qué está produciendo? Un hecho de causalidad. Está explicándole al bebé que realiza una acción con arreglo a fines. Cuando le dice: «En un ratito vuelvo», le está dando una dimensión del tiempo. La aprehensión de categorías se produce a partir de que hay otro que ya tiene la lógica incorporada. La mente humana está en condiciones de adquirir esta lógica, pero no alcanza con que tenga la potencialidad genética de hacerlo: necesita de alguien que la produzca. Cuando el adulto que tiene a cargo al niño no tiene estructurado esto, se produce un fracaso en el desarrollo de la inteligencia.
¿El lenguaje es fundamental en la construcción de la inteligencia?
-Absolutamente. Porque el lenguaje no es sólo lenguaje hablado: son actos. La crianza se estructura sobre articulaciones lógicas. Los humanos nos dedicamos permanentemente a teorizar sobre las acciones del otro. Lo primero que hace el adulto que tiene en sus manos al niño es teorizar sobre las motivaciones de la conducta de éste. En los primeros tiempos de vida, lo que el adulto ejecuta frente al chico no es una decodificación, sino una codificación.
¿”A vos te pasa tal cosa, sentís tal cosa”?
-Exacto. Y no sólo eso: el adulto codifica antes de poder decirlo al niño. Codifica en términos de cultura lo que la naturaleza expresa en términos biológicos. Por ejemplo, el llanto, que en los orígenes es una expresión somática efecto del displacer. El adulto dice: «Pobrecito, está sufriendo». Y busca qué es lo que produce el sufrimiento. Codifica en términos humanos algo que es del orden de la naturaleza. Y produce un mundo de simbolizaciones. Yo bromeo diciendo que ahora que existe la ecografía, la familia se sienta frente al televisor a mirarla. Y las frases son del tipo de «¡Qué rápido se mueve! ¡Es como eras vos!, ¡Qué largo es! ¡Qué alto va a ser!». Es lo que el filósofo Comelius Castoriadis llamaba imaginación radical: el hecho de que el ser humano no solamente produce objetos sino que es capaz de crear objetos inexistentes en el mundo. Y el niño es un objeto criado antes de existir.
La posibilidad de construir un pensamiento inteligente se da entonces muy tempranamente y en relación con los adultos más cercanos. ¿Todo está jugado cuando un chico entra en la escuela?
-Bueno, no todo… En los primeros años se tiene que constituir la imaginación radical, que es la capacidad de chuparse un dedo como si se tratara de un chupete o un pecho. Esto no quiere decir que ese dedo sea el pecho o el chupete, sino que algo del orden del objeto se crea bajo una modalidad diferente. Que un osito sea más que un muñeco, que una camita no sea simplemente el dormir, o una comida no sólo la nutrición, da cuenta de que se ha constituido algo del orden del símbolo.
¿Por qué ese paso es tan importante para la construcción de la inteligencia?
-Porque la inteligencia es creatividad, no pura adaptación biológica. Si cuando un niño nace se desarrollaran sus precarios mecanismos sin asistencia de la cultura, tendría capacidad de sobrevivencia biológica, pero sería incapaz de tomar el subte e ir a buscar un trabajo. Porque hay una fractura fenomenal entre la adaptación biológica y la humana. Por eso los primeros modos de inscripción simbólica son fundamentales. Porque el ser humano recibe muchas otras cosas que no son simplemente de autoconservación.
Vivir al límite
¿Un problema de aprendizaje en la escuela implica una falla de la inteligencia?
-No, de ninguna manera. Hoy se están produciendo fracasos escolares por factores que no son de construcción de la inteligencia sino de organización de valores. Un trastorno de inteligencia es una falla en la organización de la lógica. Y en donde primero se nota la falla de la lógica es en el lenguaje. La temporalidad, la espacialidad, la posibilidad de decir Yo están articuladas con la existencia de un sujeto que se piensa a sí mismo. El chico llega a la escuela con su lógica, con la capacidad de enunciar interrogantes y de pensarse a sí mismo. Y llega con la confianza en que el adulto es alguien que está ahí para enseñarle y para pautarlo. Con todo esto, puede hacer el preescolar. Si no tiene alguno de estos elementos, fallará.
