Lic. Fabiana Jakubowicz

-¿Ya sabe todo lo que quería?
Pregunta la mamá de G al final de una entrevista, habiendo manifestado al principio de la misma la gran molestia que le causaban mis interrogantes acerca de la historia familiar.
Su hijo de 8 años tampoco sabe, es por eso que sus padres consultan, derivados de la escuela especial en que cursa por tercera vez su primer grado.
El niño casi no habla fuera de su casa, y cuando lo hace no se le entiende. Hace tiempo realiza un tratamiento fonoaudiológico, ya que, como dice su padre, «no mueve la boca».
Cuando tenía apenas un año de edad, comenzaba a pararse, intentaba moverse, caminar, tocar, agarrar. Algo lo detuvo. Un mito mortífero que anticipa peligros inminentes: el niño se quema la mano tocando un horno caliente, nada grave, pero allí comienzan «los miedos». G. deja de caminar, se queda quieto.
«Yo soy muy miedosa, si tiene un cumpleaños y es en un 5to. piso, no lo mando porque tengo miedo de que se caiga por la ventana», dice su madre.
El mito lo empaña todo, hay que estar prevenidos: «puede pasarle todo lo que aparece en el diario». Lectora asidua del sector policiales, me actualiza al respecto de las últimas noticias en donde personajes perversos y malvados gozan sexualmente de niños débiles e inocentes.
-¿Ud. qué diario lee? -le pregunto
Esboza una sonrisa pudorosa, como si mi pregunta hubiera alcanzado la más íntima confesión:
-Crónica- me responde.

G. no aprende, está retrasado.
Esto es lo que sabemos.
Me propongo abrir tres preguntas:
1. ¿Qué estatuto tendrá para él este desconocimiento que encarna?
2. ¿De qué retraso se trata, en la temporalidad lógica con la que trabajamos, en la cual toda respuesta es respuesta anticipada?
Respuesta que tapona la posibilidad de una pregunta aún no desplegada.
3. ¿Qué lugar ocupará el analista en la transferencia, con respecto al saber que se le supone, cuando aparentemente el analizante se presenta en una relación tan particular con el mismo?

Para abordar la cuestión del conocimiento, comencemos por el principio, allí donde Freud arma su aparato neuronal en su «proyecto de psicología para neurólogos», principio, que como todo lo que será del orden del origen en psicoanálisis sólo será aprehensible a través del mito.
Freud construye un aparato regido por el principio del placer-displacer, destinado a evitar las catexias y a mantener la homeostasis. El fracaso de este principio produce dolor: «el más imperativo de todos los procesos», «el dolor deja tras de sí facilitaciones permanentes como si la descarga de un rayo hubiera pasado por ella»(1)
La experiencia dolor, la ruptura de la homeostasis, cuando el displacer atraviesa cierto umbral, dejará la huella del «objeto mnemónico hostil». La experiencia de satisfacción dejará su huella mnésica «la imagen mnemónica desiderativa».
La experiencia mítica de satisfacción dejará perdida a la necesidad introduciendo al humano en la dimensión del lenguaje, a través de ese Otro «fuente de todas las motivaciones morales», dando lugar a la dialéctica demanda-deseo.
«La indefensión del niño, la mediación del otro y su función secundaria de comunicación desplazan el acento de la satisfacción de la necesidad a la realización de deseo.» (2)
El objeto se constituye como perdido y la realización de deseo pondrá en movimiento el aparato en la búsqueda de la «identidad de percepción». A partir de aquí todo encuentro con el objeto será un reencuentro, siempre fallido, y el aparato inscribirá las marcas de la diferencia.
Citando a Diana Rabinovich en su trabajo «El concepto de objeto en la teoría psicoanalítica»: «La realidad de la teoría del conocimiento tiene en el objeto perdido su condición de posibilidad (…). Es él quien hace posible la génesis del mundo de los objetos que habitualmente se denominan objetos de conocimiento»
Tenemos entonces el objeto de deseo en tanto perdido que funcionará como motor del aparato y el objeto de conocimiento, en tanto señuelo del primero, principio de realidad al servicio del principio del principio del placer, rodeo que dará el sujeto para reencontrar lo perdido.
El proceso primario consistirá, para Freud, en «La catexia desiderativa llevada al punto de la alucinación y el desencadenamiento total de displacer que implica un despliegue completo de la defensa…»; y el proceso secundario en «…aquellos procesos que sólo son posibilitados por una buena catexia del yo y que representan versiones atenuadas de dichos procesos primarios (…) la precondición de estos últimos (procesos secundarios) es la correcta utilización de los signos de realidad, que a su vez sólo es posible si existe una inhibición por parte del yo».(1)
Lo signos de realidad serán establecidos por acción del juicio.
La actividad judicativa se compondrá de dos elementos: la cosa + el atributo, y será un proceso «provocado por la desemejanza entre la catexia desiderativa de un recuerdo y la catexia perceptiva que le es similar», este proceso es para Freud el pensamiento cognoscitivo.
El primer elemento, la cosa remite a la dimensión de lo inasimilable «un objeto. semejante fue al mismo tiempo su primer objeto satisfaciente, su primer objeto hostil y también su única fuerza auxiliar.»(1)
El segundo elemento, el atributo, como dimensión sensible, tiene su condición en el primero, con lo cual el objeto de conocimiento será para este aparato un re-conocimiento.
Hemos abordado desde «El proyecto…» de Freud el lugar atribuido al Otro. Será Lacan quien introduzca en el psicoanálisis la doctrina del significante, y este Otro, será entonces el Otro del lenguaje. Otro, que en tanto está en el lugar del «tesoro de los significantes» y no en el del código, está atravesado por el deseo.
Primer Otro, inconmensurable, en el punto en que es deseante, y precisamente por esto mismo será el Otro a quien el sujeto dirigirá la pregunta por su deseo.
Pregunta que se relacionará para el sujeto, en tanto sujeto del inconciente, con la producción de saberes.
Para abordar las vicisitudes de la pregunta por el deseo en G, escuchemos el discurso de quién se trata. Teniendo en cuenta que cuando decimos discurso de G, pensamos al inconciente como «discurso del Otro».

