¿Los ciclos comunes son la solución?

Es la primera vez que el Ministerio de Educación releva ese indicador. Para los especialistas, el cambio en sí no es un problema, pero se deben garantizar las equivalencias en las materias

Por Maximiliano Fernández

El primer año es el más traumático en las universidades. Las instituciones pierden casi 4 de cada 10 de sus ingresantes. Los nuevos alumnos, en general jóvenes, llegan sin la formación suficiente de la secundaria o descubren que la carrera que eligieron no es lo que, en verdad, creían. Tras el primer año, es muy usual también el cambio en el área de estudios.

A partir de las nuevas estadísticas oficiales, se conoció que 1 de cada 5 estudiantes de universidades públicas cambian de carrera después del primer año. Es la primera vez que el Ministerio de Educación Nacional releva este indicador. La tasa de cambio entre ofertas académicas (TCOA) indica que una parte de los alumnos que figuran como desertores, en realidad no abandonaron el sistema educativo, sino que cambiaron de carrera.

De acuerdo al anuario 2018-2019, la tasa de retención en el primer año es del 61,8%. Casi no hay diferencias entre las universidad públicas (62,1%) y privadas (60,6%) y con el paso del tiempo se mantuvo relativamente estable. Es decir, siempre se consideró que casi el 40% quedaba en el camino. Ahora, el nuevo indicador -más allá de que aclaran que son bases diferentes- muestra que la pérdida de nuevos alumnos, aunque preocupante, no es tan grande.

“Son procesos naturales que le suceden a cualquier chico a esa edad. Tengamos en cuenta que el 33% de los nuevos estudiantes universitarios tiene menos de 20 años. Hay que rescatar que el cambio de carrera no implica un abandono de la universidad. Entendemos que son procesos naturales y es algo que nos reafirma la idea de que es muy importante trabajar en la orientación vocacional durante los primeros años de las carreras”, le dijo a Infobae Jaime Perczyk, secretario de políticas universitarias.

En la última década, las matrículas reflejaron un crecimiento acelerado. Los nuevos inscriptos aumentaron un 41,3%: pasaron de 387.603 en 2009 a 547.661 en 2018. De ellos, 1 de cada 3 tiene menos de 20 años. La mayoría se inclina por las carreras sociales, aunque hay un crecimiento sostenido en las disciplinas científicas y tecnológicas. Según la SPU, el 23,2% de los nuevos alumnos optó por una de esas carreras.

En la Universidad de Buenos Aires, funciona el Ciclo Básico Común (CBC), a veces cuestionado por considerarlo una instancia “innecesaria”. Pese a que los alumnos eligen una carrera de antemano, hay una serie de materias que se repiten en todas las áreas. En el CBC la deserción suele ser del 30%, pero una vez superado el ciclo, el cambio de carrera es más bajo: oscila entre el 10 y el 15 por ciento, según datos oficiales.

Para María Catalina Nosiglia, su secretaria de asuntos académicos, responde a dos factores. Por un lado, es habitual que las decisiones se tomen con poca información y, por eso, los estudiantes optan por alguna de las carreras tradicionales. Es una vez dentro de la universidad cuando conocen otras ofertas académicas. Por otro lado, a veces las expectativas puestas en una carrera no se corresponden con los contenidos que efectivamente tiene ese área de conocimiento.

“Cambiar de carrera no implica necesariamente una falencia. Las tendencias mundiales indican que las carreras no pueden planearse para toda la vida. Se prevé proyectos abiertos, flexibles, que se modificarán ante cambios tanto personales como de los contextos”, sostuvo Nosiglia. “De igual manera, son sumamente importantes las acciones que se despliegan en orientación vocacional porque ayudan a los estudiantes potenciales a indagar sobre ellos mismo y tomar decisiones más conscientes”, advirtió.

Marcelo Rabossi es investigador de la Universidad Torcuato Di Tella, especializado en el nivel superior. En diálogo con Infobae, explicó: “En general, lo que se observa es falta de satisfacción con el contenido de los cursos, mala relación con algunos docentes, materias que les resultan demasiado exigentes. Por ejemplo, y dada la baja formación matemática que se observa en el secundario, a veces se enfrentan a cursos más demandantes desde lo cuantitativo que llevan al alumno a una suerte de frustración y de allí que decidan cambiar de carrera”.

Según Rabossi, el cambio de carrera en los primeros años es habitual no solo en nuestro sistema universitario, sino en muchos del mundo. Por caso, en Estados Unidos, un 30% varía en los denominados “major”. El sistema estadounidense es distinto a los latinoamericanos y europeos. El alumno tiene mucha más libertad para elegir materias y delinear su trayecto académico. Los “bachelors”, lo que acá sería una licenciatura, se componen de dos patas: el “major”, que implica una formación generalista, con asignaturas sociales y humanas comunes a casi todas las carreras, y el “minor”, que comprende cursos más específicos que funcionan como complemento. Los estudiantes tienen tiempo de elegir la carrera hasta el tercer e incluso el cuarto año.

“Algunos estudios te muestran que las tasas de deserción tienden a bajar cuanto más tarde en el tiempo elegís tu carrera, lo que resulta razonable ya que a esa altura, el estudiante está más familiarizado con lo que quiere para su futuro laboral, más maduro personalmente, y con mayor información sobre los distintos tipos de carrera. Digamos, a diferencia de nuestro modelo, no tienen que elegir ser médicos, o ingenieros a los 17 o 18 años”, planteó el experto.

Cambiar de carrera sin perder el año

Desde 2016, universidades públicas y privadas firmaron convenios para que los alumnos que busquen cambiar de carrera o de institución puedan hacerlo sin perder las materias cursadas, que se les facilite el registro de las equivalencias. Hasta ahora se reconocen trayectos dentro de los siguientes grupos de carreras: Ingeniería; Arquitectura y Diseño; Informática; Agronomía Recursos Forestales, Zootecnia y Veterinaria; Química, Bioquímica, Farmacia y Biología; Matemática y Física; Geología; Medicina; Odontología.

“Creemos que hay que seguir ampliando las tareas de orientación vocacional y trabajar junto a las universidades en la mejora de los planes de estudio, para avanzar en el reconocimiento de materias comunes entre carreras. Los datos muestran que tener ciclos comunes ayuda a los estudiantes”, expresó Perczyk.

En la misma línea, Rabossi considera que el cambio de carrera en sí “no es problemático” en caso de que haya posibilidad de transferir lo cursado hacia otra carrera. “De ahí la necesidad de ciclos comunes a todas. Según algunos estudios a nivel internacional, no hay una diferencia significativa en las tasas de deserción entre aquellos alumnos que cambian de “major” y los que no lo hacen nunca. Claro, esto requiere que la transferencia entre una carrera y otra no sea traumática en términos de: ‘Te cambiaste, bueno, ahora comenzá todo de cero!‘”.

El desafío radica, entonces, en cómo sumar ciclos comunes al comienzo de las cursadas sin por eso seguir estirando las carreras universitarias argentinas, ya de por sí lo suficientemente extensas.