¿Cuáles son los problemas de aprendizaje que no tendrían que ver con fallas de la inteligencia?
-Pueden deberse a muchos factores: una mala didáctica; un conflicto en la relación con los ideales. Hace poco vi en el hospital a un niño que no quería estudiar; la madre lo traía indignada. El padre solía hablar de «los maricones que andaban con libros». El chico no tenía un problema de inteligencia: sentía que su identidad masculina estaba en riesgo y que había una pugna entre la madre y el padre respecto de ella. Estos problemas tienen alguna solución. Me preocupan los que implican fallas de la inteligencia, porque son irreversibles.
¿No es una palabra demasiado contundente?
-Irreversible quiere decir que si no se realizan las acciones adecuadas en el momento preciso, aunque haya mejorías, puede no haber restitución absoluta. Uno puede nacer con los pies perfectamente bien, pero debido a una luxación, empezar a caminar mal. Y si no se cura eso, aunque sea simple, llega un momento en que se ha deformado toda la marcha.
En una sociedad como la nuestra, en que la exclusión es ya un rasgo fuerte, ¿el desarrollo de la inteligencia no puede convertirse en un bien reservado para pocos?
-Ante una posibilidad semejante, lo que me interesa es que al menos los elementos básicos para sostener la inteligencia puedan ser adquiridos por todo el mundo. Porque esos elementos básicos a veces no se adquieren porque los profesionales no tienen las herramientas para detectar la falla ni la forma de resolverla.
¿Por qué cree que la detección de esas tallas no es eficaz?
-Porque está muy peleada en relación a los grandes trusts medicamentosos. Hay una tendencia al gatillo fácil con la medicación infantil. Lo más preocupante es que la medicación que se está dando no cura sino que ataca el síntoma y no da cuenta de qué es lo que lo produce. Entonces, dispara mayor deterioro a largo plazo. Hace poco, en el Hospital de Niños, vimos un caso de un chico que vino mandado por la escuela por un trastorno de atención. Cuando se empezó a explorar qué había ocurrido, el niño venía diciéndole a la mamá hacía tiempo que había un tío que estaba abusando de él, y la mamá no le creía. ¿Cómo podía concentrarse en la escuela cuando cargaba con semejante tema? Afortunadamente, cayó en manos de un equipo que se interesó en preguntar algunas cosas básicas de la vida del niño. Si hubiera caído en una consulta donde sólo se explore el síntoma, nadie se habría enterado de lo que realmente ocurría.
¿Hay muchos chicos medicados en este momento?
-No tengo estadísticas, pero me alarma la proporción que estoy viendo. Esto se combina peligrosamente con otra cuestión grave: el terror que hay en los padres al fracaso escolar, por los riesgos que implica de no lograr la subsistencia futura. Por eso los chicos están siendo llenados de información: están 8 o 9 horas escolarizados -lo que disminuye su capacidad de atención- y tienen síntomas -como gastritis, jaquecas- que antes sólo tenían los adultos. Todos los sectores de la sociedad están viviendo al límite. Los que acceden al conocimiento intensifican sus obligaciones, sin espacio para el ocio creativo. Los que ya han caído en los márgenes de la historia tienen remotas o nulas posibilidades de desarrollar todas las potencialidades de su inteligencia. Por eso creo que es una responsabilidad de los que trabajamos en áreas específicas detectar indicios que permitan prever los fracasos de la inteligencia y operar sobre ellos. Es una mínima forma de pelear contra un mundo que parece cada vez más despiadado con los chicos.
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Por Analía Roffo, de la Redacción de Clarín
Diario Clarín – Domingo 2 de enero de 2000