G entra al consultorio y se queda inmóvil y silencioso parado en un lugar, le pregunto:
-¿A qué venís?
-No lo sé- responde.
Le digo que yo tampoco sé, y le propongo que adivinemos:
-¿Venís a cocinar?
– No-(se ríe).
-¿Venís a hacer gimnasia?
– No.
…y así continuo en este juego que marcará en adelante mi posición en la trasferencia: yo no sé nada y por lo tanto la dimensión del equívoco se abre dando lugar por parte de G al efecto subjetivo de la risa.
G. toma los animales y me los muestra para que yo adivine de qué animal se trata, yo, que no sé nada, digo cualquier cosa.
Me muestra un elefante.
-¿Es un gato? -le pregunto
– ¡No!
– ¡Es un león!
– ¡No! ¡Es un elefante!

En otra entrevista G intenta abrir la puerta del consultorio cuando termina su sesión. No puede, pareciera que su mano no responde. Me mira, pidiendo que lo asista.
Me acerco temblorosa a la puerta, y no logro abrirla. Lo miro y le digo que no puedo.
G abre la puerta.
Próximamente, esta escena se repetirá, pero será G quien me engañará introduciendo una ficción: «jugará a que no puede», para luego reírse de mí y decirme que era un chiste.
Su juego deja de ser silencioso, introduce ruidos que luego se transformarán en palabras.
Los animales se pelean, se pegan y se despegan. Este pegarse y despegarse se acompañan con sonidos diferenciados:
«Chicc chic-Tum Tum.»
Luego G comenzará a relatar la historia de lo que acontece.

G. golpea la puerta de mi consultorio, pregunto: «¿quién es?»
(escucho sorprendida su voz que grita)
-¡Soy yo, G.!

G. sale de sesión y mientras su madre está distraída leyendo, él la asusta:
-¡Ua!

Asustar a una madre miedosa, dejar un hueco para lo imprevisible, barrar a este Otro que ya no puede prevenir todos los peligros.

Pasemos entonces, a pensar la segunda cuestión planteada anteriormente, acerca del retraso y la temporalidad que le compete, y acerca de la función de la pregunta por el deseo del otro.
G. se presenta petrificado en el lugar del débil.
Lugar que niega la estructura significante del «al menos dos» de la cadena, identificándose al S1 del Ideal. Forma de escapar al entre dos del fading del sujeto alienándose a un significante.
Dice Lacan en el Seminario 11:
«El efecto de afánisis que se produce bajo uno de los dos significantes está vinculado a la definición de un conjunto de significantes. Es un conjunto de elementos tal que, si sólo existen dos, el fenómeno de alienación se produce- a saber, que el sgte. es lo que representa al sujeto para otro sgte. de donde resulta que al nivel del otro sgte. el sujeto se desvanece.»
Lacan ubica al niño débil en el seminario 11 constituyéndose en la holofrase. La holofrase es una frase toda pegada que funciona como una palabra. Es la solidificación del S1 y el S2.
Cito a Lacan, en este seminario «(…) esta solidez, esta captación masiva de la cadena significante primitiva impide la apertura de la dialéctica que se manifiesta en el fenómeno de la creencia»
Recordemos que la «creencia» es el producto final del juicio de realidad que trabaja Freud en el Proyecto:
«Si una vez concluido el acto cogitativo se le agrega a la percepción el SIGNO DE REALIDAD, entonces se habrá alcanzado un JUICIO DE REALIDAD, UNA CREENCIA, llegándose con ello al objetivo de toda esa actividad» (1). Con lo cual podemos pensar que la solidez de la holofrase, que impide la inscripción del intervalo, impide también el fenómeno de la creencia, resultado del juicio de realidad, proceso mediante el cual se conoce el mundo, o en otras palabras se construye la realidad en tanto realidad psíquica.
Lacan en este mismo seminario se pregunta porqué el animal del experimento de Pavlov no aprende a hablar, y sí en cambio a reconocer signos.
Dice: «Si algo puede situarse al nivel de la experiencia del reflejo condicionado, no es seguramente la asociación de un signo a una cosa. (…) El corte que se puede realizar en la organización orgánica de una necesidad-(…)el corte del deseo.
Y-al igual que decimos por eso vuestra hija es muda- por eso es por que el animal nunca aprenderá a hablar. Al menos por esa vía. Porque evidentemente tiene un retraso. El experimento puede provocar en él toda clase de desórdenes, pero al no ser hasta el presente un ser que habla, no está destinado a poner en cuestión el deseo del experimentador….» (las negritas son nuestras).
Queda aquí articulado el retraso a esta acción de «poner en cuestión el deseo»
Pasemos entonces a la cuestión de la pregunta por el deseo del Otro.
Freud articula el fenómeno de la curiosidad infantil al concepto de «pulsión de saber»
El enigma de la diferencia de los sexos produce como consecuencia la pulsión de investigar y las teorías sexuales infantiles. Ya aparece aquí en Freud la producción de saber en relación a esta teorías sexuales, en las cuales su función estará relacionada con la verdad que se impone en su misma falsedad.
«La curiosidad sexual de los niños no se despierta espontáneamente a consecuencia de una necesidad congénita de causalidad, sino bajo el aguijón de los instintos egoístas en ellos dominantes, cuando al cumplir por ejemplo los dos años se ven sorprendidos por la aparición de un nuevo niño(…) Bajo el estímulo de estos sentimientos y preocupaciones comienza el niño a reflexionar sobre el primero y magno problema de la vida, y se pregunta de dónde vienen los niños, o, mejor dicho, en un principio, de dónde ha venido aquel niño que ha puesto fin a su privilegiada situación» (3)
Será entonces cuando el niño deje de ser el objeto que completa al Otro que la pregunta aparecerá en relación al deseo del Otro.
Lacan sitúa el surgimiento de la pregunta del niño en los intervalos del discurso del Otro, en el más allá de su demanda: «me dice esto, pero ¿Qué es lo que quiere?» (4)
Los porqué del niño aparecerán en el lugar de las faltas del discurso del Otro, dando testimonio de una «avidez por la razón de las cosas», sosteniendo la función de la pura pregunta al rechazar una y otra vez las respuestas que se le proponen.
Volvamos entonces al discurso de nuestro paciente.
Si el inconciente es el discurso del Otro, tomando este «del Otro», como lo trabaja Lacan en «Subversión del Sujeto», como un genitivo objetivo, será sobre el Otro que hablará el inconciente, sobre el Otro en tanto deseante, sino callará.
G. calla o habla «todo pegado»
Dijimos anteriormente que algo del orden del equívoco se instaura en las primeras sesiones. Podemos pensar ahora que este equívoco que se manifiesta en su máximo sinsentido en el chiste, causa este intervalo que dará lugar a la posterior articulación de una oposición fonemática en su juego: fort-da como propio de la estructura significante, recorrido lógico del niño por la estructura que lo antecede: el lenguaje.
Será en este recorrido que G. podrá engañarme, fingiendo un «no poder», fingimiento que nos lleva a la clave de la verdad humana: que puede hacerse pasar por falsa, puede fingir que finge.
G. finge no poder abrir la puerta. Calcula que yo lo espero en ese lugar de débil. Me engaña, exagera la verosimilitud de esa significación en la que ha quedado petrificado. Finge fingir.
Si el analista es convocado por la demanda de quien está en el lugar de analizante, será su abstinencia, el silencio de su saber, lo que posibilitará que se abra el juego en la transferencia. Allí donde G. me espera para asistirlo en su debilidad mental, en su «dificultad para aprender», responderé con ignorancia.
Ya no podré esperarlo allí donde sé que está, porque en el lugar de la mentira ha entrado en juego la verdad.

Referencias bibliográficas

(1) Freud, Sigmund: «Proyecto de psicología para neurólogos». O.C. tomo 1 Ballesteros
(2) Cosentino, Juan Carlos: «Construcción de los conceptos freudianos», Manantial, 1994
(3) Freud, Sigmund: «Teorías sexuales infantiles». O.C. tomo II, Ballesteros
(4) Lacan, Jaques: «El Seminario», libro 11, «Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis», Paidos, 1973.

Lic. Fabiana Jakubowicz